lunes, 21 de abril de 2025

50 cumpleaños

Cuando pensaba en cómo quería celebrar mi 50 cumpleaños no se me ocurrió mejor auto-regalo que escribir una semblanza de mi vida. Con esta afirmación, ya te estoy dando la primera pista acerca de mí: las cosas materiales me resbalan; en cambio, me encantan las espirituales e intangibles. Quizás esa sea una de las razones por la que me gusta tanto escribir y leer. Sí, en ese orden, el aparentemente inverso: escribir antes que leer; aunque no le hago ascos a ninguna de las dos. Pero vamos al grano: Si te ha llegado el enlace para acceder a esta entrada, es posible que haya pensado en ti al escribir alguna parte de esta larga autobiografía. Si, por contra, has entrado en el Blog por casualidad o por cualquier otro motivo (pronto llegaremos a los 2 millones de lectores, no conozco a tanta gente...) esta es tu oportunidad para conocer mejor a su autor. Así que, sea cual sea el motivo que te haya hecho llegar hasta aquí, estás a un paso de conocer a fondo una vida de 50 años, ni mejor ni peor que la tuya, pero a buen seguro, distinta... 

Lo cierto es que mi vida da para escribir un libro. A lo mejor no un best seller, pero sí uno de esos de "usar y tirar" (mejor dicho, de "leer y tirar") propios de la cultura woke que se nos quiere imponer. Ciertamente, a mucha gente a la que le cuento someramente algunos aspectos de mi pasado (normalmente gustosos de profundizar en los más morbosos...) suelen terminar diciendo: "¡Deberías escribir un libro, vaya historia buena para una novela!". De momento no tengo ni el tiempo, ni las fuerzas, ni el talento para hacerlo, por lo que como dije anteriormente me voy a conformar -aprovechando mi quincuagésimo aniversario- con escribir un resumen de mi existencia y dejar que quede grabado para la posteridad en mi Blog, ese alter ego que comencé hace ya más de 18 años y que sigo alimentando semanalmente. Él me va a ayudar con esta entrada a "desnudarme", a abrirme en canal en mi post más personal e íntimo, en el que llevo trabajando unas semanas y que he intentado pulir cada día como un escultor hace con su gubia ante su obra maestra. Pero como bien sabéis, este es un Blog de contenido religioso, por lo que esta entrada no va a ser ninguna excepción. Toda ella, desde la primera hasta la última palabra, es un ¡GRACIAS! a Dios por todo lo que me ha regalado, que en su mayoría ha sido mucho y bueno. Claro que también ha habido de todo. Malos ratos y disgustos también los he pasado y aun quedarán otros tantos por sufrir, ya que yo no soy ningún influencer de Facebook, XInstagram o TikTok, en los que todo parece belleza, felicidad y alegría. No nos engañemos. En mi vida, como en la Viña del Señor, ha habido de todo; como comprobaréis si os animáis a seguir leyendo estas líneas.

Antes de comenzar a desvelar la trama, un inciso. Como son tantos periodos -y tan variados- he decidido separarlos por edades, y así voy guionizando el terreno por si alguna vez me decido a darle continuidad y extensión a las historias...

1. De -9 meses a los 5 años

He de ser sincero: no recuerdo nada de nada; que honestamente, creo que es lo mejor que se puede decir de esta etapa en la vida de cualquier persona. Solo intuyo que viví de lujo en la barriga de mi madre y tras ver por primera vez la luz de este mundo -un 21 de abril a las 12:30- comencé a vivir un ambiente familiar sano, sin traumas, sin problemas, sin otra cosa que no fuera comer, dormir y juguetear en un entorno donde ya estaban las tres personas que desde bebé fueron moldeando mi vida:

Mi padre: Un hombre bueno, trabajador, responsable y muy familiar. Con una fe creciente conforme avanzaban los años y una pasión por los idiomas y el Cine que en una cantidad considerable he heredado. Un infarto se lo llevó repentinamente a sus 68 años, pero su recuerdo sigue presente cada día, con tantas anécdotas y buenos momentos que hacen que simplemente con traerlos a la memoria a uno se le ilumine el rostro aún en los días más sombríos.

