sábado, 27 de junio de 2020

Domingo 13 Tiempo Ordinario Ciclo A

Mi profesor de Antropología Espiritual, el dominico Francisco Rodríguez Fassio, dijo un buen día en una de sus clases, una de esas frases que, uno no sabe bien por qué, se te quedan grabadas a fuego en la mente: "la Gracia de Dios es gratis, pero no barata".

Precisamente el Evangelio de este domingo nos habla de este aspecto. La gratuidad del don de Dios y "el precio" que supone la tarea de ser cristianos.

El Bautismo es una cosa muy seria. Nos hace hijos de Dios para toda la eternidad. Nada ni nadie podrá borrar ese signo indeleble grabado en nuestra alma. Ni siquiera una hipotética y férrea voluntad de querer apartarnos de Dios, dejaría de hacernos hijos de Él. La paternidad de Dios no entiende de pecados, infidelidades ni huidas. Sólo entiende de amor y espera.

Como en la parábola del hijo pródigo, si un hijo se marcha de su lado, Dios como buen Padre, esperará pacientemente cada tarde a que en el horizonte se vea volver a aquel que se marchó de casa, para en cuanto lo vea, salir corriendo a su encuentro y abrazarlo y cubrirlo de besos (cf Lc 15, 20).

Pero una cosa es el don inmerecido de ser hijo de Dios y otra muy distinta es la tarea ardua de ser cristiano. Para ser cristiano, hace falta querer serlo. Hay que desarrollar un acto de la voluntad, que debe estar precedido de la fe y hay que querer comprometer la única vida que tienes como discípulo de Cristo. Y esto ya no es don, es tarea que se hace o no se hace. Es una carta que se juega o no se juega.

Por ello, la fe ha de ser anterior al Bautismo. No se puede, ni se debe, bautizar a nadie sin fe. De hecho cuando se bautiza a un niño (párvulo), que evidentemente no tiene fe, se hace en virtud de la fe de la Iglesia, de la fe de los padres y padrinos. Tan es así, que si el sacerdote no observa garantías de que esa fe exista o no se vaya a transmitir, no debe administrar el Sacramento y habrá de diferirlo hasta que estas garantías de transmisión de fe aparezcan (cf CIC 868).

Pero por encima de nuestra perenne condición de hijos de Dios, el Evangelio de este domingo, que pertenece al capítulo 10 de San Mateo, nos ofrece las dos características que ha de tener nuestra fe para que podamos ser llamados y ser en verdad, discípulos de Cristo.

- Para el discípulo, lo primero es Dios. Hay muchos que piensan que Dios es Alguien más entre otras muchas cosas o personas. El Señor lo advierte: Sólo podrá ser discípulo, el que priorice a Dios sobre todas las cosas. 

"El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí".

Podría pensarse que Dios es cruel y que es injusto e indeseable lo que nos pide: Amar menos a nuestros familiares que a Él.

Sin embargo lo que nos está cuestionando Cristo es qué cosas o qué personas fundamentan nuestra vida. La mayoría de esas cosas y personas son buenas y necesarias, pero sólo en sí mismas y apartadas de Dios, no nos harán felices. Incluso algunas de esas relaciones, por exceso o defecto, pueden ser tóxicas y destruirnos como personas: amores no correspondidos, "amores" egoístas o posesivos, o amores que son expresión de nuestros miedos y carencias...

La vida de muchas personas está marcada por la frustración y decepción que supone haber endiosado a otras personas: 

¿Cuántos matrimonios que se juraron amor eterno se convirtieron en indiferencia u odio a los años? ¿Cuántas amistades "de toda la vida" se rompieron de buenas a primeras? ¿Cuántos hijos dejaron de amar a sus padres y se convirtieron en sus enemigos acérrimos?.... O se ama lleno de Dios... O como diría un amigo mio: "Yo me río de los quereles de la gente"

Es cierto que el ser humano necesita amar y ser amado. Pero sólo el amar recibido y correspondido a Dios llenará nuestra vida y nos capacitará para amar y hacer felices a los demás. En palabras de San Agustín: "Todo intento de centrar mi vida en otro ser humano está condenado al fracaso, porque mi misma finitud la comparte cualquier otro ser humano".

- El discípulo ha de serlo a las duras,... y a las más duras. Solemos pensar que la fe es un parapeto para que no se nos presenten en nuestra vida contrariedades y problemas: Rezando un Rosario o yendo a Misa los primeros viernes de cada mes... "se acabaron los problemas".

