martes, 26 de junio de 2007

La dura ley del resultado

Hoy voy a dar un triple salto mortal. Vamos a volver, como hace unos meses, a buscar analogías entre el fútbol y la vida espiritual, que como ya sabéis, son dos de mis grandes pasiones en la vida.

Algunos me tildarán de oportunista, incluso de resentido, pero quiero en estas líneas protestar pacíficamente contra la última injusticia futbolística que hemos sufrido este año. Ya el verano pasado, la selección italiana ganó el mundial con un juego mediocre, y este año, el Milán se ha llevado una pobre champions y el “italianizado” Real Madrid, con un estilo resultadista y a la defensiva, se ha llevado la liga española en los últimos minutos. Los ingredientes de los tres equipos se saben desde que el fútbol es fútbol: Un gran portero, una defensa sólida, bien encerraditos y a la primera oportunidad (a veces la única) meterla dentro. En la liga poco importó que el Barcelona haya marcado 15 goles más. Ha vuelto a triunfar el fútbol práctico y efectivo frente a la belleza de un juego espectacular. En una encuesta realizada por Marca hace un par de días en Internet, el 61% de los aficionados quieren que siga Capello. Un título hace olvidar la precariedad de ese equipo que ha mezclado agresividad, mentalidad y algo de fortuna, pero siempre desde el aburrimiento extremo. No hay ningún Messi, ningún Ronaldinho, ningún Xavi, ningún Iniesta… El bueno de Guti (lo más cercano…) se cansaba en el banquillo de ver trotar a Emerson y Diarrá. Capello disfrutaba con Beckham y Reyes en la grada. Los resultados le iban dando la razón, pese a quien nos pese…

Ahora damos el salto a la espiritualidad, que no solo de fútbol vive el hombre. ¿Qué importa más en nuestra sociedad, el éxito o la felicidad?, Mucho me temo que todos nos apuntaríamos a la segunda, pero lo cierto es que a nuestro alrededor prima mucho más lo primero. Es más, se nos hace creer que sólo se alcanza la felicidad a través del éxito material. Gran mentira. Parece que sólo son felices los ricos, y como prototipo se nos presentan a los famosos que pasean sus culos de canal en canal buscando unos milloncejos para seguir manteniendo sus elevados trenes de vida. Parece no importar como han llegado a la fama, lo único que importa es que están ahí, y (aparentemente) son felices. Decía Maquiavelo que "El fin justifica los medios", y esa es la ley que hoy prima. Para los cristianos la realidad es otra: sólo con medios lícitos está permitido llegar a fines buenos para el hombre. Pero la realidad hoy es distinta, la conciencia no importa, la honradez y el sentido de justicia tampoco. Sólo importa ganar, sea como sea. Es la dura ley del resultado. El “joga bonito” de los brasileños queda sólo para los anuncios de ropa deportiva. Lo que todo el mundo quiere es ganar de la manera que sea. Pegar un pelotazo urbanístico y mirar para otro lado. Ese parece ser el objetivo de una vida feliz. En nuestra sociedad se busca el éxito, aunque sea sacrificando el “espectáculo” de una vida verdadera, bella y justa. Platón decía que estos tres conceptos dan la felicidad al hombre. Si levantara la cabeza vería que hoy han sido sustituidos por apariencia, placer y éxito. Únicamente el dinero proporciona el camino hacia estos nuevos dioses. La conciencia debe ser silenciada y la religión suprimida. Ambas son peligrosas y por ello deben ser suplantadas por una educación para la ciudadanía (donde se inculcarán subliminalmente esos antivalores…). Ese es otro tema que hoy solo menciono de pasada.

Dentro de cinco años nadie recordará que el Barcelona jugaba mejor que el Madrid. El campeón de la liga 2006-07 será el equipo merengue y así lo reflejarán los libros. Pero la realidad fue otra. El fútbol no es justo, la vida tampoco. Por eso es necesaria la conciencia y la religión, para mantener la esperanza aún cuando las cosas no vayan como debieran ir. Dios un día hará justicia infinita. De eso no cabe duda

lunes, 18 de junio de 2007

A vueltas con el amor cristiano

Llevamos tres semanas con Evangelios variados pero monotemáticos. El amor es el centro de los mismos. Dios es amor (La Trinidad), la Eucaristía es amor (Corpus Christi) y esta semana Jesucristo ensalza a la pecadora que mucho amor muestra porque mucho se le ha perdonado. En el mismo, el Maestro da un “palito” a ese fariseo que no necesita perdón y por ello poco amor muestra.