Mi madre: Aún vive, gracias a Dios. Una mujer igualmente buena, igualmente trabajadora (en las cosas de la casa y llevando la economía familiar, lo que en aquella época era lo usual), igualmente responsable e igualmente familiar. De ella me hubiera gustado heredar su mano para la cocina, pero no se dio el caso por dejadez mía. En mi día a día intento ser fuerte y optimista como ella, aún a sabiendas que no le llego ni a los talones. Su salud va mermando lentamente a medida que su figura se agiganta en mi interior como paradigma de fortaleza y superación de las adversidades. 

Mi hermano mayor: A quien admiro más de lo que él se cree. Los hermanos mayores van abriendo camino, y eso es una clara ventaja. Imitas lo que hace bien y huyes de lo que le sale mal. Un camino experimental parecido al método científico que a mí en lo personal me ha funcionado bastante bien.. Cada uno tenemos nuestro carácter, claro está, pero siempre he considerado que mi vida era más cómoda por el hecho de disfrutar un referente que me cuidaba y me protegía. Creo que no ha faltado ni un día en el que no lo haya hecho. Y nuestras frecuentes peleas -casi siempre motivadas por el fútbol- nunca pasaban -ni pasan- de ahí. La sangre nunca llega al río porque tenemos caracteres distintos y complementarios. Aún, afortunadamente y si Dios quiere, me queda mucho que aprender de él.  

5-14 años

Supongo que esta ha sido la época más feliz de mi vida, aunque quedaban evidentemente muchos momentos buenos que llegar. Pero en esta etapa, todo -o casi todo, como he dicho antes- era felicidad. Vida familiar, barrio y colegio formaban un tridente insuperable. Mis tres "compañeros de viaje", ya lo he contado en el periodo anterior: un soporte para todo donde la palabra "hogar" es la que mejor define lo que allí se vivía. A un nivel familiar más amplio, las Navidades en casa de mi abuela materna deben ser posiblemente lo más parecido al Cielo que haya experimentado en esta vida. Una mezcla heterogénea de tíos y primos en los que en dos sectores bien diferenciados el tiempo pasaba volando. No podía faltar nadie porque entonces ya nada era lo mismo. Por parte de la familia paterna, las reuniones eran más esporádicas, pero no por ello menos provechosas. Como segunda parte de esa triada mágica, la pandilla de San Joaquín. Para contextualizar baste con apuntar que se trataba de un barrio de nueva construcción, donde todos los matrimonios tenían la misma edad y los niños éramos su lógica prolongación, llenando sus espacios por doquier. Vamos, lo que todo niño anhela: un lugar donde la pista de fútbol era el paraíso y los coches aún no suponían un peligro, por lo que uno se movía con desparpajo por todos sus rincones, incluyendo el campo que por aquel entonces daba fin a los límites de la ciudad y que hoy el desarrollo urbanístico ha convertido en más edificios y polígonos industriales. En ese vasto entorno crecí junto a compañeros de juegos -casi siempre ligados a una pelota- donde la imaginación y la creatividad eran capaces de inventarse entretenimientos de toda clase que hoy las nuevas tecnologías se han encargado de aniquilar. Y como tercer elemento, el colegio, San Juan Bautista: otro reducto de felicidad. Una pequeña burbuja donde se concentraba todo un mundo en el que pasábamos muchas horas, nuestro mundo académico. Hoy, desde la perspectiva adulta y de profesor, sigo constatando día tras día como ese es el lugar donde los vínculos sociales más se fortalecen al tiempo que son puestos a prueba. A nivel personal, viví en clases de 40-45 niños (educación segregada y sí, esa era la ratio por clase, no sé como los profes y las seños no terminaban majaras) que junto a grandes profesionales fueron dándome y moldeando desde pequeño ("el arbolito desde chiquitito") gran parte de lo que hoy soy. Por cierto, ligado a este mini-mundo, existía otra "burbuja", el bus escolar, que recorría medio Jerez para dejarte en tu casa y que fortalecía amistades tanto en el barrio como en la clase de aquellos que coincidíamos en ambas coordenadas espacio-temporales. El detalle de lo que en esos trayectos sucedía lo dejo para el hipotético libro, baste apuntar que en aquella época no existían los cinturones de seguridad y que cada trayecto se comenzaba hacinado a la salida del Colegio y con plena libertad de movimiento en las últimas paradas. Aún recuerdo muchas tardes en las que no me quería bajar del bus, pues el intercambio de cromos o cualquier ocurrencia de las muchas que allí tenían lugar estaban alcanzando su clímax...

