sábado, 27 de junio de 2020

Domingo 13 Tiempo Ordinario Ciclo A

Mi profesor de Antropología Espiritual, el dominico Francisco Rodríguez Fassio, dijo un buen día en una de sus clases, una de esas frases que, uno no sabe bien por qué, se te quedan grabadas a fuego en la mente: "la Gracia de Dios es gratis, pero no barata".

Precisamente el Evangelio de este domingo nos habla de este aspecto. La gratuidad del don de Dios y "el precio" que supone la tarea de ser cristianos.

El Bautismo es una cosa muy seria. Nos hace hijos de Dios para toda la eternidad. Nada ni nadie podrá borrar ese signo indeleble grabado en nuestra alma. Ni siquiera una hipotética y férrea voluntad de querer apartarnos de Dios, dejaría de hacernos hijos de Él. La paternidad de Dios no entiende de pecados, infidelidades ni huidas. Sólo entiende de amor y espera.

Como en la parábola del hijo pródigo, si un hijo se marcha de su lado, Dios como buen Padre, esperará pacientemente cada tarde a que en el horizonte se vea volver a aquel que se marchó de casa, para en cuanto lo vea, salir corriendo a su encuentro y abrazarlo y cubrirlo de besos (cf Lc 15, 20).

Pero una cosa es el don inmerecido de ser hijo de Dios y otra muy distinta es la tarea ardua de ser cristiano. Para ser cristiano, hace falta querer serlo. Hay que desarrollar un acto de la voluntad, que debe estar precedido de la fe y hay que querer comprometer la única vida que tienes como discípulo de Cristo. Y esto ya no es don, es tarea que se hace o no se hace. Es una carta que se juega o no se juega.

Por ello, la fe ha de ser anterior al Bautismo. No se puede, ni se debe, bautizar a nadie sin fe. De hecho cuando se bautiza a un niño (párvulo), que evidentemente no tiene fe, se hace en virtud de la fe de la Iglesia, de la fe de los padres y padrinos. Tan es así, que si el sacerdote no observa garantías de que esa fe exista o no se vaya a transmitir, no debe administrar el Sacramento y habrá de diferirlo hasta que estas garantías de transmisión de fe aparezcan (cf CIC 868).

Pero por encima de nuestra perenne condición de hijos de Dios, el Evangelio de este domingo, que pertenece al capítulo 10 de San Mateo, nos ofrece las dos características que ha de tener nuestra fe para que podamos ser llamados y ser en verdad, discípulos de Cristo.

- Para el discípulo, lo primero es Dios. Hay muchos que piensan que Dios es Alguien más entre otras muchas cosas o personas. El Señor lo advierte: Sólo podrá ser discípulo, el que priorice a Dios sobre todas las cosas. 

"El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí".

Podría pensarse que Dios es cruel y que es injusto e indeseable lo que nos pide: Amar menos a nuestros familiares que a Él.

Sin embargo lo que nos está cuestionando Cristo es qué cosas o qué personas fundamentan nuestra vida. La mayoría de esas cosas y personas son buenas y necesarias, pero sólo en sí mismas y apartadas de Dios, no nos harán felices. Incluso algunas de esas relaciones, por exceso o defecto, pueden ser tóxicas y destruirnos como personas: amores no correspondidos, "amores" egoístas o posesivos, o amores que son expresión de nuestros miedos y carencias...

La vida de muchas personas está marcada por la frustración y decepción que supone haber endiosado a otras personas: 

¿Cuántos matrimonios que se juraron amor eterno se convirtieron en indiferencia u odio a los años? ¿Cuántas amistades "de toda la vida" se rompieron de buenas a primeras? ¿Cuántos hijos dejaron de amar a sus padres y se convirtieron en sus enemigos acérrimos?.... O se ama lleno de Dios... O como diría un amigo mio: "Yo me río de los quereles de la gente"

Es cierto que el ser humano necesita amar y ser amado. Pero sólo el amar recibido y correspondido a Dios llenará nuestra vida y nos capacitará para amar y hacer felices a los demás. En palabras de San Agustín: "Todo intento de centrar mi vida en otro ser humano está condenado al fracaso, porque mi misma finitud la comparte cualquier otro ser humano".

