sábado, 4 de abril de 2020

Homilía Domingo de Ramos

¿Quién nos iba a decir el Miércoles de Ceniza (26 de Febrero) que este año íbamos a vivir una Cuaresma con tantas privaciones y que en Semana Santa nadie iba a poder salir de casa?

En esta Cuaresma, el desierto ha sido nuestro propio domicilio, y ahí, hemos tenido que curtirnos en el ayuno (de tantas cosas que considerábamos vitales en nuestra vida), en la limosna (intentando dar lo mejor de nosotros mismos, para que en este imprevisto confinamiento, "la sangre no llegue al río" en nuestros hogares) y en la oración (por todos nuestros seres queridos, por los enfermos y fallecidos a causa de este coronavirus y por todos aquellos que incansablemente nos cuidan y protegen).

La situación que estamos viviendo nos ha tenido que servir de lección, para aprender dos cosas fundamentales:

- La primera, que aunque nos creamos dioses, no somos dueños de nuestra vida y nuestro destino: ¡Que verdad es lo que siempre decimos, pero en el fondo nunca terminamos de creer, "el hombre propone, pero Dios dispone"! El ser humano que va ganando en sensatez es aquel que deja de proponer tanto, porque descubre que no es capaz de asegurar donde estará mañana, ni siquiera asegurar si estará o no estará. El ser humano que se sitúa lúcidamente ante la vida, es aquel que aprende a vivir como Jesús nos enseña en el Evangelio: "No estéis angustiados por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su propio afán" (Mt 6, 34).

- La segunda, que en medio de la prueba y el dolor, tenemos la ocasión de abrir los ojos del alma y experimentar que Dios está cerca. Que aunque ninguno de nosotros es absolutamente nada, y nuestra vida puede derrumbarse como un castillo de naipes en cualquier momento, hay Alguien que nos sostiene. Este paréntesis en nuestra vida es una oportunidad única para descubrir que lo que realmente merece la pena es aprender a vivir estando confiados en Dios, reconociendo nuestra absoluta fragilidad y vulnerabilidad: "Estad preparados, porque el día que menos penséis vendrá el Hijo del hombre" (Mt 24, 44). Esta afirmación del Señor no es una amenaza para vivir acongojados, sino una invitación a descubrir que por muy duras que se pongan las cosas, si tenemos fe, experimentaremos cómo su presencia y bendición nunca nos dejan solos.

Estas dos ideas son, precisamente, las que vamos a recordar y celebrar en esta Semana Santa que hoy comenzamos.

- Hace casi 2000 años, Jesús, el Señor, el Hijo de Dios, experimentó que ni siquiera Él era dueño de su destino. Con la certeza de que en Jerusalén iba a encontrar hostilidad y rechazo, fue capaz de entender que el Padre, dueño de su destino y de su vida, requería su entrega y decisión. Así que teniendo planes más tranquilos y plácidos para su vida, Él mismo, "se metió en la boca del lobo". No entendía por qué el Padre le pedía eso, "Padre, aparta de mí este caliz" (Mt 26, 39b), sintió incluso el abandono de Dios, "Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46) ... pero a pesar de todo, se mantuvo en su sitio con coraje y determinación: "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Mt 26, 39c).

La Semana Santa en este contexto de la pandemia del coronavirus es una oportunidad de oro para trasladar esta actitud de Jesús a nuestra vida: Estamos acostumbrados a desconfiar de Dios, porque en el fondo nos creemos más listos e incluso más "buenos" que Él. A veces nuestra oración consiste en hacerle caer en la cuenta, por medio de agónicos padresnuestros que "Él no para de equivocarse y que si yo fuera Él, si que haría bien las cosas". Semana Santa es tiempo de salir de esa tentación y descubrir, como Cristo, que sólo la Voluntad del Padre, aunque pase por la Cruz, salva: Sólo Dios salva.

- Y Semana Santa es tiempo, no sólo de fijar nuestra mirada en el Hijo para imitar su ejemplo, sino que es tiempo también de poner nuestra confianza en el Padre, que nunca nos abandona, y que lo mismo que resucitó a Jesús al tercer día, también nos dará a nosotros la victoria sobre nuestros pecados, enfermedades, miedos y tristezas. Semana Santa es creer a pies juntillas como San Pablo. "Que nada nos separará del amor de Dios. Ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni el peligro, ni la espada... ni el coronavirus, ni el cáncer, ni el paro, ni la muerte de un ser querido... todo eso lo vencemos gracias a Aquel que nos ama." (Cf Rom 8, 35 - 37).

Ánimo a todos y dispongámonos a entrar de la mano del Señor en esa Jerusalén que Dios nos pone por delante, para vivir intensamente los misterios fundamentales de nuestra fe: La Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Que Dios os bendiga a todos

Luis Salado de la Riva

No hay comentarios :

Publicar un comentario