No es casualidad que salga a relucir tanto un tema nuclear para el hombre: la sed de sentirse amado y de amar. De ello podemos sacar ya algunas conclusiones obvias: Una religión que no conduce al amor sino al odio es falsa, una espiritualidad que se cierra en uno mismo es engañosa, buscar en la Biblia palabras que justifiquen algo que no sea amar es aberración.

Esta mañana leemos en los Laudes un trozo de la Carta de Santiago que tampoco tiene desperdicio: “El juicio será sin misericordia para el que no practicó la misericordia. La misericordia se ríe del juicio” (St. 2,13). Una vez más, como en San Mateo capítulo 25, el juicio se reduce, exclusivamente, a una cuestión de amor-misericordia. No se pregunta nada de misas o de oraciones (que no digo yo que no sean necesarios…) sino única y exclusivamente de amor.

Los hombres nos resistimos a ello. Preferimos tener la salvación amarrada a base de preceptos y mandamientos y nos da miedo no ser capaces de amar lo suficiente. Es más fácil rendir cuentas de los diez mandamientos que del mandamiento-resumen de CristoAma a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.

Clarifiquemos términos. En griego se ve más fácil. Para el término “amor”, ellos empleaban tres palabras cada una con un matiz distinto. Por un lado esta “filia” o inclinación afectiva a algo. Es el amor (sano) a todas las cosas creadas. En nuestro castellano se ha desvirtuado con términos como zoofilia o pedofilia. Nada que ver con la filia griega, un principio de amor positivo aunque genérico. Luego viene el "eros", que es el amor pasional; es lo erótico pero también en el sentido más positivo del término. La entrega generosa del ser hacia otra persona, que conlleva una búsqueda de placer y satisfacción personal. Es dar y recibir. Es el amor carnal, un grado medio de amor, aún imperfecto pero que comienza a realizar al hombre. Por último esta la “Charitas”, el amor perfecto, hacia otra persona o hacia Dios, del que San Pablo se hace eco en su Carta a los Corintios. Es la perfección del amor, el amor que no busca sino que sólo da, el amor que es paciente, afable, que no lleva cuentas del mal, que cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites…

Ese es el amor cristiano, la caridad. Lo que pasa es que en castellano hemos “prostituido” esa palabra, y a veces pensamos que caridad es darle un Euro al pesado de turno que está en la puerta de la Iglesia. Eso no es caridad, sino lavado absurdo de conciencia. Como las purificaciones rituales de los judíos, nosotros a veces necesitamos tranquilizar –o adormecer- a nuestro Pepito Grillo. La Caridad no es dar, sino darse. Es el grado sumo de amor. Es la entrega de Cristo en la cruz, amando y perdonando a los hombres sin esperar nada a cambio. Es la muerte de los mártires perdonando y amando a sus enemigos. Es la entrega a fondo de los santos que gastan y desgastan sus vidas con leprosos, sidosos, enfermos, presos, hambrientos… Es la entrega de los esposos que consiguen ser “una sola carne”. Esa es la caridad. A ella estamos llamados.

Ahora que es tiempo de exámenes, nada como conocer las preguntas antes del mismo. Nosotros nos sabemos las del juicio final. No perdamos el tiempo en otras cosas y pongámonos manos a la obra…

lunes, 11 de junio de 2007

Una Iglesia sin niños

Que tristes son ahora las misas de los domingos. Como os comenté hace unas semanas, pasadas las comuniones, ni rastro de ellos. Los más puristas dirán que no hay jaleos, que no hay que mandarlos callar, que no revolucionan el misterio con sus risas o suspiros… Algo de razón hay en ello, pero yo me sitúo más bien entre aquellos que piensan como Jesucristo, “Dejad que los niños se acerquen a mí” (Mc.10,14).

No voy a seguir hoy con las comuniones ni sus conflictos (aunque por el volumen de respuestas veo que es un tema que podría dar más de sí…). Hoy me voy a situar en otro problema igualmente importante: la desintegración de la familia tradicional cristiana.

