Mirad la pintada que me he encontrado en un cuarto de baño. Hoy la palabra resignación suena bastante mal. Si frente a una adversidad –cualquiera que se os ocurra- te preguntan “¿Cómo estás?” A nadie se le pasaría por la mente responder: “Resignado”. No es, como se dice hoy, una expresión políticamente correcta. Parece que esa resignación tiene que ver más bien con la apatía o con la falta de recursos para afrontar un problema que con una virtud positiva.
Incluso en Teología Espiritual se ha dejado de emplear el término resignación como virtud clásica, conmutándolo por otros más ajustados a la mentalidad actual como esperanza, confianza… Parecen léxicos éstos que indican más actividad y una actitud menos pasiva que el vocablo que hoy estamos cuestionando.
Y sin embargo, a pesar de los pesares, ante cualquier penuria o drama humano no falta alguien –normalmente de edad avanzada- que menciona la típica y tópica resignación cristiana. La pregunta sería: ¿Es la resignación un término y un concepto que debemos redescubrir o más bien desterrarlo para siempre en el rincón de los olvidos?
Os propongo hoy ahondar en el significado de la palabra resignación y ver si se ajusta o no a nuestra mentalidad cristiana.
Acudamos para clarificarnos al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. De sus tres acepciones, dos tienen que ver con nuestro comentario. Son las siguientes:
1. Entrega voluntaria que alguien hace de sí poniéndose en las manos y voluntad de otra persona.
Ya tenemos una base sobre la que reflexionar. Primero, cristianamente, no hay nada que encaje mejor en la resolución de un conflicto que la primera acepción, eso sí, cambiando la coletilla “de otra persona” por “Dios”. Resignación, es en primer lugar, y esto es genuínamente cristiano ponernos en manos y en la voluntad divina. La segunda acepción ya entra más en el campo de lo discutible. La tolerancia y la paciencia frente a las adversidades son una sana virtud. Más discutible es la conformidad con esa adversidad. Creo que ese ha sido el talón de Aquiles de la palabra resignación. No siempre se puede uno conformar con la adversidad. Es necesario, en primer lugar, luchar contra la misma. La resignación como actitud de principio lleva a un quietismo y, como decíamos antes, a una actitud pasiva y pasota. Me parece que la resignación debe ser entendida, por tanto, en última instancia, cuando ya se han agotado todos los cauces humanos que impliquen lo que uno debe poner en la adversidad: Lucha, paciencia, tesón, constancia, esperanza y optimismo. Luego, llegados a un punto donde la acción humana es estéril, ahí si podemos halar de resignación cristiana como virtud.
Termino poniéndoos dos ejemplos ilustrativos, ambos sublimes a mi entender:
1. En primer lugar, la oración de Job (El santo de la paciencia) en el versículo 21 del primer capítulo del libro bíblico que lleva su nombre. Allí, tras perder todo lo humanamente perdible: bienes materiales, tierras, hijos e hijas… Job nos sorprende con esta perla de plegaria:
“Desnudo salí del vientre de mi madre,
y desnudo volveré allí.
El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó:
¡Bendito sea el nombre del Señor!"
2. Como no podía ser menos, la oración del Señor en Getsemaní minutos antes de la Pasión que hace bien poco celebramos litúrgicamente. La encontramos en Lucas 22:
"Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz.
Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Pues sí, resulta que la resignación es un sentimiento –cuando es bien entendido- profundamente cristiano. Consiste en luchar denodadamente contra el sufrimiento y la adversidad, pero cuando la solución ya no está en nuestras manos, abandonarnos en las paternales de Dios y, (como dice Isaías, en el capítulo 55 versículos 8 y 9) entender que para Él,:
"Mis planes no son vuestros planes,
vuestros caminos no son Mis Caminos.
Como el cielo es más alto que la tierra,
Mis Caminos son más altos que los vuestros;
Mis Planes que vuestros planes"