En varias entradas he referido ya el hecho de que naciones como Italia, Polonia -e incluso la laicista Francia- hagan alarde de estas personas que se han esforzado en crear un mundo y una Iglesia mejores. Independientemente del credo que se confiese, la cultura de estos países se rinde ante lo evidente, mostrando sin recelos la ingente tarea de quienes dieron su vida por crear una sociedad más justa y más humana. Es impensable que en España la cadena Mediaset (la productora y emisora de este telefilme en Italia) estrenara en prime time la historia de un hombre de fe y de Iglesia. Ese trabajo corresponde en nuestro país a productoras independientes (Infinito+1, Goya producciones) que después no suelen encontrar canales generalistas dispuestos a estrenar sus propuestas, con lo que solo llegan a un reducido número de televidentes.
El formato escogido para exponer la vida de Luigi di Liegro es muy semejante al de Prefiero el Paraíso, con dos capítulos televisivos independientes de 90 minutos cada uno. Eso sí, el presupuesto es bastante menor. Sin excesivos alardes, con un director (Alessandro di Robilant) y unos actores (Giulio Scarpati, Carlo Giuseppe Gabardini, Simone Gandolfo) en su mayoría semidesconocidos, pero con una historia que fluye y entretiene. En estas materias no importa tanto la calidad de las interpretaciones cuanto la hondura de lo que se cuenta, vidas excepcionales y no exentas de dificultades e incomprensiones, a menudo desde dentro de la institución eclesiástica. La emisión no obtuvo buenos datos de audiencia, ya que este tipo de proyecciones tiene un pública limitado.
La primera parte arranca con un Luigi aún niño en su localidad natal, Gaeta. Allí toma la decisión de ser sacerdote. Su primer destino serán las minas de Bélgica donde ayuda a sus compatriotas emigrantes italianos. Como un emigrante más, experimentará la marginación de los belgas e incluso la de sus paisanos, que solo lo aceptan cuando se remanga la sotana y baja a la mina como uno más de ellos. Tras esa experiencia, vuelve a Roma, al suburbio de Giano, donde tendrá que mediar entre funcionarios ferroviarios (en su mayoría comunistas) y emigrantes chabolistas, haciendo de árbitro en los dramas humanos de unos y otros. Tras esa experiencia el arzobispo le encomienda la tarea de fundar y dirigir la Cáritas Diocesana de Roma. Rodeándose de un equipo de colaboradores que lo acompañaran hasta el final (de los que destacan Don Eugenio y la hermana Ada) Luigi comienza a dar dignidad y esperanza a los indigentes, los sin techo, los enfermos y los ancianos. Para ello crea incansablemente comedores sociales, albergues, ambulatorios, hospitales y hasta una casa de moribundos para enfermos de Sida. En esta primera parte es importante la historia de Alfio y Diana, como ejemplo paradigmático de su tarea sin descanso, así como la ayuda de Silvia, su contacto en los medios de comunicación y quien le ayuda a dar voz a los sin voz.
La segunda parte arranca con el rechazo de los habitantes del barrio pudiente de Parioli a Villa Glori, una casa de acogida para enfermos terminales de Sida. La incomprensión de todos y la tenacidad de monseñor di Liegro quedan bien patentes en este episodio. De ahí será enviado (casi deportado...) a reconstruir la iglesia de Albania, al borde del exterminio por el régimen comunista. Su misión es reunir a los sacerdotes clandestinos y ponerlos en contacto, en su mayoría secularizados y sin poder ejercer el ministerio desde décadas. Allí volverá a ver en primera persona el drama de la inmigración, con un pueblo albanés que huye desesperadamente de la miseria que el régimen comunista ha dejado tras de sí. La última historia reseñable se produce en su vuelta a Roma, en el el edificio Pantanella, donde más de un millar de emigrantes de Pakistán y Bangladesh vivían en condiciones insalubres. De nuevo la intervención de Don Luigi será clave para apaciguar los alborotos y dotar de condiciones higiénicas al barrio, en una lucha constante contra los políticos y la tibieza de la propia diplomacia vaticana.
Esa es una de las claves que transmite el telefilm. La absoluta falta de apoyo por parte de los diferentes partidos políticos gobernantes y el apoyo muy contenido -rozando la cobardía- de la propia jerarquía eclesiástica, preocupada de no romper las relaciones diplomáticas con los gobernantes. Frente a todos ellos se erige la figura colosal de Don Luigi di Liegro, un hombre carismático, de esos que surgen de vez en cuando como por arte de magia y que por sí solos son capaces de transformar el mundo que les rodea. Un santo (aunque oficialmente aún no lo sea) que asume hasta el tuétano el mandamiento de la caridad de Jesucristo con el que transe todas sus obras.
Tres frases me han parecido geniales y que motivan a la reflexión, la última de ellas la que por escrito cierra el film. Las comparto con vosotros pues en su conjunto transmiten la visión de un hombre preocupado por la emigración, la dignidad de la persona y el auténtico sacerdocio de Jesucristo:
"No se puede amar a distancia, manteniéndose al margen, sin ensuciarse las manos, pero sobre todo, no se puede amar sin compartir".
"El amor de Dios no puede hacerse visible si no se convierte en amor humano por el hombre, si no se convierte en amor por los demás".
"Una ciudad donde un solo hombre sufre menos es una ciudad mejor".
No hay comentarios :
Publicar un comentario