La Semana Santa es la semana en la que los cristianos recordamos la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Una semana intensa, cargada de sentimientos encontrados y tan diferentes entre sí como complementarios en la vida de cualquier persona. Tenemos que afrontar días de Vida y días de Muerte, alternar lágrimas de pena con otras de alegría, mezclar tristeza y regocijo, angustia y esperanza... y todo ello con el respeto y el asombro que produce el Misterio.
El Domingo de Ramos es el día que aclama a Jesús como Mesías y como Rey. Sin olvidar que los mismos que gritaron ese día "Hossana" gritaron más fuerte aún "Crucifícalo" unos días más tarde. El Jueves Santo recordaremos su Última Cena, su precepto de Amor, el lavatorio de pies y la Institución de la Eucaristía, la traición de Judas y las negaciones de Pedro. Con una madrugada para no dormir, recordando los procesos civiles y religiosos de Anás y Caifás, Herodes y Pilatos que terminarían por sentenciar a Cristo a la crucifixión. El Viernes Santo será el día de recordar el triunfo (aparente) de la Muerte. Finalmente, el Domingo de Pascua ésta quedará definitivamente vencida con la Resurrección, momento en el cambió para siempre la Historia Universal.
Como digo son unos días para dar alimento a nuestras almas. Afortunadamente hoy tenemos muchos caminos para el encuentro con Dios. A través de la Biblia, de la asistencia a las celebraciones religiosas, de la oración personal, de las procesiones, de la caridad, y por qué no decirlo, también a través del Cine o de Internet si se saben usar bien. En estos días todo nos recuerda y nos acerca al Misterio Santo.
Y por supuesto también ayudan a este propósito un buen libro espiritual o la misma poesía. De hecho, la contribución que os ofrezco hoy en el Blog es un poema de Carlos Alberto Boaglio que leí hace un tiempo pero que hoy me ha venido a la mente. Desde que me encontré con ella vi que tenía una doble lectura. En primer lugar nos recuerda a nuestros seres queridos, aquellos que ya no están con nosotros y que recordamos todos los días. En ese sentido es conmovedora y nos proporciona paz con nosotros mismos al tiempo que nos ayuda a volver a encontrarnos interiormente con ellos. Pero la última parte del poema también tiene una segunda lectura religiosa y espiritual, en el que ese ser querido que nos habla es Jesucristo, que si bien no lo hemos conocido personalmente sí que lo sentimos a nuestro lado y también nos proporciona un mensaje de consuelo y esperanza.
Os invito a que la leáis detenidamente, en la clave que queráis y poniendo el/los rostro/s que queráis, pero que la disfrutéis y os lleve a realizar un rato de oración en estos días, de acción de gracias a Dios por la salvación que nos ofrece y de petición por el eterno descanso de nuestros seres queridos. Que os aproveche:
Cuando yo me vaya, no quiero que llores,
quédate en silencio, sin decir palabras,
y vive recuerdos, reconforta el alma.
Cuando yo me duerma, respeta mi sueño,
por algo me duermo; por algo me he ido.
Si sientes mi ausencia, no pronuncies nada,
y casi en el aire, con paso muy fino,
búscame en mi casa,
búscame en mis libros,
búscame en mis cartas,
y entre los papeles que he escrito apurado.
Ponte mis camisas, mi suéter, mi abrigo
y puedes usar todos mis zapatos.
Te presto mi cuarto, mi almohada, mi cama,
y cuando haga frío, ponte mis bufandas.
Te puedes comer todo el chocolate
y beberte el vino que dejé guardado.
Escucha ese tema que a mí me gustaba,
usa mi perfume y riega mis plantas.
Si tapan mi cuerpo, no me tengas lástima,
corre hacia el espacio, libera tu alma,
palpa la poesía, la música, el canto
y deja que el viento juegue con tu cara.
Besa bien la tierra, toma toda el agua
y aprende el idioma vivo de los pájaros.
Si me extrañas mucho, disimula el acto,
búscame en los niños, el café, la radio
y en el sitio ése donde me ocultaba.
No pronuncies nunca la palabra muerte.
A veces es más triste vivir olvidado
que morir mil veces y ser recordado.
Cuando yo me duerma,
no me lleves flores a una tumba amarga,
grita con la fuerza de toda tu entraña
que el mundo está vivo y sigue su marcha.
La llama encendida no se va a apagar
por el simple hecho de que yo me vaya.
Los hombres que “viven” no se mueren nunca,
se duermen de a ratos, de a ratos pequeños,
y el sueño infinito es sólo una excusa.
Cuando yo me vaya, extiende tu mano,
y estarás conmigo sellada en contacto,
y aunque no me veas,
y aunque no me palpes,
sabrás que por siempre estaré a tu lado.
Entonces, un día, sonriente y vibrante,
sabrás que volví para no marcharme.
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