Ver una película del mexicano Paco Arango es una experiencia -como dice el eslogan promocional de la que hoy nos ocupa- 100% positiva. Hace unos años comenté Maktub y hoy toca el turno de ésta, una película altruista cuyos beneficios fueron destinados íntegramente a la lucha contra el cáncer, siendo donados a la Fundación Aladina en España y a otras asociaciones en el extranjero. Todo un éxito, ya que la recaudación final a nivel mundial superó los 10 millones de dólares, teniendo además el gran aval de haber sido la película más vista en Netflix en los Estados Unidos en el año 2020.
Se trata de una película humana, transmisora de valores, que te hace pasar un rato entretenido al tiempo que te sumerge en cuestiones profundas e inquietantes. Vamos con el argumento y después comentamos algo de su espiritualidad, ya que sin ser una película exclusivamente religiosa el componente de fe y muchos elementos cristianos están más que presentes.
Alec Bailey es un tramposo y mujeriego reparador de objetos electrónicos que pasa su vida entre los pubs y las casas de apuesta en Inglaterra. Acosado por las deudas, su tío Raymond Heacock (Jonathan Pryce) se ofrece a liquidarlas si a cambio pasa un año en Canadá. Ayudado por la veterinaria del pueblo, Cecilia y por el Padre Malloy, descubre que tiene el don de curar, pero se niega a aceptar que esa vaya a ser su nueva vida.
Vamos ahora a ver su contenido espiritual. Más allá del optimismo vital y la filantropía que transmite, me voy a centrar en los diálogos que tienen un contenido religioso, especialmente en los de los sacerdotes (dos) que intervienen en la película.
El primero de ellos que merece la pena destacar es en la aparición del primer sacerdote, al que no se le da nombre. Alec huye de un par de matones, y se esconde en la Iglesia para no ser visto, más concretamente simula ser un penitente que acude a confesarse:
Sacerdote: “Confiésame tus pecados, hijo mío”
Alec: “Joder, mi madre”
S.: “Eso lo vamos a añadir a lo que tengas que confesar...”
A.: “No, yo… solo me estoy escondiendo aquí”
S.: “Este es un sacramento sagrado, fuera de aquí”
A.: “No, no. Por favor, me matarán”
S.: (Se acerca a los dos matones) “Esta es la casa del Señor. No creo que ninguno de los dos esté rezando, así que tengo que pediros que os vayáis, por favor”
Una vez a solas los dos mantienen una conversación de las más interesantes espiritualmente hablando del film:
Sacerdote: “Ven y cuéntame lo que te está pasando, a lo mejor puedo darte un consejo". (Alec cuenta todo al sacerdote) Parece que tu vida no va muy bien, ¿no? Yo creo que deberías irte a Canadá. Es la forma en la que Dios te da una segunda oportunidad”
Alec: “Le aseguro que mi tío no trabaja para Dios”
S.: “Te voy a contar una historia: Había una vez un párroco en un pueblecito. Llovió torrencialmente durante meses y el pueblo empezó a inundarse. Los habitantes tuvieron que evacuarlo, pero el párroco decía: ‘Dios me salvará’ y se quedó allí solo. Cuando el agua le llegaba a la cintura, le mandaron a la policía para evacuarlo y luego le mandaron a los bomberos y luego al ejército con un barco, pero él siempre se negó, creyendo que Dios iba a ser que lo salvase. Así que se ahogó (risas). Y cuando se vió cara cara con Dios se quejó y le dijo: ‘Dios, ¿por qué me abandonaste?’ y Dios le dijo: ‘Yo te mandé a la policía, y a los bomberos, e incluso al ejército con un barco y aún así no me escuchaste’. Creo que dios te ha enviado a tu tío. Vete a Canadá”
El segundo sacerdote que aparece sí tiene nombre: El Padre Malloy. La primera intervención, no obstante, es más cómica que espiritual:
Padre Malloy: “¿Te veré en misa los domingos?”
Alec: “No. Yo soy budista”
P.M.: “Budista”
A.: “Sí”
P.M.: “¿Y cómo te convertiste?”
A.: “Igual que usted se encontró con Jesús yo me encontré a Buda”
La segunda intervención es más sustanciosa. Habla de un tema delicado (la pérdida de fe del sacerdote) si bien debido a que el transcurso de la trama se centra en Alec no se profundiza demasiado en ese drama personal del sacerdote:
Alec: “Padre Malloy. ¿Dónde se había metido? Me han detenido. Creían que estaba muerto”
Padre Malloy: “Lo sé. Lo siento. Volví tan pronto como me enteré.”
