A nivel argumental podemos dividir el comentario de nuevo en dos episodios. El primero de ellos, desde su elección como Papa el 22 de octubre de 1978 hasta 1989, va unido a varios nombres propios que fueron "compañeros de viaje" de esta primera parte de su pontificado: Monseñor Romero (asesinado en San Salvador como exponente de la Teología de la Liberación moderada), Madre Teresa de Calcuta (como el poder de la oración y la caridad exponentes de la Nueva Evangelización anunciada por el Papa), Lech Walesa, el sacerdote Jerzi Popiełuszko (en conexión con su país de origen y la importancia del Sindicato Solidarność como resultado de uno de sus viajes más importantes) y Ali Agka (autor del atentado que intentó acabar con su vida). Se introduce también un sacerdote africano, el padre Thomas Maputu, que si ser un personaje especial en la vida de Juan Pablo II personifica cómo se vivieron los momentos más importantes del papado desde las comunidades africanas. El capítulo termina con la caída del muro de Berlín y el fin del comunismo, en el que Wojtyła tuvo un papel determinante.
El segundo capítulo recoge el los últimos años del papado de Juan Pablo II, un periodo de nuevo convulso con varias guerras que quedan reflejadas. La invasión de Kuwait, la guerra de los Balcanes, de Uganda, la guerra del Golfo, los atentados de la Mafia, el 11M... marcan una gran parte del magisterio del Papa, así como sus continuos viajes (Bosnia, África, París -JMJ-, Israel) y su progresivo deterioro físico, fruto de las secuelas del atentado, de un tumor intestinal y del Parkinson que le es diagnosticado. Varias caídas se saldan con fracturas de fémur y cadera. Su lucha contra la violencia, su optimismo vital y sus ganas de vivir hasta el final marcan sus últimos años de vida.
Las últimas escenas son quizás las más impactantes, sobre todo para quienes vivimos y aún recordamos esos días. Su malestar postrado en la cama, la traqueotomía que apenas le permitía hablar pero sí llorar al intentarlo y las multitudes rezando en la Plaza de San Pedro durante su agonía y sus exequias han quedado grabadas en nuestra memoria colectiva y están perfectamente reflejadas en el film, con la utilización incluso de imágenes reales en las que podemos ver al Cardenal Ratzinger (futuro Benedicto XVI) oficiando su funeral.
A nivel espiritual la figura de Juan Pablo II queda muy bien plasmada en los 180 minutos de duración. Evidentemente faltan cosas, pero es imposible resumir en ese tiempo tantos años de Pontificado. Sus continuas y prolongadas oraciones, su cercanía con niños y enfermos, y la capacidad de perdón (a nivel personal y extensiva a la institución) son tan claves en su pontificado como lo fueron sus viajes a todos los rincones del planeta. Un papa extraordinariamente humano, que buscaba el contacto físico con las masas y cuyos discursos impactaban por igual a sencillos y poderosos.
El director ha insistido en un detalle que no es menor. A lo largo de las dos partes el Papa Juan Pablo II deja entrever en varias ocasiones la necesidad de que la Iglesia pida perdón por los pecados de la Iglesia a lo largo de toda la Historia, evento que de manera oficial se produce en el Jubileo del año 2.000, concretamente en una misa en San Pedro el 12 de marzo de ese año. Yo tuve la suerte de estar en esa Eucaristía y comprobar de primera mano a un Wojtyla emocionado cumplir uno de sus grandes sueños.
Un film para conocer mejor la historia de la Iglesia en el fin del milenio, que es también la historia de todo el mundo occidental.
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