Desde pequeño había un cuarto pilar que se esperaba como agua de mayo, si bien su llegada se producía un mes más tarde: Valdelagrana. Un lugar donde nos inventábamos un mundo paralelo, un oasis de horarios relajados y tardes eternas que duraba solo tres meses pero que mágicamente se repetía año tras año y era el colofón perfecto de cada curso académico. Las estancias en la playa, en la piscina y todos sus entornos eran una realidad tan apetecible que el tiempo se pasaba volando. A pesar de su fugacidad, su repetición anual hizo que muchos amigos de la infancia lo sigan siendo hoy en día, pues los vínculos eran tan fuertes, la intensidad tanta y la felicidad tan plena que ni las décadas han conseguido apagar esos fuegos.

14-18 años

Los pilares siguieron siendo los mismos, pero la infancia dio paso a la adolescencia, otra etapa con cambios hormonales, corporales y de aficiones que daban lugares a situaciones nuevas. La pandilla del barrio se hizo mixta, la segregación de San Juan Bautista dio paso a la educación conjunta de Nuestra Señora del Pilar y la pandilla de Valdelagrana hizo un tránsito también a una integración con grupos femeninos. Mis padres veían con nostalgia que "los niños" poco a poco ya no salían con ellos y preferían otras compañías, sobre todo nocturnas. El "Un, dos, tres", "V" y "Verano Azul" en familia daban paso a la exploración de nuevos modos de diversión. De nuevo mi hermano, que al ser mayor siempre iba unos pasos por delante, me enseñaba los caminos correctos y me apartaba de los peligrosos en el mundo de la noche. Compartíamos pandilla en Valdelagrana y pasamos de ser hermanos a colegas de botellón, a través de una transición que se vivió con naturalidad y con muchos e inolvidables buenos momentos. Aquí también surgió el primer amor, inocente y fugaz como suelen ser los amores de verano. A nivel escolar, los años corrían y el panorama se iba llenando de dudas acerca del incierto itinerario académico "¿Ciencias o Letras?" Esa pregunta parecía ser la única para la que tenía una respuesta clara. Algo de Ciencias seguro, ya que era lo que se mejor se daba y en lo que obtenía las notas más brillantes. Pero ahí comenzaban las dudas: "¿Arquitectura?, ¿Ingeniería?, Sí, algo de eso... pero ¿Cuál?..." Sin embargo, no hubo que responder a esas preguntas, sino a otra más específica: "¿Y por qué no sacerdote?" De esa forma, al terminar COU, llegó la vocación y con ella un cambio de estudios. Dejar a un lado las ecuaciones y las derivadas; el compás y el cartabón y cambiarlas por Latín, Filosofía y Teología. Vamos a por ello, me dije, que de los cobardes no se ha escrito nada...  

18-23 años

Junto a mi hermano comencé una etapa que unificaba Seminario y Universidad. Compartimos la llamada de Dios y ello hizo que ambos volviéramos a estar juntos, en Sevilla, a 100 kilómetros de casa y de nuevo en un ambiente segregado pero igualmente apasionante. Casi una veintena de jóvenes de una edad parecida con el interés común de la llamada al sacerdocio pero con muchas ideas aún por aclarar daban mucho juego. Los estudios y las obligaciones religiosas absorbían gran parte de la jornada pero nunca faltaba tiempo para pasarlo bien. Las Navidades, la Semana Santa y el verano servían para terminar de aclararse. Muchos compañeros quedaban por el camino, otros se incorporaban cada septiembre para dar un soplo de aire fresco a la convivencia, y así, entre estudios, retiros y tantas risas que solo quien ha vivido en otra de esas "burbujas" puede comprender, pasaban los años. De los nueve compañeros que comenzamos, cinco llegamos al final del trayecto: la ordenación de diácono como paso previo a la de sacerdote. "Los 5 magníficos", tituló el difunto Manolo Liaño en el Diario de Jerez, en un extenso reportaje ante un acontecimiento inédito en la joven Diócesis de Jerez.  