A.: “Pues se lo ha tomado con calma, ¿no?”
P.M.: “Y siento mucho no haber creído en ti. Espera, tengo que confesarte algo. Perdí la fe hace cosa de dos años. De hecho, dejé de creer que Dios existía.”
A.: “¿Qué? Y usted era quien me acusaba de mentir a esta comunidad”
P.M.: “No tuve el valor de decírselo a los fieles, así que seguí haciendo mi papel, que es el de ser cura”
A.: “Qué lamentable”
P.M.: “Pero ayer fallecí. De eso estoy seguro. Y nada podría haberme traído de vuelta, pero… Mira, cuando llegué a Lunenburg escuché historias, rumores, de curanderos. No es el caso. creí que eran invenciones. Ahora estoy convencido de que tienes un don, un don concedido por Dios que me ha hecho volver para darme una segunda oportunidad.”
A.: “¿Lo dice en serio?”
P.M.: “He recuperado la fe. Y todo te lo debo a ti. Alec , hijo… No puedes negarlo. Eres el curandero”
A.: “Ya no puedo más. Yo me voy de aquí. Estáis… estáis todos locos de remate”
Su tercera intervención, en la Iglesia, es para pedir comprensión y respeto para Alec:
Padre Malloy: “Debemos respetar su decisión, no ha sido fácil para él. También debemos dar gracias por los regalos que nos ha concedido estos dos días. Yo el primero”
En medio se produce una nueva intervención espiritual, en este caso del tío de Alec, quien le desvela al joven el origen de los poderes que se le han concedido y que tiene que decidir si mantener o no:
Raymond Heacock: "El todopoderoso, el creador, el Ser supremo.... Dios"
Una de las últimas escenas vuelve a tener como protagonista al Padre Malloy. Alec quiere rezar pero se encuentra la Iglesia cerrada, por lo que pide un favor al sacerdote:
Alec: "Padre Malloy"
Padre Malloy: "Alec, ¿Que haces aquí? A estas horas está cerrada"
A.: "Pues ábrela. Necesito entrar"
P.M.: "¿Qué ocurre?"
A.: "¿Cómo puedo hablar con él?"
P.M.: "¿Con quién?"
A.: "Con Él. Con tu jefe. Él"
P.M.: "¿Dios?"
A.: "Sí"
P.M.: "Tú háblale. Él te escucha"
A.: "¿Puedes hacerlo tú por mí?"
P.M.: "No, no puedo hacerlo"
A.: "Oye, me lo debes"
P.M.: "Tienes razón. Así es. (le abre la Iglesia) Pero esto, debes hacerlo solo. Cierra cuando acabes"
A.: "Gracias"
En el interior de la Iglesia se produce una oración de Alec que merece la pena resaltar. Obviamente no es el modelo de oración perfecta, pero sí nos indica que siempre es bueno hacer oración, incluso cuando uno está irritado, ofuscado -e incluso- "cabreado" con Dios. Nunca es mal momento para una oración, para pedirle aunque sea de manera desgarrada su ayuda. Insisto que no es ejemplo de confianza ni de fe, pero todo lo que sale del fondo del corazón imagino que agrada a Dios:
Alec: "Esto es ridículo. (Se marcha pero da media vuelta) Qué coño.. ¿Sabes qué te digo? ¿Qué clase de cosa eres tú? ¿Eh? Si fueras tan bueno como dices que eres… ¿Cómo permites que la gente joven enferme y muera? ¿Eh?, ¿Por qué no comienzas contestando a eso? O mejor… Abigail… ¿En serio?, Eres tan retorcido. Tiene solo catorce años. Y ahora quiero que me devuelvas mi don. Te juro que si dejas morir a Abigail maldeciré el día que exististe. ¡Charlie! Charlie si estás ahí arriba métele un puñetazo al idiota este en la cara. ¡Devuélvemelo!"
Una película que merece muy mucho la pena, humana y espiritualmente hablando. Termino con una curiosidad cinematográfica. No creo casual que el apellido escogido para el personaje principal (Alec Bailey) sea el mismo que el de George Bailey, el protagonista de la inolvidable "Qué bello es vivir", quien a lo largo de ese film también experimenta un proceso de conversión y de recuperación del sentido de su vida. Estoy seguro de que es un guiño a una de las mejores películas de la historia...