martes, 28 de octubre de 2008

Historia sobre el Cielo y el Infierno

Esta semana tenemos una doble celebración. El sábado es el día de Todos los Santos, y el domingo la Iglesia conmemora a los Fieles Difuntos. El sábado nos alegramos de aquellos que la Iglesia ha declarado santos, hombres y mujeres que en vida fueron fieles al Evangelio y que ya gozan de la presencia de Dios, por lo que les pedimos que intercedan por nosotros. Y el domingo pedimos por aquellos que han fallecido y no sabemos a ciencia cierta cuál ha sido su suerte. Pedimos al Señor que tenga misericordia de ellos y recordamos especialmente a nuestros familiares y seres queridos que ya no están entre nosotros.

Para "ambientar" esta doble celebración os propongo un cuento que, como todos los buenos cuentos, tiene un mensaje profundo y puede hacernos pensar en estos temas:


Un hombre estaba un día haciendo oración cuando se le ocurrió hacerle una petición atrevida a Dios: Que le concediera la gracia de ver el Cielo y el Infierno. El Señor decidió regalarle ese privilegio y llevó al hombre hacia dos puertas.

Al abrir una de las puertas, el hombre miró dentro y vio que en medio del cuarto había una mesa redonda. Encima de la mesa había una gran olla de comida que olía tan deliciosa que al hombre se le hizo la boca agua. Las personas sentadas alrededor de la mesa estaban muy delgadas, hambrientas, y de muy mal humor. Cada uno tenía atado a su brazo una cuchara con un mango muy, muy largo. Todos eran capaces de meter la cuchara en el guiso y llenarla, pero ya que el mango era más largo que sus brazos, ninguno podía meter la cuchara dentro de su boca.

Luego fueron y abrieron la siguiente puerta. Era exactamente igual que el primer cuarto. Había otra mesa redonda con la misma gran olla de comida que volvió a hacer sentir apetito al hombre. La gente estaba equipada con las mismas cucharas de mangos largos, pero aquí la gente estaba bien alimentada y llena de salud, riéndose y hablando.

El hombre dijo: Señor… ¡……No lo entiendo........!

"Es simple…." dijo el Señor: ".....La situación aquí es un reflejo de la vida en la tierra. Los que están en el cielo usan sus cucharas para darse de comer los unos a los otros, mientras que los castigados en el infierno únicamente piensan en ellos mismos".

martes, 21 de octubre de 2008

Dar sin esperar nada a cambio

La historia que hoy os cuento tiene nombre y apellidos, aunque en realidad es extrapolable a infinitud de religiosos y religiosas que entregan su vida por Dios y por el Evangelio.

En el post de hoy os voy a hablar de Sor Manuela, la que ha sido durante 6 años superiora de las Hijas de la Caridad aquí, en Arcos de la frontera, y ahora ha sido destinada a la casa que tienen en Lebrija. Mis últimos años en la parroquia de Santa María coincidieron con sus primeros en Arcos, así que fui durante un par de años su capellán y se de primera mano el buen quehacer y la labor tan extraordinaria que ha realizado a lo largo de estos años.

Las Hijas de la Caridad tienen un asilo para mujeres, donde recogen a ancianas o impedidas cuyas familias no pueden -o no quieren- atender. Son personas con escasísimos recursos económicos, sin familia en el pueblo y la mayoría requieren tratamiento médico y/o psiquiátrico. Las de edad más avanzada pasan sus últimos días en la cama, con la única atención de las hermanas y las cuidadoras y con esporádicas visitas de cumpli-miento de sus familiares.

Os pongo en el contexto de su labor -como digo la de cualquier religioso/a que se dedica al cuidado de ancianos o enfermos- para que veáis a donde quiero ir a parar ahora.

Ha llegado la hora de su adiós para ser trasladada a otra comunidad, y... ¿Cuál es su despedida?... Ninguna. ¿Cuántos regalos le van a hacer como gratificación por su labor?... Ninguno. ¿Cuántas placas, medallas, reconocimientos... va a recibir?... Ninguna. ¿Cuántas cenas harán en su honor para desearle buena suerte en su nuevo destino?... Ninguna.