23-25 años

Próxima parada a caballo entre el diaconado y el sacerdocio: Profundizar los estudios en Teología Dogmática en la Ciudad Eterna, el corazón de la Iglesia Católica. Todos los caminos llevan a Roma, dicen. Y debe ser verdad porque muchas veces me sorprendo a mí mismo sintiéndome abrazado por la Columnata de Bernini en la Plaza de San Pedro, o, ya al atardecer, me descubro paseando mentalmente por las decadentes calles del Trastevere. Luego comenzaba otro día, antes incluso del amanecer, y visualizo a ese joven diácono-sacerdote entrando en la Iglesia de San Vicente y San Atanasio para rezar una breve oración antes de comenzar una nueva jornada en la Facultad Gregoriana, mientras los operarios municipales se afanaban en retirar con palas los kilos de monedas que los turistas del día anterior habían lanzado a la Fontana di Trevi con la ilusión de retornar un día a la Ciudad de la loba capitolina. Luego llegaría el bullicio, la Ordenación Sacerdotal y el Jubileo del año 2.000, millones de turistas yendo de un lado para otro, las prisas, los empujones en el bus 64 y en el Metro... Todo ello conformó la experiencia de vivir en una gran ciudad, un ritmo de vida que llegaba a ser tan odioso como fascinante... De Roma me traje el amor por las pizzas, mucha cultura, mucha teología y un dominio del italiano que aún hoy intento conservar en mi tiempo libre. Conocer en persona a San Juan Pablo II y presenciar en San Siro una final de Champions fueros también algunas de las mayores experiencias espirituales y futbolísticas de mi vida. Unos privilegios que marcaron el final de la relajada etapa de estudiante y el comienzo de la dura vida laboral. 

25-33 años

Primer y único destino como sacerdote: Arcos de la frontera. Allí conocí tanta gente buena... Hombres y mujeres que me dieron y me enseñaron seguramente mucho más de lo que yo les transmití. En aquellos lares se presentaba un joven sacerdote con su Citroën Saxo para comprobar que una cosa es estudiar Teología y otra "oler a oveja", como años más tarde diría el Papa Francisco. En Arcos comprobé que estar con la gente te hacía aprender más que los libros, o mejor dicho, que lo que no había aprendido a esas alturas no sería fácil alcanzarlo, porque el ritmo de vida te iba imponiendo lo urgente dejando a un lado lo importante. Eso sí, con los cimientos bien puestos y las compañías adecuadas, todo era más fácil. No he personalizado en exceso hasta ahora y pretendo no hacerlo, pero sería injusto no mencionar a un colectivo que es tratado tan injustamente en nuestra sociedad: los catequistas, los visitadores de enfermos o cualquiera que se acerca a una Parroquia a dar desinteresadamente su tiempo y su esfuerzo, sea en una Hermandad o en cualquier grupo parroquial. Mucha gente se sorprende aún cuando, por ejemplo, salgo en defensa de una catequista. Yo tenía un sueldo como sacerdote y ahora lo tengo como profesor de Religión. Pero las catequistas no. Ahora hablo en femenino porque la inmensa mayoría de quienes ejercen esa labor son mujeres que dejando a un lado sus aficiones, sus familias o sus loquesea, dedican tiempo a formarse y a transmitir la fe a un grupo de niños, jóvenes o enfermos. Todo por amor a Dios y a la Iglesia... y sin esperar nada a cambio. Un testimonio que aprendí de por vida, y que me hace valorar a cada persona que desinteresadamente hace algo por los demás. El altruismo, un valor en claro retroceso pero que es garante de felicidad. Difícil inculcar eso en una sociedad en la que todo se mide por el dinero, pero a mis recién cumplidos 50 años doy fe de que dar gratis produce más felicidad que recibir una contraprestación económica a cambio de un trabajo remunerado. De Arcos también me traje amigos para toda la vida, y un acontecimiento que daría un giro de 180 grados a toda mi existencia, dándole la vuelta como a un calcetín. 

