Hacía tiempo que no compartía con vosotros una de esas bellas historias para pensar que suelen tener una bonita moraleja al final. El otro día, leyendo un libro de cuentos, me impactó esta historia que hoy quería postear para darle repercusión. Es la siguiente:
Una joven muchacha de Japón iba todos los días a buscar agua a un pozo distante unos cien metros de su mansión. Para traerla a la casa usaba dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo y que portaba tras sus hombros. Una de las vasijas tenía una pequeña grieta, mientras que la otra estaba en perfectas condiciones y conservaba toda el agua hasta el final del camino. Cuando llegaba, la vasija rota apenas tenía un poco del agua con la que la joven la había llenado en el pozo. Durante un año completo la joven hizo diariamente el mismo recorrido todos los días sin desfallecer. La vasija sin defectos estaba muy orgullosa de sí misma, pues se sabía perfecta para el fin para la que fue creada. Sin embargo, la pobre vasija agrietada se sentía cada vez más avergonzada de ser vieja y defectuosa, y se frustraba cada día al llegar semivacía a la casa.
Finalmente, la vasija agrietada se armó de valor en el borde del pozo y le habló a la joven diciéndole:
- “Estoy muy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mi grieta sólo puedes usar un poco de mi carga y el resto se queda desparramado por el camino.”
La joven, sin cambiar su semblante feliz con el que caminaba todos los días, le contestó alegremente:
-“Cuando volvamos hoy a la casa quiero que te fijes en las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.”
Así lo hizo durante el camino de vuelta la vasija. Y se maravilló de ver tantas flores hermosas a lo largo del camino, que el resto de los días no había contemplado por estar tan preocupada por su grieta. Al llegar a la casa. la joven le volvió a decir:
-“¿Te diste cuenta de que las flores sólo han crecido en tu lado del camino? Desde el primer viaje -hace ya un año- me di cuenta de tu grieta, pero busqué cómo sacar el lado positivo de ello. Al día siguiente comencé a sembrar semillas de flores, pero solo por el lado con el que voy contigo en el camino de vuelta. Sin darte cuenta, todos los días las has regado y has hecho que florezcan y den un colorido y una belleza especial al paisaje inhóspito del primer viaje. Si no fueras exactamente cómo eres, con todos tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.”
Creo que la moraleja está más que clara. A nivel psicológico nuestros defectos no nos dejan ver lo maravilloso que posiblemente es el paisaje a nuestro alrededor. Nuestros pensamientos nocivos nos pueden llegar a amargar de tal manera que no valoremos todo lo bueno y lo bello que tenemos delante de nuestros propios ojos. En clave cristiana, Dios nos ha hecho imperfectos, pero nos ama a pesar de esas imperfecciones, y puede sacar lo mejor de nosotros si nos dejamos guiar por el camino que Él nos indique. ¡Ay de aquel que se crea perfecto pues puede que a su alrededor no esté brotando la verdadera vida!. Por cierto, al hilo de este cuento-parábola, también vienen como anillo al dedo las palabras de San Pablo en su Segunda Carta a los Corintios, capítulo 4 versículo 7: "Pero nosotros llevamos ese tesoro en vasijas de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios". Poco más que añadir a las palabras del santo de Tarso.
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