Sin embargo, no sé en qué página del Evangelio hemos leído tal planteamiento. Porque lo que si aparece en el Evangelio son frases parecidas a la que podemos leer hoy:

"El que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará".

No hay discipulado sin Cruz. Y esto es bueno sopesarlo antes de comenzar el seguimiento. No podemos tirar la toalla con la llegada de la cruz. Tan experiencia de fe es la compañía gozosa de Dios Transfigurado en el Monte Tabor como experimentar la tristeza, soledad y agonía en el monte Gólgota o Getsemaní

Muchos "creyentes" reniegan de Dios cuando llega la adversidad. Si Dios es bueno y omnipotente... ¿Por qué permite que me este pasando esto?. Dudamos de Dios porque en el fondo no aceptamos que la cruz sea la señal del cristiano. 

Dios no exime de la cruz, da fortaleza para llevarla, confiriéndole sentido para que ésta nos redima. Ser cristiano es aceptar que la cruz no es la constatación de que Dios no existe, sino que es oportunidad de encuentro con Él y camino de salvación. 

En definitiva... este Evangelio de hoy te dice que si tu inquietud es si Dios te ama o no, no debes preocuparte: Eres su hijo e incluso ha dado su vida por ti: No dudes de Él, si aparece la Cruz en tu vida. Nada temas. Su vara y su cayado te sosegarán. (cf Sal 22).

Lo que te cuestiona este Evangelio, es si se puede decir de tí lo mismo con respecto a Él: ¿Te sientes capacitado para además de ser hijo amado de Dios, convertirte en cristiano y amarlo sobre todas las cosas en toda ocasión y circunstancia?

Merece la pena que contestes que sí. Tu felicidad y tu salvación están en juego.

Luis Salado de la Riva

miércoles, 24 de junio de 2020

Sonetos a Cristo crucificado de Lope de Vega

Voy a iniciar una serie de entradas sobre poesía cristiana. Esta semana quiero compartir con vosotros estos cuatro sonetos de Lope de Vega (1562-1635) a Cristo crucificado. El soneto es una composición poética formada por catorce versos de arte mayor, generalmente endecasílabos, y rima consonante, que se distribuyen en dos cuartetos y dos tercetos. Lope de Vega, por su parte, es un autor en el que la poesía religiosa ocupa un lugar principal. Además de las Rimas sacras, los Pastores de Belén y los Soliloquios, Lope dejó escrita la epopeya hagiográfica más importante del Siglo de Oro: Isidro. Os dejo estos cuatro sonetos que además de su valor artístico sirven para la meditación y la oración:

Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño,
Tú que hiciste cayado de ese leño,
en que tiendes los brazos poderosos,

vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies hermosos.

Oye, pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.

Espera, pues, y escucha mis cuidados,
pero ¿cómo te digo que me esperes,
si estás para esperar los pies clavados?




Con ánimo de hablarle en confianza
de su piedad entré en el templo un día,
donde Cristo en la cruz resplandecía
con el perdón que quien le mira alcanza.

Y aunque la fe, el amor y la esperanza
a la lengua pusieron osadía,
acordéme que fue por culpa mía,
y quisiera de mí tomar venganza.

Ya me volvía sin decirle nada,
y como vi la llaga del costado,
paróse el alma en lágrimas bañada:

Hablé, lloré y entré por aquel lado,
porque no tiene Dios puerta cerrada
al corazón contrito y humillado.



¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,
y cuántas con vergüenza he respondido,
desnudo como Adán, aunque vestido
de las hojas del árbol del pecado!

Seguí mil veces vuestro pie sagrado,
fácil de asir, en una cruz asido,
y atrás volví otras tantas, atrevido,
al mismo precio en que me habéis comprado.

Besos de paz os di para ofenderos,
pero si fugitivos de su dueño
hierran cuando los hallan los esclavos,

hoy que vuelvo con lágrimas a veros,
clavadme vos a vos en vuestro leño,
y tendréisme seguro con tres clavos.



Muere la vida, y vivo yo sin vida,
ofendiendo la vida de mi muerte,
sangre divina de las venas vierte,
y mi diamante su dureza olvida.

Está la majestad de Dios tendida
en una dura cruz, y yo de suerte
que soy de sus dolores el más fuerte,
y de su cuerpo la mayor herida.

