En estos días he vuelto a ver este clásico del Cine histórico ganador de seis premios de la Academia (sobre ocho nominaciones), entre ellos los de mejor película, mejor director (Fred Zinneman) y
mejor actor (Paul Scofield), lo cual para ser una película no estadounidense no es moco de pavo. Aunque para mi gusto, más importantes
que esos premios son los de “Mejor Película” de la Oficina Católica de
Cinematografía y el premio al “Tratamiento Religoso” del Consejo de las
Iglesias Protestantes. Como os podéis imaginar, que dos instituciones tan antagónicas coincidan en reconocer la fiabilidad histórica y el tratamiento preciso y
objetivo de los personajes, supone que estamos ante un acercamiento
bastante certero y consensuado a las figuras de Enrique VIII y Tomás Moro. Más aún si tenemos en cuenta que la película está realizada por el mismo país que condenó a muerte a Tomás Moro (1478-1535) y que siglos después realizó esta revisión cinematográfica de la injusta condena.
El título (inglés) está sacado de unas palabras de Robert Whittington, quien en vida de Tomas Moro (1520) dijo de él: “Moro es un hombre que posee el ingenio de un ángel y una erudición singular; tan pronto maravillosamente alegre y entretenido como solemne, según lo requieran las circunstancias, dijéramos, un hombre para toda ocasión”. En la traducción española este matiz de su personalidad se pierde resaltando más bien su inmortalidad como personaje que pasó a la Historia. Centrándonos en la película, de ella dijo Fred Zinneman en sus memorias que fue la más sencilla de dirigir de toda su carrera, debido a la talla de todo el reparto, entre los que destacan, además del ganador del Oscar Paul Scofield (Tomás Moro), Orson Welles (Cardenal Wolsey) Robert Shaw (Enrique VIII) y Vanessa Redgrave (Ana Bolena).
La película narra los últimos siete años de la vida de Tomás
Moro, hombre de Estado, filósofo, abogado, escritor y pensador de la corte de
Enrique VIII. En esos años, pasa de ser Lord Canciller de Inglaterra a ser
decapitado por no reconocer la validez del matrimonio del monarca con Ana
Bolena. Los valores del juramento, de la integridad y de la honestidad se
sitúan en la cúspide de un personaje que brilla en una época de corrupción,
falsedad y ansias de poder. Obedecer a la conciencia y a Dios (y no a los reyes
de este mundo) supone para Tomás Moro un cambio radical en su vida, el desprecio
de todos, la marginación, la persecución a él y a toda su familia, la cárcel y,
finalmente, la muerte. Un hombre sin miedo que será capaz de poner en
entredicho a un rey sin conciencia.
La forma de vivir -y de morir- de Tomás Moro le valdrían su
canonización por Pio XI en 1935, y aún hoy suponen un ejemplo de integridad
moral al alcance de unos pocos elegidos. Sus frases finales no dejan lugar a la duda: "No hago ningún daño, no digo nada dañino, no creo en nada que dañe. Y si esto no es suficiente para mantener vivo a un hombre, de buena fe anhelo no vivir". Enfrentarse a un rey que sólo quería tener a su lado a personas que decían sí a todo (Cromwell y Norfolk quedan
perfectamente retratados) le concede una altura ética difícil de ver en aquellos -y en estos- tiempos.
La escena de su muerte es impactante, solo a la altura de los mártires. Merece una reflexión profunda:
Sir Thomas Moro (hablando con los testigos de su ejecución): "El Rey me ordena que sea breve, y dado que soy un súbdito obediente del rey, seré breve. Muero como buen siervo de Su Majestad, pero antes como siervo de Dios".
(Al verdugo): "Te perdono en este mismo momento" (le da una moneda). "No tengas miedo de tu oficio; me envías a Dios".
Arzobispo Cranmer: "¿Está seguro de eso, Sir Thomas?"
Sir Thomas Moro: "Él no rechazará a alguien que está tan contento de ir con Él" (se arrodilla y apoya la cabeza en el yugo).
Acerca de su figura, como humanista y cristiano, fue el creador de la obra “Utopía” siendo uno
de los máximos representantes del intento desde la política de unir una
sociedad justa con el Reino de Dios predicado por Jesucristo. Ni esa sociedad justa, ni el Reino de Dios,
desgraciadamente, forman parte del programa político de muchos personajes que desde hace varios
siglos se perpetúan en los cargos cambiando los nombres, los apellidos o las siglas políticas; pero sin que desaparezcan sus
intereses personales ni las codicias terrenales. Esta frase del film es genial al respecto: "Creo que cuando los hombres de estado abandonan su propia conciencia en aras de sus deberes públicos, conducen a su país por un camino corto hacia el caos".
Valga también esta otra genial cita como paradigma de su pensamiento, ya que aunque no aparece en la
película, sí que resume a la perfección sus ideas: El hombre no puede estar separado de Dios, ni la política de la moral. Muchos deberían tomar nota de esta cita del que fue nombrado patrón de los políticos y gobernantes, especialmente todos aquellos que quieren sustituir nuestro Estado aconfesional por un Estado ateo que silencie todas las voces contrarias al pensamiento único que se está imponiendo.
Os invito a ver la película y a disfrutar con la integridad y la coherencia de Santo Tomas Moro.
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