De entre todos los santos que la Iglesia celebra hoy he escogido a Santa Áurea de Córdoba (+856) por proximidad geográfica. Se trata de una santa mozárabe martirizada por no renunciar a su fe cristiana. Es una historia interesante ya que ella misma había evitado el martirio en una ocasión anterior por miedo, si bien en la segunda ocasión tuvo la valentía y el arrojo para testimoniar a Cristo de manera pública. Copio una parte de su historia:
El juez ordenó la llevasen al tribunal, y al verla vestida con el hábito religioso se irritó de tal modo que la amenazó con los más terribles castigos. Invocó, el juez, la noble sangre mahometana que circulaba en sus venas y lo que su familia sufriría por culpa de ella. Le prometió en cambio que si aceptaba las creencias familiares borraría la mancha que afectaba su ilustre estirpe y se salvaría de los duros tormentos que la esperaban si no aceptaba. Áurea guardó silencio un momento dejándose llevar tal vez por el miedo, o bien de la idea de disimular su fe (lo que no es lícito ni permitido a los cristianos en caso semejante), y el juez juzgándola vencida le concedió la libertad.
Recapacitó Áurea sobre lo que había acontecido, y avergonzada por su debilidad decidió no regresar al monasterio prefiriendo quedarse en una casa, posiblemente de alguno de sus parientes cristianos, donde sumergida en tiernas lágrimas confesó su pecado. Pidió a sus hermanos intercedieran ante el Señor a fin de tener una posibilidad de demostrar al mundo cuan profunda era su fe en Cristo. No tuvo que esperar mucho para que su místico anhelo se hiciera realidad, fue delatada nuevamente, y conducida por segunda vez ante el cadi, en esta ocasión ella respondió, con un valor y una fortaleza inspiradas por el Espíritu Santo. La firmeza de Áurea encendió el colérico corazón de su juez, ordenando la encerraran en la más lóbrega prisión y que al día siguiente fuera conducida al suplicio. Áurea fue decapitada y luego su cuerpo colgado de los pies en un palo donde, pocos días antes había sido ajusticiado un reo de homicidio, luego sus restos fueron arrojados, junto con los de varios malhechores, al Guadalquivir.
También se celebran hoy las santas Justa y Rufina, dos hermanas alfareras que nacieron en Hispalis (la actual Sevilla) en el siglo III. Copio también un extracto de su martirologio:
Diogeniano, prefecto de Sevilla, las hizo prisioneras, las interrogó y las amenazó con crueles tormentos si persistían en la religión cristiana, a la vez que les ofrecía grandes recompensas y beneficios, si idolatraban a los ídolos. Las santas se opusieron con gran valor a las inicuas propuestas del prefecto, afirmando que ellas sólo adoraban a Jesucristo. El prefecto mandó que las torturasen con garfios de hierro y en el potro, creyendo que cederían ante los tormentos, pero ellas soportaban todo con alegría y sus ánimos se fortalecían a la vez que crecían las torturas. Mandó entonces a encerrarlas en una lóbrega cárcel y que allí las atormentasen lentamente con hambre y con sed. Pero la divina Providencia les socorría y sustentaba con gozos inefables, según las necesidades del momento, provocando el desconcierto de los carceleros. Luego, el prefecto quiso agotarlas obligándoles a seguirle descalzas en un viaje que él iba a hacer a Sierra Morena; sin embargo, aquel camino pedregoso era para ellas como de rosas. Volvieron a meterlas en la cárcel hasta que murieran. Santa Justa, sumamente debilitada, entregó serenamente su espíritu, recibiendo las dos coronas, de virgen y de mártir. El prefecto mandó lanzar el cuerpo de la virgen en un pozo, pero el obispo Sabino logró rescatarlo.
El Prefecto creyó que, estando sola, sería más fácil doblegar a Rufina. Pero al no conseguir nada, mandó llevarla al anfiteatro y echarle un león furioso para que la despedazase. El león se acercó a Rufina y se contentó con blandir la cola y lamerle los vestidos como un corderillo. Enfurecido el Prefecto, mandó degollarla. Asi Rufina entregó su alma a Dios. Era el año 287. Se quemó el cadáver para sustraerlo a la veneración, pero el obispo Sabino recogió las cenizas y las sepultó junto a los restos de su hermana. Su culto se extendió pronto por toda la iglesia.
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