El film del chileno Tito Davison, todo un experto en melodramas producidos para el cine mexicano, fue protagonizado por Aurora Bautista como María Elena del Junco y Julio Alemán como Alberto Limonta. Sus interpretaciones son dignas, si bien no pasarán a la historia del Cine, como tampoco la fotografía o la música de Gustavo César Carrión. Poco más se puede decir de una película que no aburre pero que a duras penas consigue tocar la fibra sensible del espectador. Creo que conmueve más la historia por la reflexión interior que provoca que por la calidad del mismo.
El argumento de ambos films es el mismo. En La Habana de principios del siglo XX, María Elena del Junco queda embarazada de un falso amor (Alfredo) que la abandona. Cuando este le plantea el aborto como una salida al problema, María Elena decide finalmente tener el niño (Alberto), pero también resuelve que lo criará una esclava negra de su familia (María Dolores Limonta, Eusebia Cosme), ingresando posteriormente ella en un convento para expiar su pecado. Con el tiempo su hijo Alberto se convierte en el doctor Limonta y vivirá una situación semejante a la del pasado, al tiempo que tendrá oportunidad de reencontrarse con su verdadera madre.
A nivel espiritual el título de la cinta deja ya clara su postura respecto al aborto. La reflexión moral sobre la eliminación de una incipiente vida encuentra en esta película uno de sus argumentos más poderosos. Una vida interrumpida en el vientre de una madre impide el desarrollo de una existencia, sea la que sea. En el argumento del film, para visualizar mejor este conflicto, la vida que estaba destinada a ser sacrificada se convierte en la de un prestigioso médico, por lo se concluye que una vida salvada decidió dedicar su existencia a salvar otras muchas vidas. La película, en este sentido, es un canto a la vida y al optimismo vital, visión diametralmente opuesta a lo que se vino en denominar muchos años más tarde la cultura de la muerte.
Su mensaje gustará más o menos en función de las convicciones y de las experiencias personales del espectador, pero de lo que no cabe duda es de que miles -más bien millones- de vidas han pasado por la misma experiencia que la de Alberto Limonta. Unos vieron la luz y tuvieron su oportunidad vital, fuera esta mejor o peor. Otros no tuvieron esa suerte y duermen para siempre el sueño de los justos sin haber visto la luz del día. No son temas por ello para frivolizar ni tomarlos a la ligera, ya que con una decisión de ese calibre se escribe la historia de una vida o se cercena para siempre. Maria Elena del Junco tomó su decisión, la expuesta en el film. Muchas otras parejas tienen que elegir y no me gustaría estar en su pellejo, aunque yo, con mis convicciones cristianas, tengo la respuesta clara. si me viera en esa situación, otro proyecto de doctor Limonta vendría al mundo, esta vez, con un padre apoyando a su madre.
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