La Cuaresma no solo es tiempo de sacrificios y mortificaciones. También es tiempo de oración, de reflexión, de meditación sosegada al estilo de los 40 días que paso Jesús en el desierto como hemos escuchado en el Evangelio de hoy, Primer Domingo de Cuaresma. Precisamente los Retiros o Ejercicios Espirituales que proliferan en estas fechas pretenden crear un clima de silencio y de introspección para que meditemos cómo está nuestra vida y que queremos hacer con ella.
Por ello, me he parecido muy sugerente y útil este pequeño relato que de nuevo he encontrado buceando por la web, y al que como siempre, intento darle mi toque personal. Espero que os guste.
La vida es como un viaje en un tren, con sus esperas impacientes, sus estaciones, sus pasajeros, sus paradas, sus cambios de vías, su revisor, sus accidentes.... Al nacer nos subimos al tren (sin saber muy bien adonde vamos) y nos dejamos guiar de la mano de nuestros padres, creyendo que siempre viajaran a nuestro lado. Pero en alguna estación ellos se bajarán dolorosamente dejándonos que hagamos el resto del viaje solos. Por ello nos vamos interesando por otras personas que suben al tren. Muchas de ellas serán grandes compañeros de viaje: nuestros hermanos, amigos, hijos y hasta el amor de nuestra vida. Se sentarán cerquita nuestra y nos harán el viaje más agradable. Pero, al igual que nuestros padres, también bajaran un día al llegar su destino y dejaran un vacío permanente durante el resto del trayecto que nada ni nadie podrán ya ocupar... Otros pasan tan desapercibidos que ni nos damos cuenta que desocuparon sus asientos, pero a veces nos preguntarán algo o nos informarán valiosamente, dándonos algún consejo que recordaremos el resto del viaje... Sabemos que este tren sólo realiza un viaje, el de ida. Por ello hay que aprovecharlo intensamente. Nuestro trayecto estará lleno de alegrías, tristezas, fantasías, esperas bienvenidas y despedidas. El éxito del viaje suele consistir en tener una buena relación con todos los pasajeros, en ser amable con todos, amigo de unos pocos y confiar ciegamente en el maquinista. El gran misterio de nuestro viaje -del de todos los pasajeros del tren- es que no sabemos en que estación nos bajaremos, por eso, debemos estar en el tren de la mejor manera: amando a nuestro compañero de asiento, perdonando a quien se tropezó y nos empujó, ofreciendo nuestra ayuda a quien la fatiga del viaje hace que no pueda ni con su equipaje... Así, cuando llegue el momento de desembarcar y quede nuestro asiento vacío, dejemos bonitos recuerdos a los que continúan viajando en el tren de la vida.... Ahora, en este momento, el tren está disminuyendo la velocidad para que suban y bajen personas. Mi emoción aumenta a medida que el tren va parando... ¿Quién subirá?, ¿Quienes serán mis nuevos compañeros?, ¿O me tocará apearme a mi...?
Preciosa comparación... ¡Buen viaje a todos!
Estoy de acuerdo. Tenemos de hacerlo viviendo asi, orando, reflexionando, pidiendo por todos los que sufren y despues compartilo con los que non saben ni conocen. Hay siempre personas abiertas y de buena voluntad.
ResponderEliminarQué bonito, como todo lo que escribes, quizás sea porque los cristales de tus lentes están siempre limpios.
ResponderEliminarcuaresma tiiempo de reflexion perdon ayuno dar amor y paz espiriitual
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