En mi juventud tardía volví a ver esta película y mi percepción de ella cambió como de la noche a la mañana. Entonces ya disponía de los elementos histórico-políticos y religiosos necesarios para comprender la película de comienzo a fin, desde el "lanzamiento" de misioneros por las cataratas del Iguazú hasta el diálogo impactante con el que termina. Un tercer visionado ha tenido lugar recientemente para deleite de mis sentidos y para que la nostalgia se adueñara de mí al comprobar el paso de los años desde la primera vez que la vi. Non en vano, se trata de la mejor película en el Festival de Cannes del año 1986 y Óscar a la mejor fotografía, además de otras 6 nominaciones que incluían la de mejor película, el cual recayó finalmente en la bélica Platoon.
El argumento del film mezcla a partes iguales historia y religión, la conquista de América y la Evangelización de las tierras allende los mares. Las relaciones Iglesia-Estado en el siglo XVIII y el emergente capitalismo son dos claves sin las cuales la comprensión del film es escasa. Alrededor de 1758, El padre Gabriel (Jeremy Irons) funda la misión de San Carlos a orillas de las cataratas del río Iguazú, llevando a los indígenas su amor por Jesucristo y por la música. Pronto se le une Rodrigo Mendoza (Robert de Niro), un arrepentido traficante de esclavos que quiere enmendar su vida pasada tomando los votos jesuitas. Todo parece en paz hasta que el imperio portugués se dispone a arrasar esas tierras y sus habitantes, ante la pasividad del Cardenal Altamirano (Ray McAnally) y de la jerarquía vaticana.
Acerca del reparto, además de los ya mencionados, una curiosidad más merece ser mencionada. La Misión se trata de una de las primeras películas de Liam Neeson en el papel secundario de un joven misionero jesuita, volviendo a interpretar muchos años más tarde (2014) la figura de otro misionero jesuita en la película Silencio de Martin Scorsese.
Vamos a la miga del film. La Misión ha sido entendida durante muchos años como un relato feroz de la cruel conquista hispano-portuguesa de América, del odio que la civilización occidental llevó a esas tierras con el pretexto de la cruz pero con la realidad de la espada. Esta ideología me parece una visión parcial y reduccionista del tema por dos motivos. En primer lugar, porque la película es británica, y refleja a modo de remordimiento de conciencia la violencia con la que los ingleses asolaron Norteamérica, pero de manera sibilina ponen como protagonistas de estas masacres a los íberos, cabezas de turco del descubrimiento de América. Hoy en día es fácilmente desmontable esta acusación británica de exterminio por parte de los hispanos-portugueses, ya que en Centroamérica y Sudamérica encontramos altos porcentajes de población procedentes del mestizaje, mientras que en los países conquistados por los ingleses y franceses ese porcentaje es insignificante. Es cierto que en ambos casos se produjeron matanzas indiscriminadas, pero no cabe duda de que fueron mucho más abundantes en el caso de los nórdicos, que sin embargo se fueron de rositas (gracias, entre otros instrumentos, a Hollywood) y colocaron la leyenda negra exclusivamente a hispanos y lusos. El segundo motivo de esta imagen distorsionada es que incluso dentro de la población hispana la película nos presenta figuras pacíficas y con una mentalidad sana, en la que aceptan quedarse al lado de las víctimas y ser junto a ellos los perdedores de esta historia, con los que el espectador tiende a identificarse. En este sentido la película es fiel a la realidad, uno tiende a alinearse con el Padre Gabriel y con el grupo (casi todos mujeres y niños) que deciden orar y portar la Sagrada Custodia sin hacer tampoco ascos al Capitán Mendoza y el resto que responden a la violencia con violencia. En ellos encontramos la imagen histórica de santos que lucharon por la defensa de los derechos indígenas como Fray Bartolomé de las Casas o Francisco de Vitoria. La frase final de la carta del Cardenal Altamirano no puede ser más explícita en este sentido de la "inmortalidad" de algunos personajes históricos:
Así pues, vuestra Santidad, vuestros sacerdotes están muertos...y yo sigo vivo. Pero en verdad soy yo quien ha muerto, y ellos son los que viven. Porque como ocurre siempre, los espíritus de los muertos sobreviven en la memoria de los vivos.
Acerca del contexto en el que es rodada la película, no debemos olvidar que los años ochenta fue una década en la que la Teología de la Liberación en Sudamérica tenía muchos seguidores y la violencia estaba justificada frente al poderoso desde algunos sectores políticos y teológicos. Justo un año después del estreno de esta película, en 1987, se producirían los asesinatos de Monseñor Romero y de Ignacio Ellacuría en países con problemas políticos severos. Todo ello forma parte del background del filme, por lo que el simplismo el papa-rey es malo y los soldados rasos-misioneros son buenos son demasiado triviales e incluso anacrónicos. La historia demuestra que esto no es así, que todas las generalizaciones son malas y que en todos los estratos sociales o puestos de responsabilidad encontramos mejores y peores personas.
Otra de los aspectos desde el que se puede analizar la película es el conflicto moral de los protagonistas. En muchos de ellos se mezclan casi a partes iguales violencia y paz, rencor y perdón, agresividad y mansedumbre, narcisismo y altruismo. En algunos como Mendoza somos testigos de su metanoia o cambio de vida, resumido a la perfección en este diálogo:
mas no tuviere caridad, nada soy.
Y si repartiere todos mis bienes,
y si entregare mi cuerpo para ser abrasado,
mas no tuviere caridad, ningún provecho saco.
La caridad es sufrida, es benigna,
la caridad no tiene celos,
la caridad no se pavonea, no se infla.
Cuando yo era niño hablaba como niño,
sentía como niño, razonaba como niño.
Cuando me he hecho hombre
me he despojado de las niñerías.
Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad.
Las tres. Mas la mayor de ellas es la caridad.
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