Cuando uno ve una película de Almodóvar sabe a lo que se expone. Un cine humano, de calidad, con varias historias personales entrelazadas y un final conmovedor. Pero también se arriesga a contemplar la constante aparición de yonquis y toda una fauna variopinta de diferentes condiciones sexuales, además de alguna que otra escena de sexo explícito. Una pena porque esta obstinación con el sexo le ha restado tradicionalmente al director manchego una buena cantidad de espectadores que huyen de lo soez y lo vulgar, elementos en los que a veces degenera su filmografía. 
A nivel personal he visto muchas de sus películas, y tenía especial interés en ver y valorar la única en la que la dimensión religiosa se haya explícitamente presente. Era muy consciente de que la aparición de este apartado espiritual no era precisamente para alabarlo, sino para denigrarlo y satirizarlo, pero como soy un firme convencido de que para juzgar o criticar una obra hay que conocerla de primera mano, me puse el otro día manos a la obra. 
Vamos primero con la ficha técnica y luego con el comentario de la dimensión espiritual.
A nivel de realización se trataba de su decimosexta película (al presente lleva 25) y como ya hemos adelantado, la primera/única con connotaciones religiosas. Debido a su contexto masculino (un internado religioso dirigido por curas) fue también la primera película en el que el protagonismo no recayó sobre mujeres, sino sobre un trío de actores de sobra contrastados (Gael García Bernal, Fele Martínez, Javier Cámara...). El productor fue -como siempre- su hermano Agustín y la música -sublime, una de las características fundamentales del cine almodovariano- fue obra de otro de sus compañeros incondicionales, Alberto Iglesias. Destaco las piezas Quizás, quizás, quizás, dos adaptaciones de Moonriver y Torna a Surriento y por encima de ellas un hermosísimo Kyrie extraído de la Petite Messe Solennelle de Gioachino Rossini. El film tuvo el honor de abrir el 57º Festival de Cannes pero sin embargo no tuvo una acogida demasiado cálida. De hecho, a nivel de reconocimientos internacionales no obtuvo ningún premio, alcanzando únicamente una nominación a los Bafta y cuatro a los Goya. No obstante, a nivel de taquilla sí fue bastante rentable, con 40 millones de euros recaudados sobre un presupuesto de 5. Es justo decir que para elevar el número de espectadores en EE.UU. se emitió una edición recortada del film, en la que se eliminaron varias escenas de sexo explícito y se pasó de la calificación inicial de -17 a la de todos los públicos. 
El argumento tiene miga. En los años del franquismo (1960), Ignacio y Enrique son internos de un colegio cristiano. Allí surge el amor entre ellos, ante el desencanto del padre Manolo, director del colegio y profesor de Literatura que también está enamorado de Ignacio. Este trío - al que se agregará un cuarto miembro- se volverá a encontrar de nuevo en los años 70 y en los 80, dando lugar a conexiones extrañas entre ellos. 
Comenzamos el análisis del apartado espiritual. ¿Por qué la homosexualidad?, ¿Por qué un trío amoroso? Porque todos ellos son elementos esenciales del cine de Almodóvar, por lo que no son de extrañar. ¿Por qué la pederastia?, ¿Por qué ambientarlos en un colegio católico? Estas preguntas también tienen fácil respuesta, pues el film es concebido a rebufo de las irlandesas Las hermanas de la Magdalena (2002) y Los niños de San Judas (2003), películas en las que se trataron en primicia y con profundidad el tema de los abusos en los colegios católicos irlandeses. Habría que esperar unos años para que Hollywood recogiera este testigo con la oscarizada Spotlight (2015). Almodóvar, por lo tanto, no es un descubridor de nada, pero sí el primero que denunció estos casos -al menos cinematográficamente- en nuestro país. Debido al temor de Almodóvar a una mala recepción, decidió que el sacerdote protagonista de los abusos colgara la sotana y se convirtiera en un hombre casado, para alivio de las autoridades eclesiásticas que comprobaban así como el protagonista pervertido de la historia al menos no ejercía ya sus funciones sacerdotales. Esta frase recoge ese cambio:
Sr. Berenguer: "No soy el Padre Manolo. Soy el Señor Berenguer. ¡Ya no soy padre ni de mi propio hijo!"
