miércoles, 1 de julio de 2020

Sonetos de Francisco de Quevedo a Cristo crucificado

Seguimos con la poesía cristiana, y más en concreto con los sonetos. En esta ocasión -y para empatar con Lope de Vega- os dejo hoy 4 sonetos más de Francisco de Quevedo (1580-1645), quien se trata sin duda de uno de los autores más destacados del siglo de Oro y de la literatura española, conocido especialmente por su obra poética, aunque también escribió narrativa, teatro y obras filosóficas.

Como anécdota de este autor se puede contar que se denunció a sí mismo a la Inquisición, por unos versos sin firmar escritos en su juventud que no eran muy ortodoxos y de los que estaban sacando rédito económico otros autores. 

Pues hoy derrama noche el sentimiento
por todo el cerco de la lumbre pura,
y amortecido el sol en sombra oscura,
da lágrimas al fuego, y voz al viento;

pues de la muerte el negro encerramiento
descubre con temblor la sepultura,
y el monte, que embaraza la llanura
del mar cercano, se divide atento,

de piedra es hombre duro, de diamante
tu corazón, pues muerte tan severa
no anega con tus ojos tu semblante.

Mas no es de piedra, no; que si lo fuera,
de lástima de ver a Dios amante,
entre las otras piedras se rompiera.



Mujer llama a su Madre cuando expira,
porque el nombre de madre regalado
no la añada un puñal, viendo clavado
a su Hijo, y de Dios, por quien suspira.

Crucificado en sus tormentos, mira
su Primo, a quien llamó siempre «el Amado»,
y el nombre de su Madre, que ha guardado,
se le dice con voz que el Cielo admira.

Eva, siendo mujer que no había sido
madre, su muerte ocasionó en pecado,
y en el árbol el leño a que está asido.

Y porque la mujer ha restaurado
lo que sólo mujer había perdido,
mujer la llama, y Madre la ha prestado.



¡Oh vista de ladrón bien desvelado,
pues estando en castigo tan severo
vio reino en el suplicio y el madero,
y rey en cuerpo herido y justiciado!

Pide que dél se acuerde el coronado
de espinas, luego que Pastor Cordero
entre en su reino, y deja el compañero
por seguir al que robo no ha pensado.

A su memoria se llegó, que infiere
con Dios su valimiento, porque vía
que por ella perdona a quien le hiere.

Sólo que dél se acuerde le pedía
cuando en su reino celestial se viere,
y ofreciósele Cristo el mismo día.



Adán en Paraíso, Vos en huerto;
él puesto en honra, Vos en agonía;
él duerme, y vela mal su compañía;
la vuestra duerme, Vos oráis despierto.

Él cometió el primero desconcierto,
Vos concertastes nuestro primer día;
cáliz bebéis, que vuestro Padre envía;
él come inobediencia, y vive muerto.

El sudor de su rostro le sustenta;
el del vuestro mantiene nuestra gloria:
suya la culpa fue, vuestra la afrenta.

Él dejó horror, y Vos dejáis memoria;
aquél fue engaño ciego, y ésta venta.
¡Cuán diferente nos dejáis la historia!

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