Esta semana, el domingo celebramos la Solemnidad del Corpus
Christi. Y digo este domingo, porque para adaptarla al calendario laboral hace
ya algunos años en España se trasladó del jueves al domingo. Sólo algunas
ciudades como Sevilla, Granada, Ponteareas (Pontevedra) y Toledo mantienen la
tradición de “Los tres jueves que brillan más que el sol, Jueves Santo, Corpus
Christi y la Ascensión”. Las procesiones de las dos últimas ciudades
mencionadas, además, han sido declaradas de Interés Turístico Internacional.
Comencemos con un poco de historia. El origen del Corpus
Christi se remonta a 1263, donde en Bolsena (Italia) al romper el sacerdote la
Sagrada Hostia durante la celebración de la Eucaristía, brotó sangre de la
misma. La noticia del milagro se divulgó rápidamente y un año después el Papa
Urbano IV instituye esta solemnidad en el calendario litúrgico para recordar
dicho milagro. La primera procesión del Corpus Christi presidida por un Papa (Urbano V) tuvo lugar en
Roma en 1447. Sin embargo, parece ser
que varios años antes -concretamente en 1418- en Toledo (España), hay
documentos que ya certifican las primeras procesiones eucarísticas. La gran
expansión de la festividad y de su celebración por las calles es debida -en gran parte- al Siglo XVI, cuando para subrayar la
presencia real de Cristo en la Eucaristía (que Lutero y demás reformistas
habían negado) se generalizan estas manifestaciones populares fomentadas por la
Contrarreforma. Estamos, por lo tanto, ante una Festividad muy católica y con
unas raíces muy españolas, que fueron exportadas y se siguen manteniendo en Latinoamérica.
Lejos ya de su origen teológico y dogmático, damos el salto
al presente y a la cruda realidad. En la actualidad, me parece que la
festividad del Corpus Christi es fiel reflejo de la incultura religiosa y
cristiana que nos rodea. He comenzado este post mencionando lo de “Interés
Turístico Internacional” y me temo que para muchos no es más que eso: “algo”
bonito, curioso, popular y folklórico. Es cierto que afortunadamente muchas
personas participan con devoción y recogimiento, pero yo me quedé a cuadros
hace unos años cuando un niño (no tan niño, debía tener unos 12 años),
preguntaba a su madre al paso de la Sagrada Custodia: “Mamá, mamá, ¿Cuándo
viene el Santo?...”. Yo creo que esa pregunta, mezcla de ingenuidad e
ignorancia de un niño -que supongo habría realizado ya su primera Comunión-
refleja el pensar y el sentir de muchas personas que conceden más valor a una
imagen que a Jesucristo Sacramentado. Personas que desconocen el Misterio de la
Eucaristía, tan central y básico en la doctrina católica. Por otro lado,
tampoco ayuda que en todos los pueblos y ciudades de este país, delante de la Custodia
-cómo no- aparezca la corporación municipal (sea del partido que sea) buscando
la foto y procurando arrancar algunos votos mientras se van dando un paseito
por el pueblo y saludando como si ellos fueran los protagonistas del evento…

Y aquí creo que está el quid de la cuestión. A lo largo de
los siglos se han ido adhiriendo a la Iglesia Católica muchos elementos que sacados de su
contexto son malinterpretados, y por ello creo que sería necesario una revisión
y un replanteamiento de los mismos. Quizás la experiencia de un Papa venido de
ultramar y sin ese lastre europeo nos dé más de una sorpresa... ¿Venderlo todo
al estilo del Papa Cirilo Lakota en “Las Sandalias del Pescador”…? No creo yo que
llegue y se atreva a tanto, pero si el actual Pontificado ha arrancado con el deseo de
anunciar “Una Iglesia pobre y para los pobres” (Francisco I, 16-03-2013) algo
habrá que hacer y gestos concretos habrá que realizar para que la predicación
sea convincente.
Ahora bien, ¿Cuáles deben ser esos gestos? No soy yo quien
debe decir -ni siquiera sugerir- ninguno. Me parece que el actual Obispo de
Roma ya está haciendo bastante en este campo y hay que darle un tiempo y un merecido
margen de confianza. Pero que nadie se engañe: lo que adoramos esta semana no
es el “becerro de oro” (entiéndase bien la comparación bíblica) sino el trocito
de “maná” que lleva dentro. Lo importante no es el continente, sino el contenido.
La Iglesia Católica puede subsistir sin oros, imágenes, coronas, Custodias -y
si me apuráis- hasta sin Catedrales ni Vaticanos. Pero sin Eucaristía, en
cambio, no.