sábado, 22 de octubre de 2016

Tener la conciencia tranquila

Qué verdad es que nunca se puede tener a todo el mundo contento. Puedes dar una limosna y habrá quien te diga "seguro que el dinero es para drogas...". Puedes hacer una buena obra a alguien y también habrá quien te diga -o lo piense- "seguro que quiere algo a cambio...". Ni siquiera el Hijo de Dios, Jesucristo, pudo contentar a todas las personas de su época. Muchos lo criticaron, lo acusaron, lo condenaron y lo mataron finalmente a pesar de sus buenas obras. Está claro que si tuviéramos que hacer las cosas con el único objeto de contentar a la gente haríamos mejor en quedaríamos inmóviles, ya que no podríamos hacer nada. Tal parece la condición humana que nunca se contenta y siempre anda buscando los tres pies al gato. Supongo que pecados como la envidia o los celos andan también detrás de la advertencia de Cristo sobre los que prefieren "buscar la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio" (Lc. 6, 42).

En relación con esto he escrito el título de esta entrada. Yo soy de los que piensan que en esta vida lo verdaderamente importante es tener la conciencia tranquila, independientemente de lo que los demás opinen de nuestras acciones. Poder acostarte por las noches y dormir tranquilo, sabiendo que al menos no has hecho daño a nadie y sin embargo has intentado hacer todo el bien que estuvo en tus manos ese día creo que es el mejor regalo que nadie puede tener.

No he podido encontrar otra historia mejor para ilustrar estos pensamientos que la fábula de Esopo que os dejo a continuación: El molinero, su hijo y el burro. Seguro que alguna vez ya la habéis oído, pero es de esos relatos que merecen la pena ser releídos y meditados de vez en cuando.

Que os aproveche.


Un molinero y su hijo llevaban su burro a una feria en la ciudad vecina para venderlo. No habían andado todavía muy lejos cuando se encontraron con un grupo de mujeres alrededor de un pozo, hablando y riéndose.

"¡Miren eso!" - gritó una de ellas. "Han visto alguna vez a semejantes compañeros, andar con dificultad a lo largo del camino a pie cuándo podrían montar sobre el burro?"

El anciano, que oyó aquello, rápidamente hizo montar a su hijo sobre el burro, y siguió andando alegremente a su lado. Poco después toparon con unos ancianos que discutían entre ellos. 

"¡Ahí está!" - dijo uno del grupo, "Demuestra lo que yo les decía. ¿Cuál respeto hay para la vejez en estos días? Vean ustedes esa ociosa tranquilidad juvenil mientras su viejo padre tiene que andar. ¡Baje usted, agraciado joven, y deje al anciano descansar sus cansados miembros!"

Por aquellas palabras, el anciano hizo a su hijo desmontarse del burro, y montarse él mismo. Y siguiendo adelante, no habían llegado muy lejos cuando encontraron un grupo de mujeres y niños: 

"¿Por qué, usted, viejo perezoso..." - Gritaron varios a la vez "...puede montar sobre la bestia, mientras a ese pequeño pobre chaval le cuesta seguir el ritmo al lado de usted?

El molinero bondadoso inmediatamente tomó a su hijo y lo montó detrás de él. Y ya ahora casi habían alcanzado la ciudad. 

"¡Dios con ustedes, buenos amigos!" - Dijo un ciudadano, "¿Es ese burro de ustedes?"

"Sí" - Contestó al anciano. 

"¡Oh, no lo habría pensado así!"- Dijo el ciudadano, "Y a propósito, veo que ustedes van encima de él. ¿Por qué ustedes dos juntos, no llevan a la bestia sobre ustedes, y no ustedes sobre ella? Así llegara descansado y podrán sacar más dinero por él"

"Podríamos complacerle" - dijo el anciano. "Así lo haremos".

De este modo, bajando ambos del burro, le ataron juntas las piernas, y con la ayuda de un poste lo llevaban en sus hombros. Cerca de la entrada de la ciudad pasaron sobre un puente. Esta vista divertida atrajo a la gente en muchedumbres para reírse, y hasta el burro, no gustando del ruido ni del manejo extraño al cual era sujeto, rompió las cuerdas que lo ligaban y, cayendo del poste, todos fueron a dar al río. 

Por todo esto, el molinero, fastidiado y avergonzado, decidió que lo mejor era regresar a casa otra vez, convencido de que procurando complacer a cada uno, en realidad no había complacido a nadie, y además de que perdió la oportunidad de vender a su burro.

Moraleja: Toma tus decisiones con tu mejor parecer, no con el parecer ajeno.

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