Pues precisamente mi reflexión de hoy va por ahí. No hace falta inventar (ni casi decir) nada de lo que ya está expuesto. La sabiduria de la liturgia cristiana (con casi 2.000 años de historia) ha ido disponiendo un orden y unas acciones litúrgicas para celebrar este tiempo sagrado que se repiten año tras año, momento a momento, paso a paso. Las lecturas son en estos días las mismas, las acciones idénticas, las predicaciones similares... ¿Qué es lo que cambia entonces...? Pues la respuesta parece, a priori, sencilla. Los que cambiamos somos nosotros, que vamos sumando un año más cada vez que tenemos la oportunidad -y el privilegio- de celebrar este tiempo sagrado. No hay dos Semanas Santas iguales porque nosotros vamos cambiando, y nuestra preparación de cada Cuaresma y de esos momentos celebrativos son a la fuerza distintos. Ni nuestros contextos existenciales, ni los familiares, ni los personales son nunca idénticos. Unos años haremos hincapié en el Domingo de Ramos porque estaremos exultantes y nos creeremos invencibles y triunfantes como cuando Jesús entró en Jerusalén. Otros años nos impactará el acto de amor y de servicio de Jesús en el lavatorio de pies del Jueves Santo. O valoraremos de manera especial la Eucaristía como el regalo de Cristo para seguir presente en medio de este mundo. O por algo malo que hayamos hecho nos sentiremos traidores como Judas poque así nuestra conciencia nos delate. O nos enfoquemos en las negaciones de San Pedro porque nuestra fe no ha sido lo suficientemente valiente como para defenderlo en momentos de dificultad. O quizás algún año nos impacte la actitud de Poncio Pilato porque nos hemos "lavado las manos" en algún tema que requería nuestra implicación para hacer verdadera justicia. U otro año estaremos más cercanos al Viernes Santo por estar pasando por momentos de sufrimiento o enfermedad que nos acerquen a la muerte. Quizás otro año hayamos experimentado fuertemente el perdón de Dios y nos impacte la inmediata llamada a la salvación de Cristo al buen ladrón. O tal vez nos identificaremos y refugiaremos en el padecer de la Virgen María y del resto de mujeres que lloraban la pérdida de un ser querido. Otros años, si todo nos va bien, nos desbordará la alegría de la Pascua que es a la vez disfrute presente y esperanza para el futuro. O incluso en ese tiempo de esperanza y alegría nos identifiquemos con las dudas de Santo Tomás porque nuestra fe quiera creer lo que nuestro corazón anhela, pero ni nuestro cerebro ni nuestros ojos nos lo pueden demostrar. En la Semana Santa hay tantos personajes y tantos sentimientos que es prácticamente imposible que nos quedemos indiferentes ante ella. Pero incluso la tibieza tiene cabida, porque muchos de los que gritaban "¡Hossanna!" el Domingo de Ramos fueron indiferentes en el momento en el que otros gritaban "¡Crucifícalo! en la madrugada del Jueves Santo.
¿Cuál es tu momento vital?, ¿con que personaje / situación te identificas este año? Aprovéchala y haz oración con ella, porque a buen seguro el año que viene será distinta, mejor o peor, aún no lo sabemos, pero de lo que sí podemos estar seguros es de que tendrá matices y connotaciones diferentes a la de este año...
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