- El discípulo ha de serlo a las duras,... y a las más duras. Solemos pensar que la fe es un parapeto para que no se nos presenten en nuestra vida contrariedades y problemas: Rezando un Rosario o yendo a Misa los primeros viernes de cada mes... "se acabaron los problemas".

Sin embargo, no sé en qué página del Evangelio hemos leído tal planteamiento. Porque lo que si aparece en el Evangelio son frases parecidas a la que podemos leer hoy:

"El que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará".

No hay discipulado sin Cruz. Y esto es bueno sopesarlo antes de comenzar el seguimiento. No podemos tirar la toalla con la llegada de la cruz. Tan experiencia de fe es la compañía gozosa de Dios Transfigurado en el Monte Tabor como experimentar la tristeza, soledad y agonía en el monte Gólgota o Getsemaní

Muchos "creyentes" reniegan de Dios cuando llega la adversidad. Si Dios es bueno y omnipotente... ¿Por qué permite que me este pasando esto?. Dudamos de Dios porque en el fondo no aceptamos que la cruz sea la señal del cristiano. 

Dios no exime de la cruz, da fortaleza para llevarla, confiriéndole sentido para que ésta nos redima. Ser cristiano es aceptar que la cruz no es la constatación de que Dios no existe, sino que es oportunidad de encuentro con Él y camino de salvación. 

En definitiva... este Evangelio de hoy te dice que si tu inquietud es si Dios te ama o no, no debes preocuparte: Eres su hijo e incluso ha dado su vida por ti: No dudes de Él, si aparece la Cruz en tu vida. Nada temas. Su vara y su cayado te sosegarán. (cf Sal 22).

Lo que te cuestiona este Evangelio, es si se puede decir de tí lo mismo con respecto a Él: ¿Te sientes capacitado para además de ser hijo amado de Dios, convertirte en cristiano y amarlo sobre todas las cosas en toda ocasión y circunstancia?

Merece la pena que contestes que sí. Tu felicidad y tu salvación están en juego.

Luis Salado de la Riva

5 comentarios :

  1. Gracias. Un domingo más nos abres los ojos y nos enseñas a valorar lo afortunado que hemos sido cuando nuestros padres decidieron que siguiéramos a Dios.

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  2. Es curioso leer este comentario. Los padres deciden y uno se limita a ser el seguidor. Cordero de Dios

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    1. No lo veo así, amigo Chapeton. según leo en el comentario anónimo , sus padres le mostraron el camino y él/ella decidió si seguirlo o no, pero años más tardes se dió cuenta de lo afortunado que fue y muestra una actitud de agradecimiento. La libertad es esencial al mensaje cristiano, precisamente esa es una de las claves del seguimiento a Jesucristo. sin libertad no hay auténtico discipulado

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  3. Hola Jaime.
    Entiendo que salgas con un capote a interpretar lo que el anterior comentarista hizo. Si hubiera querido decir lo que dices tú lo habría dicho. Pero no. No ha dicho eso. Lo que ha dicho es algo similar a si uno nace en una familia de béticos él es bético y en su paroxismo fanático por eso está tan agradecido.
    Y como también haces tú. Si entro en interpretaciones, él es consciente de que si hubiera nacido en Buenos Aires sería del Boca.
    Fíjate que tras tus entradas no comenta nada sobre ellas. Se limita a decir que es afortunado de haber nacido en una familia que, afortunadamente, están en el bando cierto.... claro que, según su criterio.
    Saludos

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    1. Ah, perfecto, ahora entiendo lo que dices. Lo cierto es que como el comentario es anónimo no podremos salir de dudas, pero tu análisis es correcto. Un saludo

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