A nivel técnico la secuela evoluciona. El director de las primeras entregas, James Wan, se convirtió en productor del film. Para sustituirlo el seleccionado fue Corin Hardy, en el que supuso su segundo largometraje. Las estrellas de la saga Patrick Wilson y Vera Farmiga aparecen solo durante un par de escenas, cediendo el protagonismo a Demián Bichir, Taissa Farmiga (hermana de Vera) y Jonas Bloquet. La música (para mí muy acertada) corrió a cargo del polaco Abel Korzeniowski y la fotografía (lo mejor del film, los paisajes y la atmósfera de Transilvania son espectaculares, las localizaciones preciosas) pertenecen al belga Maxim Alexandre. A nivel argumental también se produce un cambio, pues la saga abandona la realidad para entrar de lleno en la ficción. El título de inicio "Los siguientes hechos ocurrieron en 1.952" sustituye a los anteriores "Basado en hechos reales". Espiritualmente el film se resiente de especialmente de esto último, como veremos en el comentario posterior.
Vamos antes con el argumento. Año 1952. El suicidio de una monja en un convento de Rumanía hace que el Vaticano envíe a un sacerdote y una novicia para investigar lo ocurrido. Al llegar allí son ayudados por un francocanadiense a ponerse en contacto con la abadesa y el resto de las hermanas. Pero en el interior de la abadía comienzan a producirse situaciones paranormales, visiones y ataques que ponen en riesgo sus vidas y sus almas.
Continuemos con el análisis del apartado espiritual al hilo de este argumento y su desarrollo. Como en otras ocasiones, la introducción se hace en un breve diálogo, en el que un cardenal del Vaticano expone la situación. A pesar de no ser películas excesivamente en contra de la institución, la imagen que se transmite de la Santa Sede es oscura y enigmática:
Para corregir esta visión tan pesimista, poco después el Padre Burke ensalza a la Curia en un diálogo con la novicia:
"El Vaticano no toma ninguna decisión a la ligera. Sus motivos habrán tenido para elegirla"
A partir de aquí, la temática y su desarrollo encajan perfectamente en el Universo Warren, pero el desvío hacia lo fantástico es más que evidente. Desde la tercera entrega el apartado espiritual va decayendo en detrimento de la acción. Lo religioso ahora solo es la fachada, lo estético, el contexto en el que se desarrolla la acción, pero la profundidad teológica de las primeras entregas se ha perdido casi en su totalidad. Mantiene algo de su esencia, pero sólo de manera visual, ya que se antepone lo terrorífico y el suspense -y casi la aventura- a la reflexión demonológica. Se quiere proponer una continuidad con la entidad maligna de la saga (Valak) pero no se aporta gran cosa sobre su origen o su manera de fortalecerse. Hay elementos nuevos que aparecen como el pentagrama o el uróboro que hubieran requerido una explicación más sosegada como símbolos satánicos. El film utiliza el miedo que provoca una abadía, sus pasadizos, torres góticas, subterráneos, terrenos abruptos... para crear un clima terrorífico que varía entre lo sagrado y lo profano. Los hábitos de las monjas antiguas -símbolo de disciplina excesiva, de autoridad moral y castigos ejemplares en el imaginario colectivo- ayudan a crear esa atmósfera de terror. Del mismo modo la imagen de una monja poseída es un elemento que provoca angustia en el espectador, que se plantea que si lo sagrado ha sido profanado, si alguien tan religioso ha sido derrotado, cualquiera puede serlo. Los crujidos, portazos, animales infectos, la sangre, el viento y las apariciones espectrales hacen el resto. Visualmente es eficaz, pero todo ello se aparta, insisto, de la realidad maligna que según la doctrina católica puede ser derrotada con penitencia, oración y exorcismos. Solo algunas frases sueltas escapan de esta dinámica:
Hermana Oana: “Pase lo que pase, vea lo que vea y oiga lo que oiga, no pare de rezar.”
Otro tema que no termina de convencerme -en esta misma línea- es la introducción de un personaje que aporta algunas dosis de humor a la trama. Maurice, "el franchute", sería entrañable en una saga como la de Indiana Jones, pero aquí parece completamente fuera de contexto. Es cierto que su presencia sirve para aliviar tensión en el espectador, pero lo hace a costa de restar la poca credibilidad que le queda a la trama. Algunas de sus "desafortunadas" intervenciones son:
"¿Qué es lo opuesto a un milagro, Padre?"
Padre Burke: "La sangre de Cristo".
Franchute: "Joder"
Padre Burke: "Lo más sagrado. Solo una auténtica esposa de Cristo puede portar lo más sagrado"
Más sorprendente aún es que en un momento de la película se presente como el más espiritual de los tres protagonistas:
Franchute: "Esperen. ¿No deberíamos rezar antes?"Padre Burke: “Hay un momento para la oración y otro para la acción, hijo. Ahora es el momento de actuar”
Franchute: "Pues a mí me parece que también es momento de rezar, Padre"
Vamos con los fallos teológicos e históricos, que alguno que otro hay. En primer lugar la película parece obviar que en 1952 Rumanía estaba sometida al régimen comunista, por lo que era altamente improbable que una delegación vaticana pudiera realizar allí ninguna investigación campando a sus anchas y sin una estrecha vigilancia. Tampoco es verosímil el enterramiento de la monja suicida en camposanto, algo que no permitió la Iglesia Católica hasta la entrada en vigor del Código de Derecho Canónico de 1983. Resulta igualmente extraño que habiendo un sacerdote las preces finales las realice una monja, si bien sus palabras son hermosas:
"Humildemente, Señor, ponemos en tus manos a tus siervas, las monjas de Santa Carta. Te han servido en esta vida con fuerza y fe. Líbralas ahora de todo mal y déjalas vivir por siempre a tu lado en perfecta gracia. Amén".
Sí considero un acierto que prácticamente todas las oraciones que aparecen en el film (Padrenuestros, Avemarías y exorcismos) sean recitadas en latín, la lengua usual de los rezos en aquella época. Pero considero extraña la inscripción a la salida de la abadía Finit hic Deo (Dios termina aquí) ya que aún siendo creíble creo que su opuesto hubiera sido más normal (por ejemplo, un "Dios comienza aquí" a la entrada del monasterio).
Vamos con el final. La novicia -recién consagrada monja- derrota al ente demoníaco escupiendo la sangre de Cristo contenida en el relicario sobre la cara de la monja poseída. Como concepción espiritual -más allá de su fantasía- no hay ningún reproche, pero sí sobre su originalidad, ya que es el mismo sistema empleado en la película de 1995 Historias de la cripta: Caballero del diablo, en el que el personaje femenino usa el mismo proceder. Una muestra más de que en este género ya está todo -o casi- inventado, además de una nueva constatación de que la saga se aleja de la ortodoxia de los exorcismos eclesiales para adentrarse en soluciones visiblemente más impactantes.
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