¡Oh duro corazón de mármol frío!,
¿tiene tu Dios abierto el lado izquierdo,
y no te vuelves un copioso río?

Morir por él será divino acuerdo,
mas eres tú mi vida, Cristo mío,
y como no la tengo, no la pierdo.

sábado, 20 de junio de 2020

Domingo 12 Tiempo Ordinario. Ciclo A

Leí una vez una frase de Eduard Punset que me llamó mucho la atención: "la felicidad no es la ausencia de problemas, sino la ausencia de miedos". El miedo es, por tanto, el gran enemigo para que el ser humano pueda llegar a sentirse feliz. Y esto es cierto, porque paradójicamente, es curioso como ante una misma circunstancia, una persona puede sentirse infeliz y otra distinta, totalmente afortunada y feliz.

Mi recorrido vital en estos cuarenta y siete años que Dios me ha regalado de vida, me ha llevado a poder afirmar las tres siguientes evidencias:

- La primera, que nos pongamos como nos pongamos, tarde o temprano, vamos a tener que enfrentarnos a situaciones que nunca habríamos deseado vivir: la enfermedad, la muerte de un ser querido, un desengaño amoroso, la incomprensión o rechazo de los demás, quedarse sin trabajo o sin recursos económicos, el fracaso, la soledad....

- La segunda, que esos momentos desgraciados, son, afortunadamente, muchísimos menos que los que nuestra peligrosa mente nos anticipa: ¿Cuántos hipocondríacos han temido el diagnóstico de un cáncer o la llegada de un infarto fulminante?, ¿Cuántos pesimistas han pensado que cuando perdieron aquel trabajo ya no iban a levantar cabeza jamás?, ¿Cuántos románticos pensaron que sin "el amor de su vida" no iban ya nunca a encontrar el amor?... Y es que, casi siempre, el peor enemigo del ser humano es nuestra propia mente. Como dijo Shakespeare: "el cobarde muere mil veces, el valiente solo una".

- Y tres: la vida me ha enseñado, e imagino que a todos los que me leéis también, que cuando "el toro se pone por delante", Dios da valentía y fuerza para sacar la muleta y aunque no se pueda"cortar oreja y rabo", hacer por lo menos "una faena aliñadita". A pesar de las fatigas que se pasan en el momento de la cruz, cuando ya todo ha pasado... no es extraña la experiencia de sentir que era mucho más fiero el león o el toro que me pinté, que con el que realmente me tuve que enfrentar.

Con esas tres evidencias que la vida me ha ido enseñando, cuando tropecé con esa afirmación de Punset, y casi "por defecto de fábrica", me llevé esta frase a mi terreno: Al terreno de la fe. La utilizaba y la repetía mucho en mi meditación y oración, ... y un buen día leyendo este texto del Evangelio de San Mateo (Mt 10,26-33) que nos acompaña en este Domingo, descubrí, que antes que Punset, ya Cristo había dicho lo mismo.

Si analizamos el Evangelio de este domingo, nos daremos cuenta, que por tres veces el Señor repite en esos escasos versículos "No tengáis miedo". Y ¡ojo! llamo deliberadamente a Cristo, Señor, porque el que nos dice "no tengáis miedo" no es cualquiera, sino el que tiene el señorío (dominio) sobre Cielos y tierra. Si el Señor nos dice que no tengamos miedo....¿Quiénes somos nosotros para pretender tener más razón con nuestros miedos, que Cristo con su señorío?

El Evangelio de este domingo es precioso, porque el Señor nos invita a desterrar por siempre de nuestra vivida las tres fuentes de donde emanan todos nuestros miedos:

1.- "No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse".

El primer miedo es el terror a no ser aceptado por los demás. El miedo a ser rechazados o a no tener valor ante los demás. A ser ignorado o ridiculizado por los demás por nuestra condición, nuestras miserias o a veces incluso nuestros complejos. Esto hace que para muchas personas la vida sea una especie de representación teatral, en la que se malvive de una manera esquizofrénica, tapando y camuflando miserias, pasados y pecados.

Ante Dios no cabe esa actitud. Dios nos dice que no tengamos miedo a su rechazo, porque Él nos ama tal y como somos. Nada hay oculto que Él no sepa.

2.- "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma"

El segundo miedo es quizás el miedo más asfixiante en nuestras vidas: el miedo a morir. El miedo a la enfermedad, entendida ésta como la antesala de la muerte. El Señor nos invita, sin embargo, a confiar en la certeza de la Resurrección. "No se puede matar al alma unida a Dios".

