sábado, 13 de diciembre de 2014

El extraño: Una reflexión para meditar...

Hace unos días he leído esta reflexión en una red social y no me he podido resistir a compartirla con vosotros. Aunque tiene algunos “toques” religiosos, no es una historia específicamente cristiana, aunque sí supone una crítica a uno de los “diosecillos” de nuestra sociedad. Es algo más larga que mis entradas habituales, pero no os adelanto más, salvo que merece muy mucho la pena leerla hasta el final….

Pocos meses antes de que yo naciera, mi papá conoció a un extraño recién llegado a nuestro pequeño pueblo. Desde el comienzo, mi papá estaba fascinado con sus encantos, y no tardó en invitarlo a vivir con nosotros. Fue aceptado rápidamente y en pocos meses se convirtió en uno más de la familia.

Mientras crecía nunca cuestioné su lugar en la casa; en mi mente infantil, cada miembro tenía su lugar: mi hermano, Guillermo, cinco años mayor que yo, era mi modelo; Francisca, mi hermanita menor, era mi compañera de travesuras y riñas. Mis padres fueron mis grandes educadores, ambos me enseñaron a ser buena persona, a ser trabajador, honrado, responsable, fiel, a amar a Dios y a los demás... El extraño, por su parte, complementaba a la educación familiar; él parecía saberlo todo, y podía urdir las historias más fascinantes. La aventura, el misterio o la comedia eran sus conversaciones diarias. Podía tener a toda la familia hechizada por horas en las que hablaba sin parar. Si yo quería saber de política, historia o ciencia, él se sabía muchas historias y siempre tenía algo que decir. Era una gran suerte que el extraño hubiera decidido quedarse a vivir con nosotros.

El extraño nos contaba cosas del pasado (a su manera), nos explicaba el presente (desde su punto de vista), y aparentemente podía predecir el futuro. La manera en que nos contaba las cosas era tan real que a veces hasta me reía o lloraba mientras lo veía y lo escuchaba. Fue como un amigo para toda la familia. Nos llevó a mi papá, a Guillermo y a mí a nuestro primer mundial de fútbol. Nunca lo olvidaré. Casi todos los fines de semana nos proponía ver una película y siempre aceptábamos gustosamente. 

Poco a poco, se le iba permitiendo todo al extraño. El extraño hablaba sin cesar. A mi papá no le molestaba, pero mi mamá en ocasiones se levantaba harta de oírlo y se iba a su cuarto a leer la Biblia y a rezar. Cuando le preguntábamos porqué lo hacía nos decía que era más importante escuchar a Dios que al extraño, lo cual nos sorprendía. Un día estaban hablando mi mamá y el extraño a la vez, y mi papá le dijo a mi mamá con brusquedad que se callara, que no le dejaba oír con claridad al extraño. Mi mamá agachó la cabeza y se fue a su habitación, en aquel día no se si para rezar o para llorar, o quizás las dos cosas…

En casa no se permitían palabrotas, ni nuestras, ni de nuestros amigos, ni de los adultos. Recuerdo un día que nos castigaron a los tres hermanos porque nos reíamos y no parábamos de decir una palabra malsonante. Sin embargo, el extraño utilizaba muchas de esas palabras (especialmente una de cuatro letras) que lastimaban nuestros oídos constantemente. Hasta donde yo sé, nunca se le dijo nada. Papá nunca le llamó la atención, y mamá se resignaba y se encogía de hombros cada vez que lo escuchaba. Tampoco podíamos pelearnos, pero el extraño no paraba de traer gente a casa cada vez más vulgar. A veces no hablaban; gritaban; se insultaban y le faltaban al respeto a todo el mundo. A veces llegaban a las manos, y comenzó a ser algo frecuente ver sangre, mucha sangre. Al principio nos daba miedo, pero poco a poco nos acostumbramos y lo veíamos como algo normal.

Mi papá y mi mamá eran abstemios que no permitían el alcohol en su casa, ni siquiera para cocinar. Tampoco fumaban. Pero el extraño pensó que ya éramos mayores, y nos proponía otros modos de vida: en muchas ocasiones nos ofreció cerveza y otras bebidas alcohólicas; nos presentó los cigarrillos como cosa deseable; los puros como cosa de hombría, y las pipas para fumar como de la alta clase. Pocos años después empezó a hablarnos de las drogas, de lo mala que era, pero hablaba tantas y tantas veces, y nos ponía tantos ejemplos de personas que la consumían que lo terminamos también viendo como una cosa normal.

