La miniserie forma parte del un ambicioso proyecto de la productora italiana Lux Vide llamado Imperium, que contó con cinco trabajos sobre hitos clave del Imperio Romano: Augusto - El primer Emperador (2003); Nerón (2004); San Pedro (2005); Pompeya (2007) y San Agustín (2010). Este detalle es importante para comprender el enfoque de la obra, que pretendió ser más histórico que espiritual. Es una película "para todos los públicos", no solo para los creyentes.
Hago un paréntesis en el comentario. Ojalá en España hubiéramos tenido algo parecido a esa productora, ya que, además de esta pentalogía, en Italia se produjeron entre 1994 y 2012 un buen puñado de obras de contenido cristiano, algunas de ellas ya comentadas en este Blog: San Antonio de Padua, Maria Goretti, Don Bosco, Santa Rita de Casia, Clara y Francisco, Pablo VI, un Papa en la tempestad, Pío XII, bajo el cielo de Roma, Prefiero el Paraíso, Santa Bárbara o María de Nazaret... así como capítulos de la serie "La Biblia" y "Amigos de Jesús". Un legado cultural que queda para la posteridad del cristianismo en Italia. Cierro paréntesis.
Aterrizamos en San Agustín. Se trata de una obra de 180 minutos (dividida en dos capítulos) dirigida por el canadiense Christian Duguay, con dos aspectos muy cuidados en la obra: la música de Andrea Guerra y la fotografía de Fabrizio Lucci. El personaje principal está doblemente interpretado por Alessandro Preziosi (25 años) y Franco Nero (76 años). Ambos realizan un trabajo digno de mención. Curiosamente, a pesar de ser una producción italiana, está rodada en inglés. Los dos capítulos tuvieron en 2010 en la RAI una audiencia de 7 y 6,7 millones de espectadores respectivamente, con un share del 25% de cuota de pantalla, convirtiéndose en uno de los programas más vistos de ese año.
Vamos con el análisis. Se trata de una mini-serie que, aunque ambientada entre los siglos IV y V, representa una historia muy actual, que nos habla de familia, de sentido de la vida, de conversión y de perdón. Todo ello ambientado en un Imperio Romano que agoniza y un cristianismo que lucha contra herejías poderosas que amenazan con desmembrarlo. Vamos a dividir el comentario en dos:
Primera Parte:
La acción comienza en el 430 d.C. Hipona es una ciudad del norte de África asediada por los vándalos. Su obispo, Agustín, intenta un acuerdo pacífico para salvar a sus habitantes, pero el tribuno Valerio y el centurión Fabio son partidarios de continuar la defensa de la ciudad con un último ataque a los atacantes. El Papa va a enviar dos barcos para salvar a Agustín y sus libros, por lo que su sobrina Lucilla intenta convencerlo para que se marche. Mientras que prepara sus cosas y recoge sus libros, Agustín -con la técnica del flashback- va recordando su infancia en una familia humilde de Tagaste, su vida de estudiante de oratoria-derecho como discípulo de Macrobio y bajo la protección de Valerio en Cartago, su vuelta a Tagaste para formar una familia con su esclava Khalidà y su hijo Adeodato y su marcha final a Milán para disputar dialécticamente con San Ambrosio. Volviendo al siglo V, con la llegada de los barcos y las dudas del santo sobre qué hacer, termina la primera entrega.
En esta primera parte se nos presenta a Agustín como un joven en continua búsqueda de la verdad, con muchas dudas sobre qué es lo correcto, y a quien su conciencia no le permite realizar cosas contrarias a la honestidad y la justicia, a diferencia de Macrobio y Valerio. Tan importante como la figura del joven es presentada la de su madre, Santa Mónica, permanentemente rezando por la conversión de su hijo. A pesar de sus esfuerzos y lágrimas, no consigue que Agustín se convierta al cristianismo, ni puede impedir que busque la verdad en otros sitios: el placer, el lujo, el éxito, la fama o el maniqueísmo. Toda esta etapa encuentra un hilo de fondo en algunos textos de las Confesiones del santo, que elevan la trama a aspectos espirituales y teológicos. Algunas frases que me gustaría destacar de esta primera parte son:
San Agustín: "Como cualquier hombre abandonado a mi suerte, todavía era un pobre niño presuntuoso. No no necesita nada. Si hay algo bueno en mí, se lo tengo que agradecer a mi madre. Mi madre, que me parió con la carne a esta vida temporal, y con el corazón a la vida eterna".
San Agustín: "¿De quién eran las palabras, si no de Dios, que resonaban en mis oídos por boca de mi madre, fiel a Dios? Pero no entraron en mi corazón, ni siquiera una nos llegó para traducirlo en hechos. Me pareció que el suyo era un consejo de mujer, que me habría dado vergüenza seguir. Y en cambio, eran de Dios. Yo no lo sabía, y en ella despreciaba a Dios".
Obispo de Tagaste: "Dios permite perdernos, así podremos encontrarnos después".
Obispo de Tagaste: "Reza, Mónica. Un hijo que soporta tanto dolor nunca será un perdido".
San Ambrosio de Milán: "No. El hombre no encuentra la verdad. Debe permitr que la verdad lo encuentre a él".
San Agustín: "Ayer fui a ver cómo emigraban las cigüeñas. ¡Las envidié! Siempre saben cuándo partir y en qué dirección ir. Pero a nosotros nos es muy difícil entender lo que Dios quiere que hagamos".
