La historia que hoy os cuento tiene nombre y apellidos, aunque en realidad es extrapolable a infinitud de religiosos y religiosas que entregan su vida por Dios y por el Evangelio.
En el post de hoy os voy a hablar de Sor Manuela, la que ha sido durante 6 años superiora de las Hijas de la Caridad aquí, en Arcos de la frontera, y ahora ha sido destinada a la casa que tienen en Lebrija. Mis últimos años en la parroquia de Santa María coincidieron con sus primeros en Arcos, así que fui durante un par de años su capellán y se de primera mano el buen quehacer y la labor tan extraordinaria que ha realizado a lo largo de estos años.
Las Hijas de la Caridad tienen un asilo para mujeres, donde recogen a ancianas o impedidas cuyas familias no pueden -o no quieren- atender. Son personas con escasísimos recursos económicos, sin familia en el pueblo y la mayoría requieren tratamiento médico y/o psiquiátrico. Las de edad más avanzada pasan sus últimos días en la cama, con la única atención de las hermanas y las cuidadoras y con esporádicas visitas de cumpli-miento de sus familiares.
Os pongo en el contexto de su labor -como digo la de cualquier religioso/a que se dedica al cuidado de ancianos o enfermos- para que veáis a donde quiero ir a parar ahora.
Ha llegado la hora de su adiós para ser trasladada a otra comunidad, y... ¿Cuál es su despedida?... Ninguna. ¿Cuántos regalos le van a hacer como gratificación por su labor?... Ninguno. ¿Cuántas placas, medallas, reconocimientos... va a recibir?... Ninguna. ¿Cuántas cenas harán en su honor para desearle buena suerte en su nuevo destino?... Ninguna.
Muchas veces la gente se compadece de los curas, que si "estáis muy solos", que si "que dura debe ser la soledad", que si patatín, que si patatán. A mí esto sí que me parece humanamente duro. Cuando un párroco se va de su feligresía, todo ese reconocimiento al menos se lo lleva visiblemente: Cenas, regalitos, saludos, abrazos, besos, misas de despedida, lágrimas... Por muy malo que sea el cura y por muy mala que haya sido su labor siempre tendrá sus "adeptos" que lo despedirán como se merece. Y permitidme la broma, pero hasta el resto del pueblo también irá a la despedida para asegurarse de que realmente se va... En el caso de que el cura haya sido bueno y haya conectado con la feligresía, los actos se pueden ampliar a cartas de agradecimiento en el periódico, manifestaciones en el obispado, recogidas de firmas y demás parafernalia.
Que se dejen de falsa modestia quienes dicen que eso no les gusta. A todos nos va bien que te reconozcan tu labor, que los regalos sean símbolos del cariño, que lloren porque te vas y que veas que has dejado huella en el corazón de la gente. No es que uno lo haga por recibir esas muestras de afecto, pero me parecen tremendamente humanas y de lo más bonito de nuestro ministerio.
Por eso, irse así, como Sor Manuela, por la puerta de atrás, sin hacer ruido y sin un reconocimiento a su labor me parece a la par tan admirable como injusto. Se ha pasado 6 años de su vida dando cariño a quienes su familia se lo había negado, dando techo y comida a quien no los tenía y haciendo una tarea, como limpiar culos -con perdón- que muchos no harían ni por todo el oro del mundo.
Eso es, como os digo, es dar sin esperar nada a cambio. Eso es vocación religiosa y ver en el anciano o el enfermo el rostro de Cristo sufriente. Por eso su recompensa será la mejor posible. No se llevará los aplausos de este mundo, pero en ella, y en tantas personas como ella se harán un día realidad las palabras de Jesucristo en el Evangelio de San Mateo, 19, 29: "Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna."
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