32-33 años

"El corazón tiene razones que la razón no entiende", dijo el científico Pascal una vez. Yo lo experimenté fuerte, diría que en su grado máximo, cuando conocí a la que hoy es mi esposa. No fue un encaprichamiento, como algunos pensaron. Tampoco una huida de alguien que no era feliz en su sacerdocio, pues lo era y mucho. Todo fue mucho más complicado, más agónico, pues ante mí se presentaban dos caminos que me prometían felicidad a partes iguales, pero al mismo tiempo un futuro incierto tomara la decisión que tomara. Desgraciadamente para mí, no era posible unificar esos dos senderos y solo podía tomar uno de ellos. Era plenamente feliz como sacerdote, pero notaba dentro de mí un vacío que no podía llenar de otra manera que no fuera estando junto a la persona a la que amaba con locura. Una mujer que llegó en el momento oportuno, que me hizo descubrir el amor humano, que con nuestras virtudes y defectos hemos aprendido a pulir y mejorar en estos años... pero no me adelanto. Este corto periodo de un año fue debido a un "año sabático" en el que tuve que tomar la decisión más trascendental de mi vida. O una cosa u otra. Las dos no se puede. Una ley lo impide, y aunque me constaba que hubo, había y habrá compañeros que compaginaban las situaciones, mi conciencia no me lo permitía. Tras un acuerdo con el obispo, la solución transitoria supuso una vuelta momentánea a casa de mis padres (sin oficio y poco beneficio) para intentar aclarar mi confusa mente. A la edad en la que Cristo moría, mi vocación se apagaba, no por falta de fe, sino por otro amor que no podía controlar. Como resultado de todo ello, una triste mañana de septiembre le dije a mi obispo que cambiaba un amor por otro, sin saber si acertaba o me equivocaba, pero que la decisión estaba meditada y tomada. Tocaba iniciar una nueva vida, con una mano delante y otra detrás, pues los estudios eclesiásticos y ocho años de párroco no parecían currículum suficiente para aspirar a muchos puestos de trabajo que fueran apetecibles. A cambio, tenía una nueva compañera de camino, junto a una familia política que desde un primer momento me recibieron con los brazos abiertos. Desde aquel momento, Patricia y yo llevamos 18 años juntos (en julio haremos 10 de matrimonio eclesiástico) y afrontamos cada día como una nueva aventura, cogidos de la mano hasta -si Dios quiere- que la muerte nos separe.

33-47 años

En ese periodo de incertidumbre se produjo lo que interpreté como una señal. Mi cuñada me dijo que en un Colegio de El Puerto de Santa María buscaban profesor de Religión. Un currículum echado y una llamada. 100% de efectividad. La familia Randell me dio una oportunidad laboral cuando iba con lo puesto, sin estudios pedagógicos ninguno pero con ganas de demostrar que quería darlo todo. Insisto que una Diplomatura en Estudios Eclesiásticos y una Licenciatura en Teología Dogmática no parecían un currículum vitae excesivamente atractivo como para que nadie apostara por mí... La suerte (yo prefiero llamarlo providencia) estaba de mi parte: Don Manuel, el director (q.e.p.d.) se había salido del Seminario con las ordenes menores recibidas, y posiblemente eso le hizo empatizar con mi situación. En aquel lugar me dieron un trabajo, un sueldo, una cierta estabilidad... y yo les estaré eternamente agradecidos. De esa manera dieron comienzo 13 cursos de un nuevo aprendizaje. Aprender a ser maestro-profesor a un alumnado entre los 5 y los 18 años a base de experiencia, de palos y de frustraciones. Pasar de que todo el mundo en Arcos te llamara "Don Jaime" a quitarle mocos en el comedor a un niño de 1º de EPO, o a mandar sentarse bien a otra niña de 17 años en el bus escolar no fue tarea psicológica fácil. Un ambiente, el escolar, que no me era extraño, pero que ahora tenía que afrontar desde otra perspectiva, sin la libertad de un niño-joven y con las múltiples obligaciones de un adulto cuyo trabajo depende de su buen hacer. Un cambio brusco al principio y más llevadero gracias a los años y a muchos compañeros. No voy a decir nombres pero ellos saben quienes son. Un inciso, a estas alturas de la exposición de mi vida, el lector ya se habrá dado cuenta que no empleo el lenguaje inclusivo, el cual detesto profundamente. Finalizado el inciso, vuelvo al hilo. Amigos y compañeros con los que uno se desahogaba cuando la gota colmaba el vaso, nunca en cafés multitudinarios sino en la intimidad de un despacho o en los butacones del Common Room, un lugar de refugio, confidencias y risas. 13 años de sacrificio, esfuerzo y constancia para compaginar trabajo y estudio. El Grado de Magisterio, la DECA de Primaria. El Máster de Secundaria, la DECA de Secundaria. El B2 de Inglés (y cursos de todo tipo) porque la formación permanente en mi caso era permanente formación. Había que rellenar muchos huecos legales porque las inspecciones estaban al acecho y no se andaban con rodeos. Años de esfuerzo y de sacrificio que me consumieron, con un horario de 08:00 a 18:30 que pude sostener hasta que mi mente fue avisándome de que -ya con todas las titulaciones en regla- tenía que buscar un cambio de aires.  

