martes, 14 de julio de 2015

Teología del sacramento del Matrimonio

Estos son mis últimos post antes de comenzar una nueva etapa en mi vida, la del matrimonio. Tras cinco años de noviazgo con la que será mi esposa, el próximo 24 de julio nos daremos el "Sí quiero" que nos unirá ante los ojos de Dios y de la Iglesia para toda la vida. Por ello voy a comenzar unas reflexiones dedicadas al sacramento del matrimonio que estoy preparando en estos días. Comienzo hoy con un post sobre la Teología del sacramento, aunque si tengo tiempo y ganas me gustaría completar la serie con el apartado bíblico y con otro pastoral. 

El primero de ellos me resulta sencillo. En gran cantidad de ocasiones he tenido que explicar los fundamentos teológicos del sacramento a muchas parejas o estudiantes, así que aprovecho ahora para sintetizarlos y exponer sus notas esenciales, que os comento al mismo tiempo que me las recuerdo a mi mismo....

- Lo más llamativo de este sacramento es que los ministros que lo dispensan son los contrayentes, no el sacerdote, que es solo un testigo cualificado de la unión. Si se celebra en el marco de la Eucaristía, entonces el sacerdote sí es el ministro de ésta, pero nunca del Matrimonio. Es por lo tanto el único sacramento que uno se autodispensa a sí mismo con la ayuda del futuro cónyuge. Desgraciadamente, unas veces por exceso ("que ceremonia más bonita del cura... que bien ha hablado...") y otras por defecto ("vaya cura aburrido... vaya cura borde...") el protagonista es siempre el que no debería serlo. Claro que no toda la culpa la tiene el sacerdote. Para ser ministro de un sacramento hay que tener un mínimo de formación, de fe y de eclesialidad, que mucho me temo que no todas las parejas poseen. Los encargados de preparar la celebración, por lo tanto, son los novios, en los siguientes aspectos: Lecturas, cantos, peticiones, partes adaptables del rito, fórmula de consentimiento y de los anillos, fórmula de bendición nupcial, introducción de costumbres litúrgicas locales....


- El sacramento del Matrimonio viene marcado por su indisolubilidad. El matrimonio es "para toda la vida", "hasta que la muerte nos separe"... y no por capricho de la Iglesia, sino por voluntad de Cristo, como leemos en el capítulo 19 de San Mateo: "Y se le acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, le dijeron: «¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?». El respondió: «¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre."


- Del mismo modo el Matrimonio es símbolo del Amor, su materia más importante. Símbolo del amor de Dios Padre al mundo, haciendo a la pareja partícipe de la acción creadora de la divinidad. Símbolo de la alianza entre Dios y los hombres, en la que el primero se mantiene fiel a lo largo de la Historia de Salvación a su alianza, y símbolo del amor de Cristo a su Iglesia. Como Cristo ama a su Iglesia y no la abandona nunca, así los esposos han de amarse mutuamente.

- La celebración del sacramento tiene por objeto consagrar el amor total entre los esposos. El sacramento del Matrimonio conlleva tanto la santificación del eros (amor mundano, ascendente, posesivo) como del ágape (amor fundado en la fe, descendente, oblativo). Ambos son necesarios en la vida matrimonial y no se excluyen, como bien nos recoradaba Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est. Los comentarios sobre este último punto los realizaré con San Pablo y su inevitable Primera Carta a los Corintios en el siguiente post...

lunes, 6 de julio de 2015

El Santísimo de Colombia... y las blasfemias de España

Hace unos días que se acaba de inaugurar en Colombia una imagen que está llamada a ser una de las esculturas cristianas más impresionantes del mundo, llamada "El Santísimo". Representa la imagen de un Cristo triunfante y sereno que bendice al pueblo colombiano y que se ha ubicado en Floridablanca, Santander. La imagen que ya es la más alta de Colombia mide 40 metros de altura y pesa 30 toneladas. Han transcurrido dos años desde que se colocó la primera piedra de esta auténtica mole. Está ubicada en un cerro con unas vistas privilegiadas donde se va a ubicar un eco-parque turístico y de protección medioambiental.
No puede uno más que mirar esta noticia con un toque de sana envidia y casi de perplejidad ante tal manifestación de religiosidad de un país entero. Acostumbrados como estamos en España a que se vayan retirando los símbolos cristianos de todas las dependencias públicas, gusta ver como aún hay culturas diversas a la nuestra que no reniegan de sus raíces cristianas. Alguien en Colombia ha debido entender que 500 años de antigüedad son suficientes para considerar que el cristianismo ha tenido una influencia en la historia y el arte de la nación, y que anunciar al resto de países y al mundo entero que su religión es motivo de orgullo no hace daño a nadie ni vulnera los derechos de los no creyentes, que con no mirar o mirar para otro lado tienen el problema arreglado.

En España, a pesar de nuestros casi 2.000 años de cristianismo, la situación es bien diversa. Los partidos políticos denominados conservadores que deberían luchar por los intereses de nuestra historia y nuestra cultura miran para otro lado de manera vergonzante mientras los progresistas, más ateos y laicistas, campan a sus anchas promoviendo manifestaciones de odio hacia la religión cristiana. La semana pasada, sin ir más lejos, asistimos a la penúltima demostración de rencor e intolerancia a la que no por más repetida termina uno de acostumbrarse. En nombre de la libertad, el respeto y la democracia (que yo creía que eran otros valores) hemos tenido que soportar imágenes como las que acompañan estas líneas, sin que ninguna autoridad jurídica, política o policial tomara ninguna medida contra quienes hieren la sensibilidad de millones de creyentes ni contra los organizadores del evento de cuyo nombre no quiero acordarme.

En fin, tiempos difíciles para una nación que hasta hace bien poco era santo y seña del cristianismo. Que lejos quedan las palabras de San Juan Pablo II en las que decía que nuestro país era la reserva espiritual de occidente...