Ha llegado la Pascua, y la alegría debe desbordarse en nuestro interior del mismo modo que pronto lo hará el azahar de nuestros hermosos naranjos. Serán 50 días para rememorar la Resurrección de Cristo y su victoria sobre la muerte.
En efecto, por mucho que a veces no veamos más allá de la cruz, por mucho que nuestros ojos no vean lo que hay detrás de la empinada cuesta que conduce al Gólgota, nuestra fe nos asegura que todo acaba bien. Dios nos asegura que nuestras lágrimas de tristeza se transformarán un día en alegría, y que la aparente ausencia de Dios en la Pasión se troca ineludiblemente en presencia divina redentora y sanante.
Dios nunca nos deja de la mano, e incluso detrás del salmo rezado por Cristo en la cruz "Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?" se oculta una oración de rebeldía pero confiada en que Dios escucha nuestras plegarias, aunque sean desesperadas.
Nuestra historia es Historia de salvación y todo está destinado (si nosotros nos dejamos conducir) a unirnos a la victoria de Cristo glorioso triunfador sobre el mal y la muerte.
Perdonad que insista una vez más con los ejemplos que más me llenan, pero no encuentro otros mejores: Nuestra vida se parece a ese final apretado de un intenso partido de fútbol. Parece que vamos perdiendo, que nuestra fatiga, cansancio y sudor han sido en valde, pero no es así. El gol en el último minuto -que Cristo marca por nosotros- nos da la victoria por la que tanto hemos luchado.
Levantemos el trofeo de la Resurrección que da sentido a tanto esfuerzo.