Lejos quedan esas familias que vivían en casas de vecinos de las que aquí en San Pedro aún nos quedan las fachadas. No creo que fuera el mejor sistema de vida (entre otras cosas por que era reflejo de una penosa situación económica…) pero sí que aquel estilo de vida tenía una dimensión positiva: la familia unida. Y cuando hablo de familia lo hago en el sentido amplio: Abuelos, padres, hijos y a veces una cuarta generación convivían bajo el mismo techo. Juegos, risas, embarazos... Aquello tenía que ser alegre a la fuerza. Hemos pasado de eso a una situación donde los abuelos son enviados a los geriátricos, los padres trabajan fuera y no se ven, y los hijos se educan con la televisión y la calle. La cuarta generación ahora no llega hasta que los dos trabajen, compren un piso con una hipoteca de 25 años y lo amueblen completamente. La mayor parte se casan rondando los 30 años, dejan unos años “para disfrutar” (como si no hubieran disfrutado antes…) y teniendo en cueta que a los 35 ya se considera embarazo de riesgo para la madre eso nos da unas posibilidades de 2 o 3 hijos a lo sumo. Escaso promedio cuando (y no soy racista) sudamericanos y africanos vienen ya con esos tres hijos rondando apenas los 25…

Hoy nos decían que somos 45 millones de españoles. Curioso dato, cuando hace apenas un par de años rozábamos los 40. ¿De dónde han salido esos 5 millones?, ¿de una explosión demográfica de nuestros jóvenes? Me temo que no. Píldoras del día después y abortos indiscriminados se encargan de paliar la amplia promiscuidad sexual de las nuevas generaciones…

Se que no es "politicamente correcto" lo que hoy escribo, pero Europa envejece a la par que es colonizada por aquellos mismos que hace pocos siglos fueron conquistados (la vida da las mismas vueltas que desgraciadamente dio el sábado por la noche la liga…). La Europa cristiana desaparece, y lo que empezamos a percibir en pueblos pequeños como éste es ya toda una realidad en las grandes capitales. A este paso no sólo la Iglesia, sino Europa entera se va a quedar sin niños (auctóctonos, se entiende).
No hablo del problema político que ello acarrea, no me compete a mí juzgar lo que no entiendo, pero sí se que a nivel religioso esto lo vamos a notar pronto, mucho antes de lo que muchos creen. Tiempo al tiempo.

lunes, 4 de junio de 2007

La Santísima Trinidad

Ayer celebrábamos en la liturgia dominical una de las fiestas más importantes del dogma cristiano. No pretendo aquí dar una clase de teología, ni tampoco desentrañar un misterio que de por sí es inabarcable. Pero sí me parece oportuno traer ese Misterio a la vida de cada día, que en el fondo, es de lo que tratan los dogmas cristianos.

En la Teología clásica se han propuesto dos explicaciones a la pregunta: ¿Cómo puede haber un solo Dios y tres personas?, ¿Cómo puede ser a la vez Dios Uno y Trino?...

La primera respuesta es la Analogía de la Mente, comenzada por Santo Tomás de Aquino. Según éste, Dios es como nuestro cerebro, con tres potencias –memoria, inteligencia y voluntad- que actúan independientemente pero en perfecta conjunción.

La segunda analogía es la del Amor, iniciada por Hugo de San Víctor. Según este otro autor, la Trinidad sería reflejo del amor, donde siempre se da un amante (en este caso el Padre), un amado (el Hijo) y el fruto de ese amor (El Espíritu Santo).

Hace unos quince días, un feligrés, menos intelectual pero para mi gusto muy acertadamente, me proponía otra analogía. Se le podrán poner muchas objeciones, pero la intuición me parece muy válida. “Mire usted, padre” –me decía- “Yo el misterio de la Trinidad me lo aplico a mi mismo y lo entiendo perfectamente. Yo fui hijo, y como hijo me comporté de una manera. Ahora soy padre, y como tal actúo. Y en todo momento soy espíritu, independientemente de mis relaciones familiares…” Bonita sugerencia, ¿no os parece?...

De todas formas, no deja de ser un intento, como decía antes, de penetrar en lo inabarcable para la mente humana. De esta fiesta, yo me quedo con su sentido más práctico: Dios no es solitario, sino comunión de personas. Tres personas que actúan como un solo Dios porque se aman tanto que tienen unidad de criterio, voluntad, acción etc. Un Dios en comunión que nos pide a los hombres que estemos en comunión de amor los unos con los otros. Como dijo el filósofo francés Voltaire, el Dios cristiano es tan grande que si no existiera habría que inventarlo…