Muchas veces la gente se compadece de los curas, que si "estáis muy solos", que si "que dura debe ser la soledad", que si patatín, que si patatán. A mí esto sí que me parece humanamente duro. Cuando un párroco se va de su feligresía, todo ese reconocimiento al menos se lo lleva visiblemente: Cenas, regalitos, saludos, abrazos, besos, misas de despedida, lágrimas... Por muy malo que sea el cura y por muy mala que haya sido su labor siempre tendrá sus "adeptos" que lo despedirán como se merece. Y permitidme la broma, pero hasta el resto del pueblo también irá a la despedida para asegurarse de que realmente se va... En el caso de que el cura haya sido bueno y haya conectado con la feligresía, los actos se pueden ampliar a cartas de agradecimiento en el periódico, manifestaciones en el obispado, recogidas de firmas y demás parafernalia.


Que se dejen de falsa modestia quienes dicen que eso no les gusta. A todos nos va bien que te reconozcan tu labor, que los regalos sean símbolos del cariño, que lloren porque te vas y que veas que has dejado huella en el corazón de la gente. No es que uno lo haga por recibir esas muestras de afecto, pero me parecen tremendamente humanas y de lo más bonito de nuestro ministerio.

Por eso, irse así, como Sor Manuela, por la puerta de atrás, sin hacer ruido y sin un reconocimiento a su labor me parece a la par tan admirable como injusto. Se ha pasado 6 años de su vida dando cariño a quienes su familia se lo había negado, dando techo y comida a quien no los tenía y haciendo una tarea, como limpiar culos -con perdón- que muchos no harían ni por todo el oro del mundo.

Eso es, como os digo, es dar sin esperar nada a cambio. Eso es vocación religiosa y ver en el anciano o el enfermo el rostro de Cristo sufriente. Por eso su recompensa será la mejor posible. No se llevará los aplausos de este mundo, pero en ella, y en tantas personas como ella se harán un día realidad las palabras de Jesucristo en el Evangelio de San Mateo, 19, 29: "Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna."

martes, 14 de octubre de 2008

Reuniones de madres

Todos los años lo mismo. Resulta curioso que, aunque pasen los años, y vaya peinando alguna que otra cana, me sigan sorprendiendo la apatía y la desidia generalizada de las madres de los niños que van a prepararse para la primera comunión.
Después de hablarles de la importancia de la asistencia a la Eucaristía (que debe ser para un cristiano un deleite y no una obligación...), después de pedirles que se impliquen en la preparación de sus hijos, en las oraciones y los temas, en que estimulen a sus hijos con el ejemplo de sus vidas... etc. llega el momento del climax en la reunión. Suele ser más o menos siempre de esta manera:

- "¿Se ha entiendido todo bien?"
- "Claro que sí, claro que sí". -asienten las madres como diciendo: "Como le digamos que no, nos suelta otro tostón...".Seguro que otras están pensando en ese preciso momento: "Habla, habla, que por mucho que digas no nos vas a ver el pelo hasta el día de la primera -y última-comunión..."
- "¿Hay alguna pregunta, entonces?" -Dice uno sabiendo lo que va a venir a continuación...
- "¿Sabe ya la fecha de la Primera Comunión? Es que hay que reservar con tiempo el lugar de la celebración..."- "Eso, eso, que después está todo cogido"... jalean el resto de las madres mientras el murmullo va subiendo de tono y el orden en la reunión se va escapando de las manos...

Entonces es cuando el alma se te cae a los pies. Cuando uno se siente el tío más imbécil del mundo puesto al servicio de una estrategia-marketing social que parece ser lo único que preocupa a la mayoría del personal.
Se que estoy generalizando, pero me parece que encontrar unos padres concienciados y preocupados por la educación religiosa de sus hijos es más dificil que toparse con Pocholo en una biblioteca. Es tan difícil, que pasan desapercibidos en esas reuniones multitudinarias, y sólo en el contacto semanal de aquellos que van a misa, saludan, preguntan por sus hijos... van apareciendo algunos mirlos blancos que hacen que esta vocación siga mereciendo la pena.
Mientras la Iglesia sigue debatiendo sobre financiación, aborto o eutanasia -temas todos ellos que merecen mi máximo respeto- la poca formación o preocupación del común de los bautizados hace que la Iglesia se desangre en una hemorragía que parece no tener fin.
Esperemos que vengan tiempos mejores, aunque me estoy viendo ya, el año que viene, con alguna canita de más y volviendo a escuchar el "¿Se sabe ya cuando será el día de la primera Comunión...?"