Como dice San Pablo en la Carta a los Romanos: "¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Nada podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor." (Rm 8, 35. 39)

3.- "No tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones".

El tercer miedo es el miedo al futuro como amenaza de nuestro bienestar. El ser humano pone su confianza en el tener y poseer y tiene miedo a que pueda perder todo lo conseguido, y quedar "desnudo", a la intemperie y hambriento. El Señor nos invita, sin embargo, a confiar en la divina providencia ¿No valemos más que los gorriones que comen y beben todos los días?. Nuestra vida no ha de vivirse desde una actitud temerosa de pre- ocupación, sino desde una actitud confiada de ocupación.

Permitidme que termine esta homilía con un cuento que por más que lo leo y lo narro, no deja de sorprenderme y de entusiasmarme:

"Un hombre tenia pánico a volar, pero por un compromiso de trabajo no tuvo más remedio que tomar un avión para Bruselas. Un niño muy educado y formal subió también al avión, buscó su asiento y se sentó justo al lado de aquel hombre. El niño abrió su cuaderno de pintar y empezó a colorearlo. No presentaba rasgos de ansiedad ni nerviosismo al despegar el avión. Sin embargo nuestro hombre se había tenido que desabrochar la chaqueta, tenía las manos llenas de un sudor frío y pidió a la azafata una infusión para calmar su ansiedad. Durante un buen rato, hubo tormentas y muchas turbulencias. En un determinado momento hubo una sacudida tan fuerte que el hombre se puso atacado de los nervios y comenzó a gritar y a llorar desconsoladamente. La azafata fue en su ayuda y le dio una pastilla tranquilizante... el niño, sin embargo, mantenía la calma y la serenidad en todo momento y continuaba coloreando como si nada.

¿Cómo lo hacía?, ¿Por qué estaba tan calmado? Una vez que por fin aterrizaron, el hombre no pudo contenerse más y le preguntó: Niño de mi vida: ¿Tú no tienes miedo?

No señor , -contestó el niño, y mirando su cuaderno de pintar le dijo: "Mi papá es el piloto".

Luis Salado de la Riva

jueves, 18 de junio de 2020

Entrada número 800

Con algo de retraso publico la entrada número 800 del Blog. La entrada número 700 la dediqué a cinco imágenes con contenido cristiano que captaron mi atención en septiembre de 2019. Voy a seguir hoy con esa iniciativa aportando 4 imágenes más:

La primera es este bonito mensaje un poco en la misma línea. Pocas cosas se consiguen en la vida sin esfuerzo, constancia y perseverancia. Una imagen muy gráfica que nos ayuda a luchar aunque la vida nos ponga las cosas difíciles, aunque otros hayan desertado de la tarea, aunque la barrera parezca infranqueable y las fuerzas flaqueen...




La segunda es esta cruz realizada con manos humanas que siempre me ha llamado la atención. La cruz, el símbolo de la muerte y de la tortura que sin embargo gracias a los cristianos es símbolo de vida y de presencia de Dios. Esta en concreto, realizada con manos humanas, me recuerda que los cristianos somos los encargados de que el mensaje de Jesús se siga transmitiendo de generación en generación en una tarea infatigable que dura ya más de 2.000 años.





La tercera es un mensaje cristiano aunque sea presentado desde la Religión budista. El pasado nos ata y el futuro es incierto, así que solo nos queda el presente para hacer el bien y la voluntad de Dios. Deberíamos recordarlo más a menudo...








La cuarta es un halago a la constancia y la perseverancia. En cierta manera poner esta imagen es un pequeño homenaje al Blog, ya que tras 800 entradas y 14 años de vida creo que se va asemejando a esa gota de agua que golpea contra la roca incesantemente hasta que la horada. Seguiremos al pié del cañón -siguiendo con el símil militar de la imagen- mientras Dios me dé fuerzas y salud.

La última imagen con mensaje cristiano es estremecedora. Es una estatua de un autor eslovaco, Martin Hudacek, llamada "Memorial para los niños no nacidos" en la que se presenta a una madre que llora desconsolada arrepentida de haber abortado mientras el espíritu de su hijo no nacido la consuela. Me impactó desde que la ví por primera vez en la web y creo que no necesita mayor comentario.


sábado, 13 de junio de 2020

Homilía Corpus Christi Ciclo A

Desierto y hambre. Son las dos palabras que marcan la temática de la primera lectura: El pueblo de Israel al que Dios ha librado de la esclavitud en Egipto, camina 40 años... (se dice pronto), por el desierto en busca de la Tierra Prometida.

