He encontrado una bella historia que hoy quiero compartir con vosotros. Habla de una dicotomía que suele ser recurrente en los debates pastorales desde que la Iglesia es Iglesia: ¿Qué debe ir antes, la predicación de la Palabra de Dios o la Caridad?. Creo que no hay que ser simplistas y quedarse con una rechazando a la otra, sino que hay que buscar fórmulas para conjugar ambas. Lo que sí nos aclara esta historia es el orden en el que deben ir: Primero la Caridad (el testimonio de fe), luego la catequesis sobre la Palabra de Dios. Y no se trata sólo de un orden lógico, sino incluso -me atrevería decir- estratégicamente recomendable: una predicación que no va acompañada del testimonio de quien la proclama es un mensaje vacío, son simples palabras huecas que no pueden calar en ningún corazón porque no convencen ni si quiera a quien las anuncia. Sin más preámbulos, os dejo con la historia, que por cierto hace ya la número 64 en "Historias para Pensar" del Blog. Espero que os haga disfrutar y reflexionar a partes iguales:
El capellán se acercó al soldado malherido, en medio del fragor de la batalla, y le preguntó:
- "¿Quieres morir en paz con Dios?"
- "Primero dame agua, que tengo sed", dijo el herido.
El capellán le convidó el último trago de su cantimplora, aun sabiendo que el agua distaba kilómetros y tardaría más de un par de días en conseguir reponerla.
- "¿Ahora?", preguntó de nuevo.
- "Antes dame de comer", suplicó el herido.
El capellán le dio el último mendrugo de pan que guardaba en su mochila, a sabiendas también de que tardaría días en reponerlo.
- "Tengo frío", fue la siguiente petición; y el hombre de Dios no dudó en despojarse de su abrigo de campaña (pese al frío y la humedad que calaban) y cubrir al moribundo.
- "Ahora sí", le dijo el agonizante al capellán. "Háblame de ese Dios que te hizo darme tu última agua, tu último mendrugo y tu único abrigo. Quiero conocerlo antes de morir".
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