El cristianismo nace como convicción de que Cristo ha vencido a la muerte a través de la resurrección. Eso se celebra todos los días del año. Todos menos uno. Desde la tarde del Viernes Santo hasta bien entrada la madrugada del Domingo de Resurrección se deja un espacio para la aparente victoria de la muerte.
Es una concesión de nuestra fe para aguardar con más expectación la celebración de la Pascua. Cuentan los mayores que antaño en este día se cerraban los cines; y la televisión y la radio únicamente emitían música de meditación o en todo caso alguna película religiosa. Todo ello ayudaba a vivir con mayor recogimiento estas horas de duelo por la muerte de Jesucristo. Era el triunfo de la Parca.
Hoy apenas queda nada de ese ambiente. La sociedad sigue su ritmo vertiginoso, con la obsesión de rellenar como sea los tiempos de silencio y recogimiento, no sea que a la gente le dé por pensar, algo que es sumamente peligroso y atenta contra el sistema establecido. Es mejor que todo el mundo piense igual, vista igual, coma lo mismo y vean los mismos programas de telebasura vacuos de contenido. Mejor que la plebe se distraiga y "mate" el tiempo (qué expresión más acertada...) a que mediten sobre el sentido de la vida y la existencia. La muerte como concepto es un insulto a nuestra sociedad vitalista: "Ocultemos esos crucifijos que nos recuerdan la muerte. Apartemos a los muertos llevándolos lejos de la ciudad a los lejanos tanatorios. Maquillemos a los cadáveres para que parezcan que están vivos..."
Y sin embargo es la única certeza de nuestras vidas. Nacemos para morir. Ninguna historia ha recogido esta realidad como el famoso cuento popular:
"Érase una vez un criado que servía a un rico mercader en la ciudad de Jericó. Un día, muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer la compra. Pero esa mañana no fue como todas las demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte y porque la Muerte le hizo un gesto. Aterrado, el criado volvió a la casa del mercader.
—Amo -le dijo-, déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Jericó. Esta noche quiero estar en la ciudad de Jerusalén. Allí me esconderé entre la multitud de la gente.
—Pero, ¿por qué quieres huir? -le preguntó el mercader.
—Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.
—El mercader se compadeció de él y le dejó su mejor caballo, y el criado partió con la esperanza de estar por la noche en Jerusalén.
Por la tarde, el propio mercader fue al mercado, y, como le había sucedido antes al criado, también él vio a la Muerte.
—Muerte -le dijo acercándose a ella-, ¿por qué le has hecho un gesto de amenaza a mi criado?
—¿Un gesto de amenaza? -contestó la muerte-. No, no ha sido un gesto de amenaza, sino de asombro. Me ha sorprendido verlo aquí, tan lejos de Jerusalén, porque esta noche debo llevarme de allí a tu criado."
Lo dicho. Mañana celebraremos la resurrección del Señor. Pero hoy démosle su sitio a la Dama Fría.
Gracias, Jaime, por compartir una reflexion tan rica para el dia de hoy! FELIZ PASCUA DE LA RESURRECCION!
ResponderEliminarFeliz Pascua a todos!
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