martes, 4 de junio de 2024

Todo es vanidad: El Eclesiastés

El tercer libro de la Biblia del que selecciono un trozo es el Eclesiastés, uno de mis favoritos. Un poema amargo que no pasa de moda sobre los sinsabores de la vida, al que ya dedique una extensa entrada hace unos años. Si alguien quiere buscar escepticismo y posmodernidad en el Antiguo Testamento puede recrearse a gusto leyendo este libro tan corto como intenso. Imposible seleccionar solo un versículo, para dotar de sentido al texto he tenido que entresacar al menos seis:


Eclesiastés 1, 2.9., 2, 16-17., 5,17., 11,9

¡Vanidad, pura vanidad!, dice Cohélet. ¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad!

Lo que fue, eso mismo será; lo que se hizo, eso mismo se hará: ¡no hay nada nuevo bajo el sol!

Porque no perdurará el recuerdo ni del sabio ni del necio: con el paso de los días, todo cae en el olvido. Así es: ¡el sabio muere igual que el necio!

Y llegué a detestar la vida, porque me da fastidio todo lo que se hace bajo el sol. Sí, todo es vanidad y correr tras el viento.

Yo he comprobado esto: lo más conveniente es comer y beber y encontrar la felicidad en el esfuerzo que uno realiza bajo el sol, durante los contados días de vida que Dios le concede a cada uno: porque esta es la parte reservada a los hombres.

Alégrate, muchacho, mientras eres joven, y que tu corazón sea feliz en tus años juveniles. Sigue los impulsos de tu corazón y lo que es un incentivo para tus ojos; pero ten presente que por todo eso Dios te llamará a juicio. Aparta de tu corazón la tristeza y aleja de tu carne el dolor, porque la juventud y la aurora de la vida pasan fugazmente.


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