No me explico cómo he tardado más de 20 años en verla. Tampoco
recuerdo que nadie me la haya recomendado nunca. Y sin embrago, mi memoria a
duras penas alcanza a vislumbrar la última vez que una película me emocionaba
tanto. Quiero recordar que desde El Club de los Poetas Muertos, Cinema Paradiso
o La Vida es Bella (por citar algunas de este selecto círculo) no experimentaba
ese pellizco en el estómago que anoche volví a sentir.
La película es, permítaseme un símil vulgar, como una
cebolla, conjuntada genialmente con la superposición perfecta de distintas
capas. Puedes quitar una, pero inmediatamente aparecerá otra detrás. El título
tiene algo de sentido dentro del contexto de la trama, pero engaña. La película apenas
tiene que ver con los perfumes femeninos. Tras éstos, se oculta un conflicto
moral, el dilema ético de un joven estudiante cuyo futuro profesional se pone
en juego dependiendo de si es fiel a la verdad y a su conciencia o se decanta por
ser sumiso a una decisión radicalmente injusta y poder así continuar sus estudios. Tampoco ése es el núcleo de la
película. Si ahondamos más, al fin alcanzamos el corazón del argumento. Más
allá de lo anterior -importante pero secundario- se sitúa la búsqueda del
sentido de la vida de un invidente amargado, y de la necesidad que todo ser
humano tiene de “un Buen Samaritano” que le recoja del borde del camino y sane
sus heridas. Ése es el punto mágico que hace una perfecta eclosión y alcanza su
clímax al final del film.
En la película no escucharéis ni una sola vez pronunciar las
palabras Dios, Cristianismo o Religión. Pero, aunque no lo parezca, todos ellos
están agazapados y son los fines últimos del trasfondo del argumento, si bien
aparentemente sean imperceptibles en la película. Dios está en todo lo humano,
y esta película anda sobrada de humanidad. Frank Slade (Al Pacino) es el
prototipo de una persona que ha triunfado en la vida, pero que llegado a un
determinado punto de su existencia, cree que todo carece de sentido. La muerte se presenta como el único horizonte vital de su existencia. Charlie
Simms (Chris O´Donell) va a convertirse en esa mano donde agarrarse cuando uno
está con el agua al cuello, esa inesperada ayuda desinteresada que se ofrece para
redimir al convicto de una existencia carente de ilusión por vivir. Llamadlo
filantropía, pero para mí esa es la auténtica esencia del hombre religioso,
lejos del cumplimiento -cumplo y miento- y preocupado de lleno por dotar a esta
vida de un sentido profundo de la existencia.
Magistral, sublime, impactante, emotiva, tierna, sarcástica…
todos los adjetivos quedan cortos para describir esta obra maestra del séptimo
Arte. A Al Pacino le sirvió para ganar su primer Óscar. A mí, para reencontrarme
con un Cine que transmite valores. Espero que a vosotros también. Y si no, al
menos no tendréis la excusa con la que yo he comenzado estas líneas. Yo os la
recomiendo, es de visión obligada, desde el primer hasta el último minuto os
sumergirá en un gratificante baño de humanidad. Y no lo dudéis. Allí donde hay
algo humano, detrás está indiscutiblemente la mano de Dios. Aunque a veces no
se vea. Como en la vida misma.
Estoy completamente de acuerdo!!!
ResponderEliminarHola Jaime
ResponderEliminarJuan Manuel
Totalmente de acuerdo contigo, sobretodo en tu última frase: "Allí donde hay algo humano, detrás está indiscutiblemente la mano de Dios"
Tan cierta como que si lo humanos no existieran, no existiría Dios.
Saludos
Hola Juan Manuel.
ResponderEliminarDesde un punto de vista creyente, el axioma es justo el contrario:
"Si Dios no existiera, os humanos no existirían".
Evidentemente, en este caso, dos puntos de vista opuestos e irreconciliables.
Saludos