Soy de los que creen que la separación de la Iglesia Luterana tuvo tantas razones políticas como teológicas. Evidentemente, esta convicción la he alcanzado con el paso de los años y tras leer mucha literatura al respecto. Los príncipes alemanes vieron el cielo abierto ante las reclamaciones de las 95 tesis de Lutero clavadas en 1917 en la catedral de Wittemberg. Muchas de ellas hoy están plenamente asumidas por la Iglesia Católica (el uso de las lenguas vernáculas, por ejemplo), y muchas otras hubieran sido objeto de una discusión menos acalorada y menos cismática de no estar en juego tanto poder terrenal que el Vaticano temía perder y los príncipes alemanes ganar. El negocio de las indulgencias se acabó por fortuna para la credibilidad de la propia Iglesia, y ello fue sin duda debido a las denuncias de estas prácticas por parte de Lutero y de otros miembros de la propia Iglesia Católica, que condujeron finalmente a una reforma (Contrarreforma) en el Concilio de Trento en 1563. El personaje del film recoge esta crítica con frases tan impactantes como ésta: “Roma es un circo, una gran cloaca, se compra cualquier cosa: sexo, salvación… hay burdeles solo para clérigos...”.
A lo largo de la historia, y en la cultura occidental, Lutero ha cargado con esta etiqueta de hereje o cismático, cuando el monje agustino lo que posiblemente quiso fue una justa purificación de varias leyes y costumbres, muchas de las cuales dañaban ciertamente a la Iglesia. Como en todos los conflictos que terminan en ruptura, las posturas terminaron extrapolándose y haciéndose irreconciliables hasta producirse la separación de la que la Iglesia Anglicana también sacó tajada y que padecemos hoy en día. La supresión de la figura del papado en las Iglesias Reformadas fue consecuencia sin duda de un abuso de poder muy propia del medioevo, siendo hoy asumible esta otra frase sacada del guion: “El papa puede interpretar las Escrituras pero no está por encima de ellas”.
Desgraciadamente, se produjo la ruptura que hace que queden lejos las palabras de Cristo en el Evangelio de San Juan: "Que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste". No somos uno y por ello muchos no creen, lo que debiera ser una vergüenza para todo el cristianismo (incluyendo a la Iglesia Ortodoxa, la primera escisión política en la historia).
Este excurso de tres párrafos es necesario para entender el film de Eric Hill, financiado íntegramente con dinero de la Iglesia Luterana. Con un actor de talla (Joseph Fiennes) y secundarios de lujo (Alfred Molina, Peter Ustinov, Bruno Ganz...) el film está muy conseguido como historia entretenida, con paisajes, decorados, vestuario y diálogos a la altura del mejor cine europeo.
No obstante -y como era previsible debido al patrocinador del film- cae en un excesivo proselitismo de la figura de Lutero, sin que se atisbe ningún ápice de autocrítica a su figura. Dos no se pelean si uno no quiere, y es indiscutible que la soberbia de Martin Lutero estaba a la altura de la de León X o la de Carlos V. Presentar a Lutero como un corderito degollado víctima de su fragilidad humana y su indefensión ante los malvados no ayuda a una correcta interpretación de los hechos. Máxime cuando la historia demostró que la Iglesia Luterana se basó en muchas de sus enseñanzas para la caza de brujas pocos años después y para la persecución del pueblo judío unos siglos más tarde. Todas estas enseñanzas -evidentemente- son silenciadas en el film, si bien es cierto que en 100 minutos es imposible condensar el pensamiento de una figura tan egregia.
Teológicamente las posturas se han suavizado, y hoy es asumible por la Iglesia Católica -en parte- la justificación que Lutero hace de la salvación por mérito de la fe en Cristo y no por las obras, si bien creo que el propio Lutero hubiera asimismo aceptado hoy en día que lo uno conduce a lo otro. Creo que en este caso no se debe realizar una disyuntiva "fe" u "obras", sino que es más sano hablar de una fe demostrada por las obras o unas obras que corroboran la fe. Pero a nivel teológico cualquier católico asumiría sin más esta frase sobre la justificación del film: "Entonces, cuando el diablo te arroje tus pecados a la cara y declare que mereces la muerte y el infierno, dile esto: admito que merezco la muerte y el infierno, ¿y qué? Porque conozco a uno que sufrió y pagó un rescate por mí. Su nombre es Jesucristo, hijo de Dios, y donde él esté, allí también estaré yo."
A través de episodios como la Dieta de Worms o la Confesión de Augsburgo contemplamos a un Martín Lutero que es todo coherencia, pacifismo y autenticidad. El film da a entender que las repercusiones de sus actos lo sobrepasan, siendo él inocente de cuanto a su alrededor ocurre. Él y los suyos son los buenos e incomprendidos y sus rivales los malos malísimos. Todo demasiado simple y previsible. Sus frases insisto que son hoy aceptables por cualquier católico, otra muestra: “Nos obsesionamos con las reliquias, las indulgencias, la peregrinación a los lugares santos pero todo el tiempo Cristo está aquí, en todos los rincones, a cualquier hora del día. No lo encontraréis en los huesos de los santos sino aquí, en el amor mutuo, en los sacramentos y en la Palabra Dios. Si vivimos la palabra por la fe, amándonos y ayudándonos mutuamente no precisamos temer el juicio de ningún hombre“. Sin embargo aquí se oculta que Lutero rechazó inicialmente 5 de los 7 sacramentos y finalmente los anuló a todos bajo esa denominación. Eso es tergiversar la historia, no cabe duda...
Especial fuerza tiene el discurso final de Lutero cuando se le pide que se retracte. Aunque largo, creo que merece la pena copiar algunos párrafos que exponen sus convicciones y el ardor con las que las defendía:
No puedo renunciar a todas mis obras porque no todas son iguales. Primero están aquellos libros en los que he descrito la fe y la vida cristianas de manera tan simple que incluso mis oponentes han admitido que estos libros son útiles. Renunciar a estos escritos sería impensable porque eso sería renunciar a verdades cristianas aceptadas... El segundo grupo de mi trabajo está dirigido contra la falsa doctrina y la mala vida de los Papas, pasados y presentes... A través de las leyes del Papa y las doctrinas de los hombres, las conciencias de los fieles han sido miserablemente afligidas y desolladas. Si me retracto de estos libros, no haré nada más que agregar fuerza a la tiranía y abrir no solo las ventanas sino también las puertas a esta gran impiedad ... En el tercer grupo he escrito contra personas privadas e individuos que defienden la tiranía romana y han atacado mis propios esfuerzos por fomentar la piedad hacia Cristo. Confieso que he escrito con demasiada dureza. No soy más que un hombre y puedo equivocarme. En el caso de que mis errores sean probados por las Escrituras, revocaré mi trabajo y arrojaré mis libros al fuego. Pero a menos que esté convencido por las Escrituras y por la simple razón -y no por los Papas y Concilios que tan a menudo se han contradicho a sí mismos- mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. Ir en contra de la conciencia no es ni correcto ni sano. No puedo y no me retractaré. Aquí estoy. No puedo hacer otra cosa. Dios me ayude.
Presentado así, insisto, poco que reprochar. Vemos a un hombre auténtico y coherente que antepone la defensa de sus creencias a su comodidad personal. Una pena que en el film se eche en falta una defensa coherente y seria de la postura católica, que también existía y fue defendida por teólogos de altura. Una oportunidad perdida que hace que sea necesaria una revisión cinematográfica de Martin Lutero que sea más imparcial, no tomando parte ni por una ni por otra postura. Siempre que ello sea posible, claro...
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