sábado, 18 de abril de 2020

Homilía 2º Domingo Pascua. Ciclo A

¿Qué es tener fe?...

He conocido a muchas personas, que consciente o inconscientemente, con su forma de pensar, vivir y relacionarse con Dios, responden a esta cuestión. Mi experiencia de observador y pastor, me hace poder dividir en cuatro grandes bloques, la forma de responder a esta pregunta. Voy a caricaturizar en exceso las tres primeras posturas, para que, con objeto de corregirlas, podamos vernos reflejados en algunos rasgos de esas actitudes erróneas, o al menos incompletas, frente a Dios. Así mismo, voy a fijarme en el Evangelio de hoy, Domingo Segundo del Tiempo de Pascua, (Jn 20,19-31), para poder confrontar nuestra fe con la autentica aptitud del creyente que nos propone este texto sagrado.

- Algunos piensan que tener fe es creer y saber muchas cosas - o incluso todas - sobre Dios. Si llevamos esto hasta el extremo, ser creyente puede convertirse en entender la fe como una ideología. Es frecuente ver personas que creen que ser cristianos consiste en convencer al otro de determinados dogmas, posturas, criterios,... Y cuidado, porque no siempre esa defensa a ultranza del credo es fruto del deseo de defender la Verdad de Dios, sino fruto del orgullo propio (llámalo soberbia) de defender los principios personales de cada cual. Toda defensa de la fe, por muy teológica, científica y "verdadera" que sea, si no está basada en la caridad, no es auténtica. Es cierto que Cristo se nos presenta como "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6), pero no es menos cierto, que ese mismo Cristo nos muestra un rostro misericordioso, conciliador, que es capaz incluso de presentar la otra mejilla. (Mt 5, 39).

- Otros piensan que tener fe es ajustarse a un modo de vida, al cumplimiento de unas normas, de unas costumbres, de unos mandamientos, ... Esta concepción de la fe como actitud moral, es la que hace que haya quienes piensen que tener fe es ser "buena gente". Ser creyente consiste en pretender revertir las injusticias de este mundo, a base de esfuerzo y actos de caridad, que busquen socorrer o promover al otro. Vamos a llevar también esta postura al extremo: Está muy bien que practiquemos la caridad, pero no podemos reducir el ser creyente a pertenecer a una ONG benéfica. La misión de la Iglesia es una: anunciar el Evangelio, y por lo tanto, la práctica de la caridad no tiene otro sentido que no sea anunciar a Jesucristo. Él es el único que tiene que llevarse la gloria. Cualquier búsqueda de recompensas humanas, por muy merecidas que éstas sean, no es adecuada en una vivencia auténtica de la fe. Así mismo, está fuera de lugar, la comprensión de la fe como una especie de "competición deportiva" para demostrarme a sí mismo, o a los demás, quién es el mejor, el más auténtico, o el más digno a los ojos de Dios. Ya sabemos como trataba Jesús a los fariseos tan piadosos y caritativos ellos...

- Vamos ahora a referirnos al tercer bloque. Si el primer bloque pertenece al ámbito de lo mental, y el segundo pertenece al ámbito de lo práctico, este tercer bloque lo encontramos reflejado, principalmente, en la religiosidad popular. Es vivir la fe como un arma de defensa supersticiosa frente a Dios, provocada por el miedo que se le tiene, por lo incontrolable de sus decisiones. Es creer que Dios es casi un sádico, al que hay que contentar para que no nos mande una ruina en forma de enfermedad, muerte o condenación... Para el que vive desde este parámetro, tener fe consiste en saberse algunos trucos, a veces casi mágicos, en forma de ritos o ratos religiosos, para que Dios, la Virgen del Carmen o San Cucufato, .. pueden intervenir en el devenir de la vida, para que todo me vaya bien. O le vaya bien a quien yo le pida que proteja por medio de estos conjuros o sortilegios. Ante esta actitud natural tan extendida, cabría recordar que creyente, no es aquel que pretende convencer a Dios de que cambie el transcurso de los acontecimientos, porque se ha despistado o se está equivocando, sino aquel que acepta y cumple la Voluntad de Dios. Por muy desconcertante o dolorosa que ésta pueda ser o parecer.

Por lo tanto, la fe, no puede ser una experiencia meramente intelectual, ni es solamente una forma de vivir o de comportarse, ni muchísimo menos, es una actitud supersticiosa ante Dios para "ganarle la partida" y decirle cómo tiene que hacer o deshacer las cosas.

La fe, atendiendo a esta bella pagina del Evangelio, es una disposición vital basada en dos pilares:

- El primero es la confianza en Dios. El creyente es aquel que pasa de vivir temeroso con las puertas cerradas, a vivir alegre reconociendo la presencia de Dios: "Señor mío y Dios mío". El hombre de fe es aquel que da un salto, a veces triple mortal, para pasar del miedo a la confianza. El creyente no es aquel que pone condiciones a Dios. Ni siquiera es aquel que le pregunta a Dios ¿por qué?; sino aquel que se pregunta a sí mismo, en nombre de Dios: ¿para qué?. El creyente es aquel que sabe que el problema puede que no se arregle, que la hostilidad de fuera seguirá siendo la misma... El creyente no sabe que le deparará el futuro... Quizás seguirán existiendo miles de motivos para vivir con miedo y con las puertas cerradas... Pero el creyente sabe que Dios está con él. "Aunque camine por cañadas oscuras, tu vas conmigo. Tu vara y tu cayado me sosiegan" (Sal 22).

- Y el segundo pilar sobre el que se sustenta la fe, es la certeza de que Dios es misericordioso. El creyente es aquel que cree en un Dios al que, después de la desbandada del Viernes Santo, no le repugna aparecerse de nuevo a esos mismos discípulos, y no a otros nuevos seguidores más dignos. Un Dios que se aparece a esos infieles discípulos, que no supieron estar a la altura, no para ajustar cuentas con ellos, sino para desearles la paz. Malgastamos mucho tiempo de nuestra vida, preguntándonos dónde está Dios. Insensatos de nosotros, quizás estamos llamados a experimentar, como los discípulos, que la presencia del Señor, y su poder, se manifiestan cotidianamente en su Amor y su Perdón. Un amor incondicional que, como a Santo Tomás, nunca se cansará de dar segundas oportunidades.

Una vez que tengamos claras estas dos realidades, nuestra inteligencia sabrá dar razones de nuestra esperanza, nuestra vida será un auténtico reflejo del amor de Dios, y nuestra relación con Dios, no estará basada en el miedo o la superstición, sino en la confianza y la paz que nos dan su Amor.

Feliz Pascua de Resurrección y un abrazo en el Señor a todos... A ti, que sé que vives con las puertas y las ventanas cerradas, por miedo a vete tú a saber qué,... te digo en nombre del Señor: "Paz a vosotros", " Paz contigo".

Que así sea.

Luis Salado de la Riva

No hay comentarios :

Publicar un comentario