En ese largo periodo de tiempo el hambre, la sed, el cansancio, el miedo y las dudas, hacen que los israelitas dejen de confiar en Dios y murmuren y se rebelen contra Él... ¿Quién no lo hubiese hecho?...

Dura misión la de Moisés que durante esos 40 años consigue que Dios haga llover ese maná que servirá de alimento para un pueblo que peregrina casi sin rumbo, y que es presa de un hambre que los enloquece.

Pero lo curioso es que 3.500 años después... nuestra vida no difiere mucho de ese escenario que se nos relata en esa lectura del Deuteronomio. Quizás convendría que leyeras esa primera lectura de hoy, como si fuese la historia de tu vida. Te sorprenderá verte reflejado.

Nuestra vida es, en muchas ocasiones, un desierto donde, como el pueblo de Israel, hemos perdido el horizonte. Ni siquiera sabemos si ese horizonte, si esa Tierra Prometida, es una realidad o una quimera provocada por un espejismo que emana del deseo de nuestra mente. A veces incluso cuando más cerca nos parece estar de esa Tierra Prometida, aparece la enfermedad, la contrariedad, la muerte.... y es mayor el desconcierto, el vacío y la desilusión.

Y el hambre. El hambre de sentido. El hambre que nos hace seres infelices y que nos hace "picotear" de aquí y de allá, de lo primero que encontramos, ... buscando saciar nuestro corazón y nuestra alma... Pero el hambre no sólo no se va, sino que nos atrapa para hacernos vivir de una manera primaria y envilecida.

En medio de ese desierto y esa hambre, Cristo, como nuevo Moisés viene a traernos el auténtico maná: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resu­citaré en el último día. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El que me come vivirá por mí".

Sinceramente... ¿Alguien da más en medio del desierto para combatir el hambre?: Alabado sea Jesús sacramentado. Sea por siempre Bendito y alabado.

Luis Salado de la Riva

miércoles, 10 de junio de 2020

El Poder de la Resurrección (The Power of the Resurrection, EE.UU., 1958)

Estos días he visto El Poder de la Resurrección, un corto pero intenso relato de los últimos días de San Pedro en la cárcel antes de ser martirizado. Más que una película se trata de un telefilm de 60 minutos dirigido por Harold D. Schuster (su obra póstuma como director) para las televisiones estadounidenses. 

Lo primero que hay que aclarar de esta película es que se trata de un añadido posterior a una serie americana, "The Living Bible", de 1952. Esta era una serie de 26 episodios de 30 minutos de duración cada uno sobre la vida de Cristo, desde su Nacimiento hasta su Ascensión a los Cielos. Fue muy utilizada en las parroquias americanas para la escuela dominical de catequesis, y tal fue su éxito que se decidió grabar este último capítulo en 1958 como colofón a ese inmenso trabajo. No es una superproducción con efectos especiales tipo "Ben Hur", "Quo Vadis" o "Los Diez Mandamientos", sino un film menos pretencioso pero más fiel a los relatos evangélicos.

A nivel de argumento se basa en las últimas horas de San Pedro en la cárcel mamertina de Roma. Allí infunde ánimos a los demás cristianos que como él están esperando el momento del martirio. Para ello, se utiliza la técnica del flashback (supongo que novedosa para la época) y rememora el periodo que va desde los días antes de la Pasión, en Betania, hasta la Resurrección y Ascensión a los Cielos de Cristo. Evidentemente tiene un protagonismo especial su propia figura (me gustó especialmente la escena en la que en un mercado se hace con una espada para defender a Cristo en el huerto de los Olivos), haciendo especial hincapié en las negaciones, la huida en el momento de la crucifixión, ser el primer testigo de la resurrección tras la Magdalena y la triple confesión de fe que realiza en la aparición de Jesucristo junto al lago de Genesaret. Me resultó novedoso también la manera en la que se presenta a los sumos sacerdotes Anás y Caifás, quienes según el film lo que pretendían en un primer momento junto a Judas era que Cristo se mostrara como un mesías guerrero y libertador de la opresión romana. Desencantados por cómo entra Jesús en Jerusalén es en ese momento cuando deciden acabar con él.  