47-50 años

Así, a los 47, otro cambio de vida. Se presentó la oportunidad y había que cogerla al vuelo. Hay trenes que no pasan dos veces. Ello requería volver a salir de lo ya conocido -la zona de confort, la llaman ahora- para adentrarme en un trabajo que me permitiera más tiempo libre en el futuro. Cambiar la enseñanza privada por la pública ha sido mi último reto, y aún estoy en ello. Cambio de compañeros, de edificios, de alumnos, de rutinas... pero sobre todo... de población. Carretera y manta. De momento he conocido 7 Institutos en dos años. No está mal. Empezando desde abajo, no quedaba otra. Voy intentando disfrutar el trayecto, no solo la llegada y la ansiada estabilidad que llegará a buen seguro dentro de unos años. Pero esta nueva situación requiere una adaptación constante al entorno que, de momento, me recuerda el inicio del credo hebreo "Mi padre era un arameo errante...". Y para que no falte formación, estoy sumergido de lleno en el C1 de inglés, que dicen que el saber no ocupa lugar y ahora que no es obligatorio disfruto más del idioma de Shakespeare...

En fin. Esta es -a grandes rasgos- mi vida hasta ahora. Insisto que solo puedo estar agradecido a Dios por todo lo que en ella ha pasado. Volver la vista atrás con una actitud agradecida es un ejercicio terapéutico de primer orden. Muchas otras cosas se podían haber escrito y profundizado, pero lo dejo para más adelante. Muchos nombres han sido escritos y luego borrados con la intención de no personalizar en exceso, aunque algunos era de justicia mantenerlos. Por ello, no quería terminar estas líneas sin hacer mención expresa a otro elemento común que siempre ha estado presente en mi vida y que tienen nombres concretos: Pluto, Milú, Hristo, Deco y Lolo. Sus caninas vidas, más efímeras que las humanas, han salido más o menos a compañero por década. Cada uno distinto, pero todos fieles, leales y cariñosos. Ahora he comenzado los 50 con un felino, mejor dicho, con una felina, Wanda. Aunque no estoy convencido del cambio, vamos a ver cómo resulta el experimento...

Espero que estas líneas hayan servido para que me conozcas mejor, y sobre todo, para que no me juzgues. Si algo he aprendido en todos estos años, ha sido, precisamente, a no juzgar a nadie. Todos somos fruto de lo que vivimos, de nuestro background, de nuestros pensamientos y conversaciones, de múltiples situaciones que forman un collage que solo el que las experimenta puede comprender. Cada existencia está repleta de decisiones que no determinan nuestra vida pero que sí la condicionan en un sentido u otro. Las piezas de ese puzzle son las que son, pero somos nosotros los que las vamos poniendo y quitando a nuestro antojo configurando una imagen u otra. Explicado con otra analogía, en el reparto de cartas te tocan las que el azar determine, pero solo tú sabes como vas a jugarlas. Hacer buen o mal uso de ellas te llevará a ganar o a perder la partida, pero nunca dejes que otro juegue tus cartas por ti. Y para juicio, el divino. El único que tiene autoridad suprema para dictar sentencia y el único veredicto que a mí me importa es el de Dios, a cuya misericordia me encomendaré cuando llegue el día de rendirle cuentas.

Amén.


P.S. El mismo día que se publicaba esta entrada fallecía en la ciudad de Roma el Papa Francisco. Dos días más tarde, el 23 de abril, mi madre también nos dejaba para experimentar su particular Pascua. Ambos habían nacido un 17 de diciembre, el Papa en 1936 y mi madre en 1945. 

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