Partimos de una base cierta: El Exorcista es una de las mejores películas de terror de todos los tiempos, si no directamente la mejor. El listón estaba tan sumamente elevado que era difícil realizar una secuela que estuviera mínimamente a la altura. Debido a esta dificultad, ya de entrada el director y el guionista de la primera parte se borraron a las primeras de cambio del proyecto. Evidentemente no pensaron de la misma manera los dirigentes de la Warner, para quienes los 430 millones de beneficio del original eran un reclamo suficiente como para no tentar la suerte con una segunda parte, desafiando así al adagio "segundas partes nunca fueron buenas". Para lograr un buen producto final no se escatimó económicamente, ya que se invirtieron catorce millones de dólares, tres más que en su antecesora.
Sin embargo, todo iban a ser complicaciones desde el principio. El guion original fue retocado hasta en cinco veces, empeorando la calidad del mismo y enrevesando la trama hasta límites insospechados. La dirección correría a cargo de John Boorman, director británico que diez años antes había dador el salto a Hollywood dirigiendo filmes discretos y algún que otro éxito menor. A pesar de su esfuerzo, la película defraudó desde un principio. Tan malas fueron las críticas en su premier, que en las semanas siguientes se cambió la edición definitiva del film, añadiendo una introducción nueva para conectarla con la primera parte y recortando varias escenas, reduciendo su duración de los 117 originales a los 110 minutos.
El casting tampoco estuvo exento de contrariedades. Para dar continuidad con la primera entrega se volvió a contar con Linda Blair como Regan MacNeil, si bien Linda ya no era una niña, por lo que la acción se situó cronológicamente cuatro años más tarde del final de la anterior. Cuentan que la adicción de la adolescente a las drogas en aquella época la hacía llegar siempre tarde al rodaje, desesperando al resto del equipo. La joven actriz, además, rechazó por contrato volver a maquillarse como una poseída, por lo que se usó una doble para esas escenas. Para dar vida a los flashbacks sobre el padre Merrin, se volvió a contar con Max von Sydow, impecable como siempre. Las nuevas incorporaciones fueron Louise Fletcher como la doctora Gene Tuskin y Richard Burton como el padre Philip Lamont. Cuenta la propia Linda Blair que el trabajo con Burton no fue nada sencillo, pues llegaba sobrio a los rodajes pero los solía terminarlos completamente borracho.
Con estos mimbres ni la historia ni las interpretaciones consiguieron enganchar a un público ávido de una continuidad que nunca se produjo. No obstante este fracaso de crítica especializada y público, comercialmente volvió a ser un éxito, recaudando treinta millones de dólares, duplicando así la inversión inicial. De los pocos cumplidos que he podido leer rescato este de Martin Scorsese, quien una vez dijo: «Me gusta El exorcista por la culpa católica que transmite y porque consiguió asustarme, pero El hereje la supera. Boorman quizá falló en ejecutar el material, pero aún así la película se merecía algo mejor de lo que obtuvo».
Vamos con el argumento, aunque es tan farragoso que es incluso difícil resumirlo. Han pasado cuatro años desde el exorcismo de Regan, quien aún sigue en terapia con la Dra. Tuskin, la cual la somete a complejos experimentos psicológicos e hipnóticos. Al mismo tiempo, el padre Lamont es escogido por el obispo para investigar lo ocurrido años atrás, pues se sospecha que los fallecidos padres Merrin y Karras actuaron de manera indebida en el exorcismo. Tras viajar a África y entrar en contacto con Pazuzu, un antiguo demonio, vuelve a Nueva York para comprobar que Regan está de nuevo poseída por él, por lo que tendrá una vez más que combatir con el demonio para sacarla de su cuerpo. Los eslóganes promocionales nos dan también pistas sobre esta trama: "Han pasado cuatro años, ¿Qué recuerda ella?" / "El mal sigue vivo... ¿Puede ser detenido?".
A nivel espiritual la presencia del maligno y la lucha contra él se difuminan también en exceso, abandonando la ortodoxia del Ritual de Exorcismos y entrando en un ámbito más psicológico e intimista. Responsable indirecto de ello es el jesuita Pierre Teilhard de Chardin, teólogo y paleontólogo francés muy en boga en la Teología de los años 60-70. Su pensamiento metafísico se encuentra indudablemente en la base de la teología subyacente al film, según la cual el diablo intenta separar a las almas buenas de una conciencia colectiva universal hacía la que la humanidad evoluciona. Se trata de un pensamiento novedoso que no se veía tan reflejado en la primera parte pero que aparece claramente en esta secuela.
Salvando esta dificultad añadida para la comprensión del film, me parece muy oportuna esta frase del Padre Lamont que denuncia una mentalidad de muchos sacerdotes de la época contrarios a hablar de la presencia del maligno en el mundo:
Padre Lamont: "Satanás se ha convertido en una vergüenza para las tendencias progresistas de la Iglesia".
Frente a ello, el protagonista tiene una noción muy clara de quién es el enemigo:
Padre Lamont: "Te das cuenta a lo que te enfrentas, ¿no? El Mal. El Mal es un ser espiritual, vivo y viviente, pervertido y pervertidor, que se abre paso insidiosamente en el tejido mismo de la vida".
Vamos con el otro protagonista del film, el demonio. Si en la primera parte no era reconocido por su nombre, aquí sí se le da uno: Pazuzu. Su nombre no ninguno de los que aparece en la Biblia, ya que se trata de un demonio mesopotámico ajeno a la mentalidad semita. Es el portador de desgracias tales como las tormentas, la peste, las plagas, el delirio y la fiebre. Siendo un ser maligno, a veces se usaba en esa cultura como amuleto para ahuyentar a su enemiga Lamashtu, diosa considerada más malvada y devastadora que él. De aquí se entiende la frase pronunciada por el padre Merrin en la versión extendida de la primera parte al encontrar un amuleto de Pazuzu:
Padre Merrin: "El Mal contra el mal".
Quizás en este sentido -supongo- se puede también entender una de las escenas más enigmáticas de esta segunda parte, en la que el padre Lamont hace una especie de "pacto con el diablo" para alcanzar su objetivo. No obstante, me parece una vuelta de tuerca excesiva en la historia y que genera mucha confusión en el espectador, al tiempo que me parece teológicamente insostenible:
Padre Lamont: "Pazuzu, rey de los espíritus malignos del aire, ¡ayúdame a encontrar a Kokumo!".
El final de la película es también ambiguo, como no podía ser de otra manera. Se da a entender que Dios ha escogido a determinadas personas "puras" para extender su mensaje de salvación, pero Pazuzu las posee para evitarlo. El porqué son esas personas y no otras es lo que no queda claro en la trama, aunque sí que la misión de los exorcistas es localizarlas y liberarlas para que Dios pueda cumplir finalmente su misión. Esta frase del padre Merrin resume esta idea:
Padre Merrin: "No solo Kokumo, sino que otros como él comenzaron a aparecer en el mundo. Encontré a estas personas donde pude y traté de protegerlas contra el mal. Luego Satanás envió a Pazuzu para destruir esta bondad. Phillip, debes tomar mi lugar. Ella es preciosa, y te la confío".
Como comenté al principio, estas ideas me han hecho tener en mejor estima el film, si bien no dejo de reconocer que no es una película fácil de ver, todo lo contrario. Sinceramente creo que la obra maestra de la que provenía debió de haber sido seguida por una continuación más digna, y visto que no fue el caso, parece que la decisión más acertada fue la que tomaron "los padres de la criatura" William Friedkin y William Peter Blatty, que se borraron de este proyecto en el que nunca se embarcaron.
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