La película del experimentado por aquel entonces Leo McCarey se hizo acreedora de 10 nominaciones a los Oscars, ganando 7 de ellos, incluyendo tres de los grandes: mejor película, mejor director y mejor actor (Bing Crosby). Precisamente el film es un traje a medida para el actor principal, protagonizando a un sacerdote que además de realizar el bien a diestro y siniestro tiene el don de la música como colofón a sus muchas virtudes.
El argumento gira en torno al padre Chuck O'Malley, un joven sacerdote que es trasladado a una parroquia de Nueva York, donde deberá compartir misión con un sacerdote mayor "chapado a la antigua", el padre Fitzgibbons, con el que tiene sus complicidades pero también su discrepancias. Posiblemente en esta película se inspirara Giovani Guareschi para crear a su personaje literario Don Camilo cuatro años más tarde, en 1948 y sus conflictos con su antagonista Don Peppone. Y de ambas obras bebió sin duda Cantinflas para interpretar "El padrecito", teniendo cada cada una de estas secuelas las peculiaridades de sus países respectivos. En estas palabras del anciano sacerdote entrevemos el relevo generacional que nos anuncia la película.
¿Esperanza? Sabes, Chuck, cuando eres joven, es fácil mantener encendido el fuego de la esperanza. Pero a mi edad, tienes suerte si la luz piloto no se apaga.
Espiritualmente la película es irreprochable, ensalzando las virtudes del protagonista principal como centro sobre el que gira la vida de la comunidad religiosa. Su forma de entender el sacerdocio, con un estilo cercano, informal y directo contrasta con los valores más tradicionales y conservadores del padre Fitzgibbons. El sacerdote joven está más preocupado de resolver los problemas económicos de los demás, mientras el sacerdote mayor se dedica más a la vida social acomodada sin complicarse excesivamente la existencia. Ambos dejan entrever ya una incipiente pugna entre dos maneras diferentes de entender la Iglesia que cristalizaría con la celebración del Concilio Vaticano II en 1962. Visualmente podemos apreciar ese aperturismo con el paso de la sotana del sacerdote mayor al uso del clergyman en el sacerdote joven, incluso pudiendo verse esporádicamente al padre O´Malley vestir de paisano en alguna escena. La humanidad que Leo McCarey sabía impregnar a sus personajes queda al descubierto cuando el espectador comprueba que la verdadera misión del padre O'Malley no es acompañar al padre Fitzgibbons sino sustituirlo. El tacto del primero para hacerlo con la mayor delicadeza posible y la manera en la que el segundo lo descubre pero no lo reprocha son dignas de la mayor de las humanidades, reflejando un mundo como el clerical en el que la humildad debe anteponerse a la soberbia, si bien no siempre sucede así en la vida real...
Analizando más detenidamente la figura del padre O'Malley vemos que los problemas tratados por el sacerdote son, sobre todo, económicos más que espirituales: el peligro de la delincuencia como única salida para los jóvenes del barrio, el desahucio de unos inquilinos por falta de pago, la fuga desesperada de su casa de una muchacha, la precaria situación de las instalaciones parroquiales... serán temas con una solución difícil que tendrá que afrontar a lo largo de un film que discurre a un ritmo lento y pausado, donde las reacciones de los personajes son tan importantes como la resolución de las tramas.
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