El extraño nos hablaba sin reservas del sexo, un tema que a nuestros padres les daba vergüenza tocar con nosotros. Sus comentarios algunas veces eran descarados; otras, sugestivos; pero generalmente, vergonzosos. Algunas veces, creíamos que llegaba al límite: nos enseñaba imágenes con las partes más íntimas del hombre y de la mujer, hablaba sin cesar de posturas sexuales, de homosexualidad, bisexualidad, transexualidad, pederastia, pornografía…. Todo era normal y respetable para él. El extraño se oponía a los valores de mis padres. Hablaba con desprecio de la virginidad o la fidelidad matrimonial. Sin embargo, nunca se le reprendió ni nunca le pidieron que se fuera de casa. Se había hecho un sitio en nuestro hogar y ya tenía carta blanca para hacer o decir lo que quisiera. 

Han pasado más de cuarenta años desde que el extraño vino a vivir con mi familia. Ahora ya no es tan novedoso para mis papás como en aquellos primeros años. Pero si hoy entráis en la casa de mis padres, todavía lo veréis sentado en una esquina, esperando a que alguien lo escuche hablar y a que alguien mire sus dibujos. Está mucho más alto, más ancho, aunque su silueta dice mi mamá que es mucho más estilizada ahora que hace unos años. Yo diría que está incluso más joven y con mejor aspecto. A veces el extraño se ponía enfermo, pero se lo llevaban, lo ponían al lado de un contenedor de basura y parecía que se había marchado de casa. Pero a las pocas horas llegaba mi papá acompañando al extraño que como por arte de magia venía con mucha mejor salud, aparentemente como nuevo.

¿Qué no he dicho todavía el nombre del extraño? Se me habrá olvidado… Todavía no sé si es chico o chica… En casa le llamamos “la Tele”, aunque su nombre completo es “El Televisor”. Sus hijos, los ordenadores, vinieron años después, y hace poco han llegado sus nietos, los Smartphones… Os advierto que todos son iguales de peligrosos, y una vez que llegan a tu vida, se quedan en ella para siempre….

5 comentarios :

  1. Podemos vivir sin ese "amigo" y sus "hijo/as. Es cuestion de dar un lugar principal a la palabra de Dios.

    ResponderEliminar
  2. Javier Fernández21 dic 2014, 12:25:00

    Al "extraño" se le hace más caso que a Dios. AUnque hay unas monjas en Lerma, que dicen que Dios usa WhatsApp, yo díría más bien wi-fi gratis.

    ResponderEliminar
  3. Jose Antonio Rondán21 dic 2014, 12:42:00

    Muy bueno, gran y triste realidad

    ResponderEliminar
  4. "homosexualidad, bisexualidad, transexualidad, pornografía y PEDERASTIA" todo en el mismo saco, si señor!!! Y todo le parecía respletable al "extraño"!! Como si fuera algo malo respetar la orientación o identidad sexual de cada uno! Y como si eso fuera lo mismo que la pederastia (disfunción sexual que suele acabar en delito), delito por cierto de los aberrantes que se pueden cometer, entre otras cosas debido a la situación de indefensión de las víctimas; ahh! Y por otra parte delito que la Iglesia conoce muy bien! (en este punto y debido a mis estudios se perfectamente que en el ámbito religioso no se produce una tasa de delitos sexuales más elevados que en cualquier otro ámbito, cosa que mucha gente desconoce debido a la repercusión que tienen, pero defendiendo los valores que se defienden y tomandose la libertad de juzgar a loa demás, es como poco hipócrita y repulsivo)

    ResponderEliminar
  5. Hola amigo anónimo. De nuevo insultando y descalificando, lo que parece ser su tónica habitual de los últimos post que está comentando. Si no le gusta el contenido del Blog le invito a que lo haga de manera más educada. Aquí todo el mundo tiene cabida y todos los pensamientos son respetables, pero si sigue descalificando como en los últimos días me veré obligado a no publicar sus comentarios, ya que no apoirtan mucho más que el insulto. Por cierto, que en la Iglesia hay pederastas no lo descubre usted. Son casos públicos que gracias a Dios están siendo resueltos por la justicia y con los culpables en la cárcel. Me alegro de ello y no lo encubro, todo lo contrario, en el caso que se demuestre que son verdad soy el primero en alegrarme de que esos indeseables cumplan su condena. Un saludo

    ResponderEliminar