La película está dirigida por Antonio Cuadri, inicialmente dedicado a las producciones televisivas pero que en los últimos años ha girado su carrera hacia producciones cinematográficas de corte humanista y cristiano. La producción corre a cargo de la Universidad a Distancia de la Rioja (UNIR), con todas las limitaciones que ello supone, pero a la que hay que agradecer el esfuerzo por invertir en cultura y arte, algo que en una Universidad se presupone pero que desgraciadamente no está a la orden del día.
El elenco de actores está formado por personas semidesconocidas en el mundo del cine, más vinculados al ámbito teatral, si bien si cierto que casi todos ellos han hecho sus pinitos en la gran pantalla. Rodada en el Monasterio de San Isidoro del Campo de Sevilla, su eslogan promocional (Tras la máscara se esconde el verdadero rostro) nos indica otra de las intenciones del proyecto, mostrar las dificultades existenciales en los actores de teatro, que en todo momento deben conjugar su profesionalidad con los altibajos emocionales propios de cada ser humano, ya sea en sus aspectos afectivos, familiares, existenciales e incluso económicos.
El argumento quiere representar el ensayo de una obra teatral sobre Tomás Moro en un momento de zozobra en el Teatro (¿cuando no la ha habido?...) propia de una crisis económica. Mientras conocemos detalles de los últimos días de Tomás Moro, vamos descubriendo también las problemáticas internas de los componentes de la obra. En los descansos entre escenas, descubrimos que el director de la compañía, Mario, acaba de romper una relación estable con una de las actrices del reparto, Carmen; o que el protagonista principal, Antonio, sufre frecuentes crisis existenciales que lo angustian durante el rodaje. Una madre soltera obsesionada con su hijo o un actor veterano en pleno declive de su carrera son también personajes cuyas problemáticas salen a relucir.
A nivel visual, los paisajes, decorados y vestuarios son bastante discretos, aunque el marco del rodaje sea incomparable. Algo que también se le puede reprochar al elenco de actores es una excesiva teatralización por parte de todos los intérpretes. Incluso las escenas que no forman parte del ensayo de la obra presentan a unos personajes que más que interpretar vidas cotidianas con naturalidad siguen enganchados a los guiones teatrales. Que ello sea intencionado por parte del director o una carencia de otros registros interpretativos es algo que solo Antonio Cuadri podría responder, aunque la impresión final que uno saca se inclina más por la segunda teoría.
Los ensayos de las escenas sobre la vida de Tomás Moro se van sucediendo, casi todos ellos dando vida a recuerdos del santo en la prisión en la que pasa sus últimos meses. Allí piensa y recrea momentos de su vida con su primera esposa y madre de sus cuatro hijos, Jane; con su padre John, con su segunda esposa Alice o con su hija Margaret y su esposo William. En sus momentos de delirio-soledad tendrá incluso oportunidad de charlar con utopianos sacados de su obra más famosa. El cardenal Wosley, Cromwell e incluso Enrique VIII también ocupan escenas interesantes que sirven para que Moro se reafirme en sus posturas.
Espiritualmente el film aporta poco más a lo ya comentado en este Blog sobre la biografía clásica de Tomás Moro Un hombre para la eternidad (1966), si bien puede ser entendida como una profundización en los aspectos psicológicos de los personajes. De ninguna manera puede ser vista como un primer acercamiento a la vida del santo, pues los saltos entre escenas son continuos sin seguir un orden cronológico estricto. Pero el mensaje sí es destacable. La coherencia, integridad y amor a la verdad quedan bien manifiestos en un santo que siendo un jurista muere por cuestiones eclesiásticas. El sufrimiento de sus seres queridos queda también muy bien reflejado, visibilizando la impotencia de quienes quieren a Tomas Moro y les gustaría que salvara su vida aún a costa de su integridad. Si el egoísta es Tomás (anteponer sus convicciones a su familia) o su familia (anteponer la vida a la honestidad) es un debate del que se podría sacar mucho jugo en un cineforum posterior.
Algunas frases y diálogos merecen la pena ser subrayados. De entre todos ellos me quedo con la carta escrita por Tomás a su hija Margarita en la que es su despedida final. De toda ella, la última frase merece un subrayado especial:
"Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor".
Creo que la profundidad y hondura de esas palabras dan para unos ejercicios espirituales. Es precisamente en esas escenas finales en las que los protagonistas principales lo dan todo, en unas interpretaciones convincentes y dignas de elogio, especialmente la de Tomás Moro.
Por todo ello recomiendo un visionado reposado, como he mencionado anteriormente, para una mayor profundización en uno de los santos más grandes de la historia de Inglaterra.
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