Quizás el titulo de esta entrada pueda dar lugar a equívocos. De entrada quiero aclarar que este post no pretende hacer apología de ningún modelo concreto de familia, ni siquiera de la llamada "tradicional" o "cristiana". Es cierto que hoy está de moda atacarla y ridiculizarla, pero ya hay libros enteros y magisterio suficiente para salir en defensa de la familia cristiana, por lo que mis intenciones son diversas en ese sentido.
Familias hay muchas. Tantas como uno quiera aplicar a la ambigua definición que da la Academia Española de la Lengua: "Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas". Desde el comienzo de la humanidad hasta el presente han habido familias monogámicas, poligámicas, familia-clan, matriarcales, patriarcales, biparentales, monoparentales, homoparentales o ensambladas, cada una de ellas con sus particularidades. También se ha establecido tradicionalmente una diferencia entre familias nucleares o familias extensas, según el número de personas que contabilicemos en el agrupamiento humano, haciéndolo más o menos extenso.
Familias hay muchas. Tantas como uno quiera aplicar a la ambigua definición que da la Academia Española de la Lengua: "Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas". Desde el comienzo de la humanidad hasta el presente han habido familias monogámicas, poligámicas, familia-clan, matriarcales, patriarcales, biparentales, monoparentales, homoparentales o ensambladas, cada una de ellas con sus particularidades. También se ha establecido tradicionalmente una diferencia entre familias nucleares o familias extensas, según el número de personas que contabilicemos en el agrupamiento humano, haciéndolo más o menos extenso.
Por contra, la "familia cristiana" sí que desde el comienzo de la Iglesia ha estado más definida, sin lugar a dudas condicionando el desarrollo posterior del concepto. Este modelo de familia está basado en el matrimonio cristiano, que por definición es "un contrato para toda la vida -indisoluble- entre un hombre y una mujer". La familia nace, por lo tanto, con la misión de los esposos de amarse mutuamente, engendrar hijos y educarlos en la propia fe cristiana. La propia Iglesia comprendió desde muy pronto que la mejor manera de perpetuarse en la historia era a través de la familia o "iglesia doméstica", ya que es evidente que no hay mejor manera de transmitir la fe que el ámbito familiar.
Ambas familias -civil o cristiana- se basan en el reconocimiento de ciertos derechos y deberes que tienen como fin último el bien del núcleo de personas que conviven bajo un mismo techo. En uno y otro caso se pertenece a una familia sin elección propia, por el mero hecho de haber nacido en ella o compartir unos lazos de consanguinidad (o ni siquiera eso, en los casos de adopción). Hasta aquí -como decía en la introducción de la entrada- solo he realizado un mero análisis antropológico de la realidad familiar social o cristiana.
Pero la familia cristiana tiene otra connotación que a menudo se olvida, y esa es la idea que quiero recalcar en el día de hoy. Desde un punto de vista espiritual, vemos que su idiosincrasia es bien distinta a los modelos anteriormente expuestos. Para confirmarlo basta ver la reacción del propio Jesucristo cuando le dicen que su madre y sus parientes -su familia- lo buscan: «¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.» (Mt. 12, 48-50). Creo que las palabras de Jesucristo necesitan poco comentario, ya que hablan por sí solas. La verdadera familia cristiana trasciende los lazos de consanguinidad y se adentra en los lazos invisibles de la fe. Para pertenecer a esta familia basta el Bautismo como incorporación a la gran familia de los miembros de Cristo. Precisamente una de las grandes diferencias del cristianismo con respecto al judaísmo es que mientras a este solo se puede pertenecer naciendo en una familia judía, en aquel es la decisión libre, consciente y personal la que adhiere al creyente a la religión.
Entiendo a los que defienden a la familia tradicional como el ámbito privilegiado de transmisión de la fe y de los valores cristianos. Es una dimensión importante que hoy más que nunca debemos fortalecer. Pero también invito a ampliar las miras reconociendo que la fe cristiana se debe vivir en un ámbito mayor de experiencia, en una gran familia que trasciende los lazos de la sangre y se adentra en los invisibles lazos que proporciona el Bautismo.
Entiendo a los que defienden a la familia tradicional como el ámbito privilegiado de transmisión de la fe y de los valores cristianos. Es una dimensión importante que hoy más que nunca debemos fortalecer. Pero también invito a ampliar las miras reconociendo que la fe cristiana se debe vivir en un ámbito mayor de experiencia, en una gran familia que trasciende los lazos de la sangre y se adentra en los invisibles lazos que proporciona el Bautismo.
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