lunes, 7 de junio de 2021

La misión (The Mission, U.K., 1986)

Hay cosas que se han quedado grabadas en mi memoria, y una de ellas fue el visionado de La Misión en 1989. El motivo de mis recuerdos tan vívidos es que fue la primera película que nos pusieron en el Instituto. Durante una -probablemente- tediosa jornada escolar, fue proyectada en el salón de actos -creo recordar que en la asignatura de Religión- el año que yo cursaba 1º de BUP (el actual 3º de ESO). Ver una película en el cole siempre era un motivo para echar unas risas con los compañeros de curso, aunque la temática no fuera ni mucho menos cómica. Mientras comenzaba el film nosotros permanecíamos en nuestra burbuja de bromas y risitas ajenos al drama religioso e histórico que los hermanos marianistas nos intentaban transmitir audivisualmente.

En aquel entonces, el recurso de poner una película de vídeo solía ser un "relleno" al final de trimestre que por supuesto no era evaluado ni requería ninguna actividad posterior. Bendito momento histórico en el que se veía un filme únicamente por el placer de verlo y no por tener que rendir cuentas, como sucede actualmente en el ámbito pedagógico. Aunque no entendí gran cosa de la trama, la fotografía de Chris Menges centrada en la selva amazónica y la música de Ennio Morricone sí se quedaron grabadas en mi interior de manera indeleble. Por esta razón, les agradezco a mis profesores su proyección, ya que era una manera amena de contagiarnos el amor a los medios audiovisuales en general y al Cine en particular. Unida a esta educación escolar contaba en casa con un padre cinéfilo hasta los tuétanos, y ambos elementos fueron configurando dentro de mí el enamorado del séptimo arte que aún sigo siendo hoy.

En mi juventud tardía volví a ver esta película y mi percepción de ella cambió como de la noche a la mañana. Entonces ya disponía de los elementos histórico-políticos y religiosos necesarios para comprender la película de comienzo a fin, desde el "lanzamiento" de misioneros por las cataratas del Iguazú hasta el diálogo impactante con el que termina. Un tercer visionado ha tenido lugar recientemente para deleite de mis sentidos y para que la nostalgia se adueñara de mí al comprobar el paso de los años desde la primera vez que la vi. Non en vano, se trata de la mejor película en el Festival de Cannes del año 1986 y Óscar a la mejor fotografía, además de otras 6 nominaciones que incluían la de mejor película, el cual recayó finalmente en la bélica Platoon

El argumento del film mezcla a partes iguales historia y religión, la conquista de América y la Evangelización de las tierras allende los mares. Las relaciones Iglesia-Estado en el siglo XVIII y el emergente capitalismo son dos claves sin las cuales la comprensión del film es escasa. Alrededor de 1758, El padre Gabriel (Jeremy Irons) funda la misión de San Carlos a orillas de las cataratas del río Iguazú, llevando a los indígenas su amor por Jesucristo y por la música. Pronto se le une Rodrigo Mendoza (Robert de Niro), un arrepentido traficante de esclavos que quiere enmendar su vida pasada tomando los votos jesuitas. Todo parece en paz hasta que el imperio portugués se dispone a arrasar esas tierras y sus habitantes, ante la pasividad del Cardenal Altamirano (Ray McAnally) y de la jerarquía vaticana.

Acerca del reparto, además de los ya mencionados, una curiosidad más merece ser mencionada. La Misión se trata de una de las primeras películas de Liam Neeson en el papel secundario de un joven misionero jesuita, volviendo a interpretar muchos años más tarde (2014) la figura de otro misionero jesuita en la película Silencio de Martin Scorsese.