Para la meditación voy a transcribir los dos diálogos con su joven compañero de celda, el primero es el primer diálogo del film y el segundo el último, espero que os sirvan:


Joven: No puedo afrontarlo. ¡No puedo! 

Pedro: Anda, come. 
Joven: Si fuera valiente como tú, sería diferente. ¡No sabes cómo me siento! 
Pedro: Dentro de ti hay un latido como si tu corazón quisiera estallar... en la boca del estómago, hay un nudo... quieres huir pero no puedes... así que si todos los demás no estuvieran aquí, llorarías como un niño. Oh sí, sé lo que se siente al tener miedo...
_______


Guardia: Tú, el que se llama Pedro. 

Pedro: ¿Si? 
Guardia: Eres el siguiente. 
Pedro: Por supuesto. (se dirige hacía el joven): Bueno, muchacho... 
Joven: Cristo esté contigo, Pedro... y me gustaría que supieras que a partir de ahora él también vive dentro de mí.

sábado, 6 de junio de 2020

Homilía Domingo Santísima Trinidad Ciclo A

Creer en la Santísima Trinidad es tanto como creer que Dios es Amor. (I Jn 4, 8).

En este Domingo de la Trinidad, las palabras para explicar este Misterio son intentos vanos y estériles, como lo serían pretender coger el aire a puñados o ponerle puertas al mar.

El papa Francisco en el Ángelus de la Solemnidad de la Santísima Trinidad el 31 de Mayo de 2015 dijo: "La Trinidad es comunión de Personas divinas, las cuales son una con la otra, una para la otra y una en la otra: esta comunión es la Vida de Dios, el misterio de amor del Dios Vivo”.

Ahondando en esa frase del papa, permitidme que comparta con vosotros tres consecuencias de cómo tendría que ser nuestra vida, si queremos ser reflejo de ese Dios Amor.

- Ser uno con el otro: La Trinidad es vivir con. No es una existencia aislada ni solitaria. Es una existencia en compañía. Nuestro vivir es también un existir junto a otros. Por supuesto junto a Dios, pero también con el prójimo. El vivir en compañía nos tiene que llevar a ser personas capaces de comunicarnos. La auténtica comunicación requiere hablar con sinceridad (no es verborrear temas ajenos o superficiales) y ser capaces de escuchar con paciencia: "Dios nos hizo con dos oídos y una boca, para escuchar el doble de lo que hablamos". Y ya que hablamos de Misterio Trinitario, de Misterio de Amor: El amor se expresa más en la escucha que en el consejo... Para dar consejos... sobran candidatos, para escuchar...¡Qué trabajito cuesta encontrar a alguien!

- Ser uno para el otro. La Trinidad no solo es vivir juntos, es vivir para el otro. Es un vivir que se desvive. Un vivir que da la vida. Un vivir que muere: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". (Jn 15, 13). Nuestro vivir como imagen de la Trinidad tiene que ser reflejo de esa entrega. "Conviene que yo mengüe, para que el otro crezca", decía el Bautista cuando apareció el Mesías por el Jordán. (Jn 3, 30). O como recuerda San Pablo que afirmó el Señor: "Hay más alegría en dar que en recibir".(Hch 20, 35). Sólo la humildad nos hará morir a nosotros mismos, para que sea el otro, el que viva.

- Ser uno en el otro: La Trinidad es Comunión, Unión íntima. Nuestro vivir creyente ha de estar basado en la fuerza de la comunión. La comunión va más allá de nuestras afinidades y afectos humanos y que se basa en la certeza de ser parte de ese misterio Trinitario. No se trata ya ni de mí, ni de ti, ni de él, sino de nosotros. Y ese nosotros ha de vivirse no solo con Dios, sino también con los hermanos. "Qué sean uno, Padre como Tú y Yo somos uno, para que el mundo crea" (Jn 17, 21). En la vivencia de la comunión está en juego nuestra credibilidad como testigos de Dios. No es fácil vivir en comunión, y como la vida nos enseña,... tarde o temprano, es imposible la comunión sin el perdón. El perdón es la máxima expresión del amor. Dime cuanto perdonas y te diré cuanta imagen de Dios Uno y Trino llevas en tu alma.

Escucha, desvívete y perdona: Serás reflejo del Amor Trinitario. Serás reflejo del Dios Amor.

