Ambos libros abarcan un extenso periodo histórico (del 971 al 561 a.C.) en los que se realiza un juicio negativo de la monarquía. El segundo libro, en concreto, se compone de 25 capítulos, desde Elías hasta el asedio de Jerusalén. Están llenos de asesinatos, traiciones, matanzas y otras intrigas palaciegas. De entre todas estas páginas, he seleccionado dos versículos de la curación de Naamán, el sirio, a la que siglos después haría referencia el propio Jesucristo. Naamán, enfermo de lepra, viaja muchos kilómetros al oír hablar de Elíseo, un hombre de Dios que podía curarlo. Pero cuando lo encuentra, le pide una cosa tan sencilla (bañarse 7 veces en el río Jordán) que cree que es mera palabrería y decide volverse a su país. Sus criados lo convencen con las palabras seleccionadas. Una muestra de que Dios -por boca del profeta- no exige grandes sacrificios ni actos heroicos, sino únicamente confiar en su Providencia:
2 Reyes 5, 13-14:
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