Dicho esto, el filme carece prácticamente de cualquier contexto espiritual, ya que este no es el interés del director, más centrado en sus obsesiones sexuales que en el análisis del fenómeno religioso. Las escenas en el interior de la iglesia y los diálogos que se producen con el sacerdote son, por lo tanto, bastante superficiales en cuanto a nada que tenga que ver con Dios o la religión. Se anteponen los sentimientos humanos, bien sean homosexuales o pedófilos. Una pena ya que parece una oportunidad perdida para que el director hubiera esgrimido argumentos a favor o en contra de la fe, cuestión sobre la que pasa de puntillas y sin apenas involucrarse. 
Debido a este desinterés, pocas frases y diálogos merecen, por lo tanto, ser resaltados. Si acaso estas tres, pero después de mucho rebuscar algo que llevarse a la boca:
Enrique niño: "Yo no creo en Dios. Soy hedonista, a los que les gusta pasárselo bien. Lo he leído en la enciclopedia". 
Ignacio niño: "Pienso que acabo de perder la fe en este momento y, al no tener fe, ya no creo en Dios ni en el infierno. Y si no creo en el infierno, ya no tengo miedo. Y sin miedo, soy capaz de cualquier cosa". 
Enrique-Ángel: "Has cambiado el final, ¿No?"
Ignacio: "Sí. La visita no puede tener un final feliz. Como en tu relato"
Enrique-Ángel: "¿Por qué?"
Ignacio: "No me creo que Zahara salga del colegio sin más. Es demasiado peligroso para los curas. Y ya sabemos cómo se las gasta la Iglesia"
Dichas frases y en general el contexto del film revelan la inquina que Almodóvar le tiene a la Iglesia Católica. Un adagio latino dice "Excusatio non petita accusatio manifesta" (si no tienes nada de qué justificarte, no te disculpes). Ello es perfectamente aplicable a la presentación que el director hizo de la película, en la que afirmó: "Esta película no es un ajuste de cuentas con los curas que me maleducaron, ni con el clero en general. Si hubiera necesitado vengarme no habría esperado cuarenta años para hacerlo. La Iglesia no me interesa ni como adversario". Creo que sobran los comentarios, pues a estas alturas su posición ideológica está más que clara.
Lo dicho, a nivel personal quedo un poco desencantado de ver que un tema tan serio se trata con tanta superficialidad y parcialidad. Los abusos a los niños han sido una realidad demostrada, pero no generalizada, algo que no queda claro en el film. Lo escribe alguien que estudio en un colegio religioso durante 15 años (los Marianistas de Jerez) en los años 80 y no presenció nada parecido a estos casos en todos esos años. Alguien que recibió una educación segregada pero no por eso afloró en él ningún sentimiento homosexual. Es injusto, por lo tanto, generalizar como parece hacerlo esta cinta, pues en tiempos de Franco -y en la democracia- la educación religiosa se impartía a millones de niños, de los cuales solo unas decenas de casos (todo lo más una centena) han sido denunciados. Tirar por tierra la labor educativa de una institución en la que miles de sacerdotes y religiosos actuaron con nobleza y pureza se antoja, cuanto menos, injusto. El título del film, sin embargo, parece renegar de una educación que el propio cineasta recibió. Pero para el director resultaba más fácil y cómodo subirse al carro de las denuncias, algo previsible conociendo su aversión al mundo eclesiástico ocultado en indiferencia. No lo juzgo, pero sí a su obra, que parece ventajista y desproporcionada. El filme es interesante como reliquia histórica de unos eventos que desgraciadamente ocurrieron en los años 60 y de una aversión que determinados cineastas españoles han tenido al elemento religioso en las últimas décadas. Afortunadamente, tanto unos como otros parecen ya cosa del pasado. 

No hay comentarios :
Publicar un comentario