Luis Salado de la Riva

miércoles, 3 de junio de 2020

Católicos, (Catholics, Reino Unido, 1973)

Católicos es una interesante película británica de 1973 que refleja varios puntos fundamentales de las  problemáticas postconciliares del Vaticano II. El film se presta a la reflexión, a pesar de que hoy en día creo que la mayor parte de sus conflictos están bastante superados. Vamos a comentar el argumento y después apunto los temas que me ha suscitado su visionado a partir de los protagonistas principales.

La película se ambienta de manera futurista en los finales del siglo XX, en los que tras un hipotético Concilio Vaticano IV se ha creado una Hermandad Ecuménica en la que todo el cristianismo se ha unido en una sola confesión y se busca incluso la unión con todas las religiones del mundo. La práctica religiosa ha decaído y por ello se busca una unificación de credos aún a cambio de renunciar a lo genuino de cada Iglesia. En la Iglesia Católica, por ejemplo, los sacerdotes visten todos de seglares, se ha prohibido la confesión privada, no se cree en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y tampoco está permitido decir la misa en latín. Un monasterio de la costa de Irlanda edificado en el siglo XII y dirigido por el abad Tomas O’Maley (Trevor Howard) se rebela contra todo ello y el superior de la Orden en Roma (Raf Vallone) envía al Padre James Kinsella (Martin Sheen) para arreglar el asunto. En los diálogos entre el abad y el legado romano es donde se encierran las dos visiones teológicamente contrapuestas que se enfrentaron en el Vaticano II y que aún hoy en día siguen de alguna manera vigentes.

El Padre James Kinsella es un joven sacerdote revolucionario, viste de laico, es dialogante y tolerante, reza en una postura zen y apoya que la religión sea más una doctrina social que una fe. Defiende la Teología de la liberación, a los sacerdotes que ayudan a derrocar gobiernos y acata las órdenes de sus superiores sin cuestionarlas. Cree que la ortodoxia de ayer es la herejía de hoy y que si no se evoluciona los fieles abandonarán la Iglesia.

El Abad Tomas O’Maley, por su parte, es un sacerdote más maduro, chapado a la antigua, defiende todas las tradiciones y cuestiona las modernidades de la nueva Iglesia. Cree que la clave de la supervivencia de la Iglesia están en la jerarquía y la obediencia ciega, lo que le causa un conflicto al tener que obedecer órdenes de Roma y a su vez hacer que su comunidad obedezca esas órdenes que él no comparte. Dirige una comunidad religiosa que cumple los votos de pobreza, obediencia y castidad a rajatabla pero que se rebela contra la visión moderna de la Iglesia.

La película se inicia con una misa en latín, de espaldas al pueblo (o de cara a Dios, según se mire...) con mujeres veladas y hombres que rezan el rosario al no entender bien lo que allí sucede. El abad afirma que la ventaja de esta praxis es que en todas partes se entendería. Decir la misa en latín forma parte del misterio "porque se habla con Dios, no con el vecino". En su opinión así se ha hecho 2000 años y así se debe seguir haciendo. La misa de ahora es a su juicio una parodia, un juego. Se toca la guitarra, se da la mano... Todo para atraer, pero sin embargo las iglesias cada vez están más vacías. El abad dice “Yo divido la Iglesia en dos, los que predican y los que rezan, o si lo prefiere misioneros y monjes”. Dirige a los hermanos en una vida dura, sin tv, con comidas austeras, frío y humedad, silencio... que solo puede ser entendido desde una vocación especial.

La fe y la obediencia son los temas transversales que recorren todo el film. ¿Se puede tener una fe y una conciencia que lleven a no obedecer a quien ha hecho un voto de obediencia y percibe nítidamente la injusticia de lo que se le pide?, ¿Se puede por otro lado ser obediente sin ni siquiera tener fe pero aparentar que es el motor de la vida espiritual?. La fe en los milagros aparece también como una característica del católico que es cuestionada por la visión moderna de la fe y del ecumenismo.

La película termina de una manera enigmática. El abad pide a su comunidad rezar un padrenuestro (el abad dice “Es nuestra forma de cambiar las cosas: rezando”) con el que se deja entrever que la comunidad se pliega ante las órdenes de un abad que sin embargo ha perdido la fe hace tiempo pero aún aparenta tenerla....

Una película interesante para estudiar la fe y la disciplina en la Iglesia.