Segunda Parte:
Continúa el asedio de los Vándalos. Agustín sigue recordando su vida con su mujer y su hijo en Milán como orador y sus disputas dialécticas con San Ambrosio. Un asalto del ejército a los indefensos cristianos provocan la crisis espiritual de Agustín, quien entre el remordimiento y la angustia oye una voz que le pide leer el Nuevo Testamento: "Cógelo y léelo". Continua recordando sus disputas con los donatistas, en la que sale victorioso gracias al juez Ilario, quien en venganza es asesinado por los perdedores y resulta ser el padre del centurión Fabio, a su vez enamorado de su sobrina Lucilla. Ambos consiguen huir de Hipona mientras los vándalos asaltan la ciudad y se deja entrever la muerte del santo.
Esta segunda parte tiene como eje central la conversión de San Agustín, cuya escena es el clímax de la serie. San Agustín lee un trozo de las Epístolas del apóstol San Pablo: "No en los disturbios ni en la bebida, ni en las alcobas ni el abandono, no en la discordia y la envidia... Poneos a disposición de Jesucristo y no hagáis provisión de la carne para satisfacción de la lujuria". A ejemplo del Saulo, se produce una caída, y una luz potente lo invade todo mientras contempla el mosaico del Bautismo de Cristo. Tras este "éxtasis" dirige unas palabras a San Ambrosio: "Siempre he hablado demasiado. Hoy por primera vez he escuchado. Le escuché a Él". Como colofón de la escena lloran el obispo de Milán y él. Frases a destacar de esta segunda parte son las siguientes:
San Agustín: "Hay más gloria en luchar por la paz que en hacer la guerra".
San Ambrosio: "Nuestra libertad. Eso es en lo que el hombre se parece a Dios... Pero Dios también nos ha dado su Espíritu y su Espíritu da vida. El Espíritu nos da vida, nos hace que amemos el bien y nos hace libres... Como dice el Evangelio: "El que no está contra nosotros, está con nosotros". Quien está contra la verdad está contra mí".
San Ambrosio: ¿Hay alguna madre mejor que Dios? ¡Y aún así, cuántos de sus hijos le repudian. No pierdas la esperanza. Si Agustín hubiera sido un hijo fácil, Dios no le hubiera dado una madre como tú".
San Ambrosio: "Agustín, recuerda lo que dije: «No es el hombre el que encuentra la verdad, sino la verdad la que encuentra al hombre». Porque la verdad es una persona: Es Jesucristo, el Hijo de Dios".
San Agustín: "Tardíamente amé a Dios. A la belleza, tan anciana y tan nueva... Tardíamente amé a Dios. Me habló alto y me forzó a abandonar mi sordera. Dios brilló y disipó mi ceguera. Exhaló fragancias y creció en mi corazón. Y ahora me arrodillo ante ti. Lo supe, tuve hambre y sed. Dios me tocó. Y me trajo la paz"
Santa Mónica: "Escucha el silencio. Nuestra vida es como una concha, frágil, temporal. Pero hay algo que vive dentro de nosotros, que no es frágil y es atemporal. Ya estamos viviendo una vida eterna, hijo mío".
San Agustín: "Ambicioso. Lujurioso. Narcisista. Fui todas esas cosas, pero Dios me dio una madre. Ella me enseñó que nada en este mundo material merece nuestra ambición. Dios me dio una mujer. Me enseñó que amar significa renunciar a uno mismo. Dios me dio un hijo, y pensé que él había sido creado a mi semejanza. Después Dios me lo quitó, para enseñarme que fue creado a su semejanza. Ambicioso, lujurioso, narcisista. Yo fui todo eso, y todavía lo soy. Como lo somos todos. Como lo somos todos, pero ninguno está solo. Nunca. Ni siquiera en la desesperación o la oscuridad. Dios está con nosotros. Dios es más hermano que ningún hermano, más amigo que cualquier amigo, más amante que ningún amante"
San Agustín: "Ahora sois marido y mujer. Os esperan tiempos difíciles, pero seréis una luz en la oscuridad, una luz de amor. Por eso os digo: Si estáis en silencio, estad así con amor. Si habláis, hablad con amor. Si os adoctrináis, adoctrinaos con amor. Si perdonáis, perdonad con amor. Que el amor crezca dentro de vosotros, porque solo el bien puede subir desde su origen. Amad, y vivid en paz".
En conclusión, una película que nos muestra de manera objetiva la biografía de San Agustín, un joven que fue víctima de su orgullo, de su narcisismo, de sus habilidades oratorias... que lo condujeron a conocer los pecados y vicios del mundo para disgusto de su madre. Como contraposición se nos propone su conversión, donde tras abandonarse a Cristo cambió su fama, su codicia y sus éxitos mundanos por una vida más profunda y coherente. Un cambio espiritual que llenó su vida de sentido y de esperanza. Y ahondando más, podemos encontrar muchos puntos en común con la vida actual, por lo que el biopic se convierte en una catequesis visual que nos enseña que todas las acciones de la vida tienen consecuencias, que la incesante búsqueda de la verdad tiene recompensa, y que nos propone el perdón, las relaciones humanas profundas y los valores familiares y religiosos como propuesta de un camino de plenitud de vida.
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