martes, 7 de octubre de 2008

El mundo al revés

Hoy me atrevo a crear yo mi propio cuento. Cierto que la idea no es mía, la he visto en la revista de catequesis de nuestra diócesis, pero sí me he atrevido a ponerla por escrito a manera de relato breve. Creo que es una historia con un mensaje profundo y que nos puede ayudar a reflexionar sobre como está nuestro mundo...

Dos hermanos coincidieron después de muchos años sin verse. El primero de ellos era un sacerdote de una pequeña capilla de una gran ciudad. El otro era un afamado político que casualmente iba a dar un mitin en la población donde vivía el sacerdote.

El sábado por la noche, el sacerdote se acercó a escuchar la intervención de su hermano, y quedó gratamente sorprendido. La puesta en escena era impresionante, vinieron autobuses de toda la provincia a escuchar a su hermano, y éste no defraudó. En un abarrotado escenario, la música potente y el ondear de las banderas creaban un clima propicio para la euforia. Gesticulante, entusiasmado, con ironía, chispa y desenfado, el orador consiguió arrancar miles de aplausos, ovaciones, vítores y cánticos. Toda su intervención consistió en atacar al partido político rival y en prometer un sinfín de ayudas, subvenciones, trabajos, mejoras y accesorios para la urbe. Al salir del escenario, repartió miles de besos y abrazos entre los asistentes que no dejaban de aclamarlo.

A la mañana siguiente, el político se acercó a la capilla de su hermano. La misa era a las 11:00 y sólo unas cuantas personas mayores ocupaban los últimos sitios de las bancas. Una música mas bien propia de los años ochenta se oía por unos viejos altavoces. Comenzada la misa, pronto se hizo notar que la megafonía era un desastre. Apenas se intuía las oraciones que su hermano decía, a lo que no ayudaba el que éste lo hacía deprisa y sin entonación ninguna. Mirando a su alrededor, el político vio como algunos feligreses bostezaban, como un teléfono móvil no paraba de sonar ante la indiferencia de su propietario y como el resto del personal parecían distraídos o pensando en sus cosas. La homilía se hizo eterna, con un lenguaje inaccesible a los oyentes y un tono de voz que incitaba a una siesta mañanera. A la hora de darse la paz, un frío saludo o un gesto con la mirada fueron las únicas concesiones entre los dispersos asistentes. La misa terminó como comenzó, en un ambiente desangelado y más bien triste.

A la hora de la comida compartieron una distendida charla entre hermanos. Recordaron viejos tiempos, rieron rememorando anécdotas de la infancia y la juventud y fue ya a los postres cuando se sinceraron el uno con el otro.

“¿Sabes?” -Afirmó el cura-. “Cuando me hice sacerdote soñaba con tener un éxito como el tuyo anoche. Soñaba con llenar los templos, con las felicitaciones, los elogios y conque todo el mundo tuviera fe gracias a mis predicaciones. Con el tiempo me he ido dando cuenta de que o yo no lo hago bien o a la gente no le interesa lo que les cuento…”

“Te diré una cosa”, -respondió su hermano- “Cuando me hice político soñaba con defender a los ciudadanos, con ser justo, honrado, no engañar a nadie y decir siempre la verdad. Con el tiempo también me he dado cuenta de que todo eso es imposible”.

“En el fondo somos víctimas de nuestra propia sociedad…” -dijo meditabundo el cura-. “Tu te pasas toda tu vida diciendo mentiras como si fueran verdades y yo intento trasmitir verdades que sólo parecen mentiras…”

“Me temo que llevas toda la razón”, -afirmó el político mientras asentía con la cabeza y apuraba su taza de café.