miércoles, 19 de febrero de 2020

Tan Lejos, Tan Cerca (In Weiter Ferne, so Nah, Alemania, 1993)

Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. Tan Lejos, Tan Cerca no es una excepción. A pesar de tener el mismo director que El Cielo sobre Berlín (Wim Wenders) y contar prácticamente con el mismo elenco de actores, enriquecido además con Nastassia Kinski (la hermosa Ángela Raphaela) y Willem Dafoe (el demonio Emit Flesti) la secuela no está tan lograda como su antecesora. Tiene un argumento similar, con un ángel que decide abandonar su plácida vida de mensajero para experimentar la libertad y el amor humanos. En sus propias palabras, escoge ser “uno de ellos para ser un mensajero más luminoso”. En general hay muchas similitudes con la primera película: Está rodada también en una Berlín convulsa tras la caída en 1989 del Telón de Acero (incluido un pequeño papel para Mihail Gorbachov) con una fotografía excelsa, como no podía ser menos siendo Wenders su director. Las escenas desde lo alto de la Puerta de Brandeburgo son espectaculares. Comienza con imágenes aéreas de la Columna de la Victoria como morada de los ángeles, con continuos recuerdos de la Gran Guerra y el periodo nazi, con una técnica cinematográfica que mezcla blanco y negro con color según la perspectiva de la narración, apariciones esporádicas de Colombo-Peter Falk, ambientada en el mundo circense y de los acróbatas... todos ellos ingredientes que ya aparecían en la primera película. El apartado musical -tan importante en las películas de Wenders- incide en el rock independiente, aunque corre en este caso a cargo de Lou Reed.

¿Cuál es la novedad entonces que aporta esta película? Pues bajo mi punto de vista complementa a la primera ya que cambia el optimismo de aquella con un realismo-pesimismo necesario, dando así una visión de conjunto más plena. Damiel es ahora un feliz padre de familia con un matrimonio ejemplar y un negocio de productos italianos Casa Dell’Angelo (La casa del Ángel) que va bien. Cassiel y Raphaela, sin embargo, experimentan que su tarea como ángeles cada vez es más compleja debido a la sociedad que se ha creado: “Cada día es más difícil, no pueden escuchar nuestro mensaje porque están aturdidos”. Ahondando en este pesimismo antropológico , Cassiel va a experimentar a lo largo de esta secuela la cara oculta de un cambio de vida que comienza con un cómico cambio de nombre (Karl Engel-Carlos Ángel) y con la expectativa de que en el servir a las personas está el camino correcto, pero los acontecimientos harán que su vida vaya de mal en peor. Tentado por el demonio, caerá en las redes del vicio, de la ludopatía, del engaño, del alcoholismo, de las malas compañías y en definitiva de la soledad, la amargura y el fracaso. El contrapunto terminará como no podía ser de otra manera de manera trágica, aunque la resurrección y la vuelta al Cielo como ángel vienen a arreglar las cosas finalmente. Fiel a las películas de Wenders el film termina con las mismas palabras que comenzaba: "Somos mensajeros al servicio de los hombres: Nosotros no somos nada, vosotros sois todo para nosotros"

Se trata por todo ello de una secuela prescindible, que si bien añade algunos elementos positivos carece de la profundidad y la originalidad del primer film. Da la sensación que quien mucho abarca poco aprieta, y que Wenders quiso introducir tantos temas en el film que no profundizó en esta ocasión en ninguno de ellos. Una pena porque contaba con los mimbres necesarios para haber asentado su magnífica labor inicial. 

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