
En ella nos transmite una idea que se corresponde con el dogma que hoy celebramos. El misterio de la Trinidad (un solo Dios pero tres personas distintas, algo inaccesible a la racionalidad humana) lejos de ser un obstáculo a la fe, es más bien una prueba de que dicho dogma no es invención de la Iglesia sino revelación divina. No tendría sentido que la Iglesia hubiera inventado algo que ni siquiera ella misma fuera capaz de explicar a sus miembros.
La historia dice así:
Un joven deseoso de conocer la verdadera religión se acercó a un sabio para que lo aconsejara. El sabio lo envió a entrevistar a teólogos de varias religiones.
Un teólogo le explicó su religión, haciéndole ver que en ella no todo se podía comprender, y que se requería fe para aceptar misterios y verdades que nuestra inteligencia no podía abarcar. Al joven le atrajo esta religión, pero no le gustó que hubiera tantos puntos misteriosos.
Otro teólogo le explicó su religión, que era muy fácil, sin misterios y con creencias que se entendían claramente.Al joven le gustó.
Volvió al sabio y le dijo:
−Encontré la religión que buscaba, donde uno comprende todo y no hay misterios ni dogmas de fe.
El sabio le respondió:
−Precisamente ésa es la prueba de que la religión que te gustó no es la religión verdadera, sino que es hecha por hombres a la medida de los hombres.
En cambio, una religión con misterios y verdades que no entendemos con claridad, pero que son razonables, viene de Dios. Dios es tan diferente de nosotros, y nuestra inteligencia tan limitada frente a él, que al comunicarnos sus verdades, éstas nos deslumbran y quedan oscuras para nosotros. La demasiada luz nos enceguece, por eso necesitamos de la fe para recibir la luz.