lunes, 26 de diciembre de 2022

Marcelino pan y vino (España, 1954)

Comentamos hoy la clásica película de Ladislao Vajda, director húngaro que se asentó en España tras huir primero de los horrores del comunismo en su país natal (al igual que muchos futbolistas de la época como Kubala o Puskas) y posteriormente de la censura del fascismo en la Italia de Mussolini. Una vida apasionante en busca de los derechos y de la libertad de expresión artística, en una época en la que los totalitarismos de uno y otro sesgo impedían un posicionamiento contrario al gobierno de turno. En la España de Franco encontró un acomodo donde trabajar a gusto, con películas pro-cristianas y costumbristas como la que hoy comentamos, pero también con incursiones en el expresionismo y en lo que sería el origen del thriller como temática cinematográfica. 

Descubridor de Sara Montiel, en la película que hoy nos ocupa su cámara sacó lo mejor de sí mismo de la emergente estrella Pablito Calvo, sin menospreciar el trabajo de Rafael Rivelles, Fernando Rey, y unos jovencísimos Juanjo Menéndez y Antonio Ozores

La temática está ambientada en un pueblo desconocido tras la Guerra de la Independencia Española contra los franceses (1808-1814). En ese momento, y con la ayuda del alcalde, tres frailes franciscanos deciden habitar un convento abandonado que será sostenido con "la ayuda de Dios y nuestro trabajo". Pasan los años, y en una situación aún de posguerra y pobreza, a la puerta de ese convento -con ya 12 franciscanos- es abandonado un niño para el que los frailes no consiguen encontrar una familia adoptiva adecuada, por lo que deciden criarlo entre toda la comunidad. Su nombre será Marcelino, el santo del día en el que fue abandonado. 

El padre superior (todo un prodigio de sabiduría, me encanta su frase "Unos mueren y otros nacen. Pero del que ha muerto siempre se sabe si fue un hombre bueno, mientras del que nace, ¿qué podemos saber?" comienza a sufrir el acoso del nuevo alcalde, un herrero injusto, orgulloso y mentiroso. Es el antagonista de los frailes franciscanos, habitantes de un convento donde podemos leer continuamente la frase en latín "Humiles Spiritu salvabis" (Salvarás a los humildes de espíritu). El alcalde insta a los frailes a abandonar el convento pues el anterior alcalde no firmó la cesión de los terrenos, por lo que oficialmente seguían perteneciendo al ayuntamiento.

Marcelino va creciendo y el espectador lo va conociendo mejor. Hace las travesuras propias de cualquier chiquillo, si bien su situación familiar no es la normal, como se trasluce en este diálogo....

Campesino: "¿No tienes padre?"
Marcelino: "Sí, 12"
Campesino "¿Y madre?"
Marcelino: "Madre no tengo"

A falta de amigos de su edad, Marcelino charla con frecuencia con su amigo imaginario Manuel, al tiempo que pasa su infancia entre el estudio y las labores propias conventuales. Como a Adán y Eva en el Paraíso, se le permite todo excepto una cosa:

"Por la escalera no debes subir nunca, has oído, nunca"

Tras un episodio de fiebre debido a la picadura de un escorpión, mantiene una conversación espiritual bastante interesante con el padre superior, en lo que se puede interpretar como un adelanto de lo que sucederá posteriormente:

Marcelino: "¿Cómo se va al cielo?" 
Padre Superior: "Siendo muy bueno"
M: "¿Y yo soy bueno?" 
P.S.:"Tu eres muy bueno"
M.: "Entonces puedo ir ya?" 
P.S.: "Eso depende de la voluntad de Dios"

Tras nuevas travesuras, se produce lo inevitable. La curiosidad de Marcelino (que sea un pecado de desobediencia o no queda a criterio del espectador) le hace trasgredir la norma. Solo que en este caso, en lugar del enojo y la ira divina va a encontrar una escultura de Cristo crucificado con el que puede conversar. Al principio es un soliloquio ("Tienes cara de hambre") al que puede llevarle pan a hurtadillas. Con el tiempo el monólogo se transforma en diálogo:

Jesús: "¿No te doy miedo?" 
Marcelino: "No"
J.:"¿Sabes entonces quién soy?" 
M.: "Sí. Eres Dios"
J.: (parte el pan) "Eres un buen niño y yo te doy las gracias"
M.: "¿Te dolía?" (la corona de espinas)
J.: "Mucho" 

Los frailes no sospechan nada de este encuentro mientras en el refectorio comen y leen las florecillas del glorioso padre San Francisco de Asís, concretamente el Capítulo VII referido a la paciencia. Pero una tormenta hace que Marcelino sienta pena de Jesús y le lleve una manta, lo que junto a la falta de pan levanta las sospechas de Fray Tomás "Papilla".

Ahí se produce la segunda y última conversación entre Marcelino y Jesús, de cuyo desenlace los frailes serán testigos visuales y que dará nombre a "El milagro de Marcelino pan y vino", que da origen a la romería con la que comienza el film.

Marcelino:"¿Donde estará tú madre ahora?"
Jesús: "Con la tuya"
M.: "¿Y cómo son? ¿Qué hacen las madres?"
J.: "Dar, Marcelino. Siempre dar"
M.: "¿Y que dan?"
J.: "Dan todo. Se dan a sí mismas. Dan a los hijos la vida y la luz de sus ojos hasta quedarse viejas y arrugadas"
M.: "¿Y feas?"
J.: "Feas no, Marcelino. Las madres nunca son feas"
M.: "¿Y tú quieres mucho a tu madre?" 
J.: "Con todo mi corazón"
M.: "Y yo a la mía más. Solo quiero ver a mi madre ahora. Y luego a la tuya"
J.: "Tendrás que dormir..."

El resto queda a la imaginación del espectador. 

Vamos con un somero análisis. ¿Es moralizante? Sí, ¿Es ñoña? También. ¿Puede ser considerada apologética? Sin duda. ¿Es favorable al nacionalcatolicismo imperante en el régimen? Absolutamente. Pero todo ello no quita que sea una película entrañable, atemporal, que transmite valores a raudales y pone las emociones a flor de piel. La interpretación de Pablito Calvo es sencillamente extraordinaria y la dirección de Vajda irreprochable. La historia fluye, entretiene e intriga a partes iguales, convirtiéndola en un clásico imprescindible del cine espiritual y cristiano. 

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