Vamos a la miga del film. La Misión ha sido entendida durante muchos años como un relato feroz de la cruel conquista hispano-portuguesa de América, del odio que la civilización occidental llevó a esas tierras con el pretexto de la cruz pero con la realidad de la espada. Esta ideología me parece una visión parcial y reduccionista del tema por dos motivos. En primer lugar, porque la película es británica, y refleja a modo de remordimiento de conciencia la violencia con la que los ingleses asolaron Norteamérica, pero de manera sibilina ponen como protagonistas de estas masacres a los íberos, cabezas de turco del descubrimiento de América. Hoy en día es fácilmente desmontable esta acusación británica de exterminio por parte de los hispanos-portugueses, ya que en Centroamérica y Sudamérica encontramos altos porcentajes de población procedentes del mestizaje, mientras que en los países conquistados por los ingleses y franceses ese porcentaje es insignificante. Es cierto que en ambos casos se produjeron matanzas indiscriminadas, pero no cabe duda de que fueron mucho más abundantes en el caso de los nórdicos, que sin embargo se fueron de rositas (gracias, entre otros instrumentos, a Hollywood) y colocaron la leyenda negra exclusivamente a hispanos y lusos. El segundo motivo de esta imagen distorsionada es que incluso dentro de la población hispana la película nos presenta figuras pacíficas y con una mentalidad sana, en la que aceptan quedarse al lado de las víctimas y ser junto a ellos los perdedores de esta historia, con los que el espectador tiende a identificarse. En este sentido la película es fiel a la realidad, uno tiende a alinearse con el Padre Gabriel y con el grupo (casi todos mujeres y niños) que deciden orar y portar la Sagrada Custodia sin hacer tampoco ascos al Capitán Mendoza y el resto que responden a la violencia con violencia. En ellos encontramos la imagen histórica de santos que lucharon por la defensa de los derechos indígenas como Fray Bartolomé de las Casas o Francisco de Vitoria. La frase final de la carta del Cardenal Altamirano no puede ser más explícita en este sentido de la "inmortalidad" de algunos personajes históricos:

Así pues, vuestra Santidad, vuestros sacerdotes están muertos...y yo sigo vivo. Pero en verdad soy yo quien ha muerto, y ellos son los que viven. Porque como ocurre siempre, los espíritus de los muertos sobreviven en la memoria de los vivos.

Acerca del contexto en el que es rodada la película, no debemos olvidar que los años ochenta fue una década en la que la Teología de la Liberación en Sudamérica tenía muchos seguidores y la violencia estaba justificada frente al poderoso desde algunos sectores políticos y teológicos. Justo un año después del estreno de esta película, en 1987, se producirían los asesinatos de Monseñor Romero y de Ignacio Ellacuría en países con problemas políticos severos. Todo ello forma parte del background del filme, por lo que el simplismo el papa-rey es malo y los soldados rasos-misioneros son buenos son demasiado triviales e incluso anacrónicos. La historia demuestra que esto no es así, que todas las generalizaciones son malas y que en todos los estratos sociales o puestos de responsabilidad encontramos mejores y peores personas.

Otra de los aspectos desde el que se puede analizar la película es el conflicto moral de los protagonistas. En muchos de ellos se mezclan casi a partes iguales violencia y paz, rencor y perdón, agresividad y mansedumbre, narcisismo y altruismo. En algunos como Mendoza somos testigos de su metanoia o cambio de vida, resumido a la perfección en este diálogo:

- ¿Por qué apareces vestido de misionero? (le preguntan extrañados al reconocerlo como antiguo perseguidor)
- Mi nuevo hábito protege a gente como tú de individuos como yo.

Del desarrollo de la película merece asimismo un comentario especial la versión del Himno a la Caridad de San Pablo. Mendoza la recita (la voz doblada de de Niro es espectacular, lo que la hace más emotiva), siendo el espectador consciente de que tanto el apóstol de los gentiles como el personaje del film tuvieron los mismos recorridos vitales, pasando de ser fanáticos perseguidores a defensores de los cristianos:

Si tuviere tanta fe como para mover montañas
mas no tuviere caridad, nada soy.
Y si repartiere todos mis bienes,
y si entregare mi cuerpo para ser abrasado,
mas no tuviere caridad, ningún provecho saco.
La caridad es sufrida, es benigna,
la caridad no tiene celos,
la caridad no se pavonea, no se infla.
Cuando yo era niño hablaba como niño,
sentía como niño, razonaba como niño.
Cuando me he hecho hombre
me he despojado de las niñerías.
Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad.
Las tres. Mas la mayor de ellas es la caridad.


Me gustaría finalizar esta entrada con el diálogo final, la "moraleja" de la película. Ya el padre Gabriel había realizado un excurso pacifista con la sentencia "Si la violencia es lo que cuenta, entonces no tengo fuerzas para vivir en un mundo así" días antes de morir, pero la guinda final la pone el Cardenal Altamirano en otro diálogo para enmarcar:

Cacique portugués: “No teníais elección, eminencia, tenemos que trabajar en el mundo, y el mundo es así”
Cardenal Altimira: “No, nosotros lo hemos hecho así, yo lo he hecho así”.

Cada una de nuestras acciones cuenta, y con la toma de decisiones construimos un mundo mejor o más inhumano. De nosotros depende cada una de esas decisiones. Dios nos ha hecho libres y podemos ejercer esa libertad para bien o para mal. Tremenda la enseñanza final del filme. 

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