La dirección corrió a cargo del experimentado Juan de Orduña, quien además de múltiples películas de época (incluida la costosa y poco acertada Alba de América) ya había hecho sus pinitos en el Cine religioso con El padre Pitillo (1955). El guion fue codirigido por varios autores, de entre los que destaca el denostado José María Pemán, gaditano de nacimiento y el que fuese un referente de la literatura española del siglo XX hasta que la memoria histórica hiciera acto de aparición en nuestro país. La música, bastante acertada y que acompaña la trama con buen gusto, es obra de Manuel Parada, quien ese mismo año puso banda sonora a Fray Escoba, si bien sus obras más destacadas fueron en producciones de corte político como Raza o Canciones para después de una guerra. Para el reparto se contó con glorias del celuloide patrio como Aurora Bautista, José Bódalo, Alfredo Mayo o José María Caffarel.
El argumento no es otro que la biografía de Teresa de Cepeda y Ahumada (Santa Teresa de Jesús o Santa Teresa de Ávila, 1515-1582). El film comienza -a modo de encuadre contextual histórico- con el desenmascaramiento que la Inquisición o Santo Oficio realiza de Sor Anunciación de la Cruz, una religiosa que decía tener estigmas y no comer, pero que en realidad era una impostora. Expuesto este ejemplo de lo que se vivía en aquella época dentro de un convento, se pasa a conocer a la joven Teresa, pretendida por varios nobles de la época, hasta que ingresa en el Monasterio Carmelita de la Encarnación de Ávila en 1535. Allí busca la paz, la oración y una vida espiritual plena, pero a cambio encuentra que las religiosas llevan una vida cotidiana y mundana. La futura santa se autoimpone una disciplina de silencio, oración y sacrificios que poco a poco contagian al resto, al tiempo que experimenta éxtasis y visiones místicas en su vida contemplativa. Tras las dudas iniciales (será obra del demonio) y el miedo a la Inquisición (que le retira sus libros, una mujer que leía en aquella época era cuanto menos sospechosa...), es alentada por su amigo San Juan de la Cruz y por su confesor (San Francisco de Borja) para poner por escrito sus experiencias y reformar la vida monástica de su tiempo. Con el tiempo sería fundadora de la Orden de las Carmelitas Descalzas y con los siglos sería declarada Doctora de la Iglesia Católica.
La crítica debe pasar por realizar una abstracción de la época en la que es realizado el film. En su conjunto es pasable pero excesivamente anticuado, no solo por los años que han pasado, sino por las propias actuaciones, demasiado teatralizadas y poco creíbles. Entretiene en partes y aburre en otras, no ayudando su excesivo metraje (131 minutos). Sirve como acercamiento a la vida de la santa pero como hija de su época está demasiado idealizada y estereotipada.
Si como película es muy mejorable, como acercamiento a la vida de la santa es bastante fiel a la realidad, muy provechosa y con algunos recursos (es osado llamarlos efectos especiales...) adelantados para su época.
A nivel espiritual, por ello, me gustaría destacar algunas escenas. La primera es una oración de la Santa a Cristo crucificado, en el momento en el que toma la decisión de seguir la vida religiosa:
Teresa: "Tú eres luz y camino, pero yo vivo a oscuras y como en una encrucijada sin saber dónde ir. Porqué allí me llaman (señalando el exterior del convento), pero tú estás aquí, allí me esperan alegres, pero tú me esperas aquí triste, allí me quieren servir, pero yo vine a tu casa para servirte a ti mi Señor, y no quiero ir. Porque yo quiero martirizar mi carne y romperla para sangrar, y con esa sangre devolverte la que tú derramaste en la cruz. Entonces me insultan y condenan, y cuando busco estar contigo a solas, como esposo y esposa… Soy violenta porque no puedo estar contigo Señor, porque no logro vivir por ti, para ti, en ti, dentro de ti. Porque mis ojos contemplan secos tu amargura y yo quiero llorar esa agonía tuya. ¿Me oyes Señor? Quiero llorar, quiero llorar… Pero no, no me des lágrimas sin dolor porque sería regalo. Dame tu sufrimiento. ¿No me escuchas? Haz que llore Señor, mándame llorar, mándame llorar, mándame llorar… Señor, Señor, te hablé y me oíste, me hablas y te oigo, de hoy para siempre solo amaré contigo, ya nunca más que contigo, ya nunca más, ya nunca más..."
En otra escena frente al mismo crucificado, de este sale una luz que traspasa a Santa Teresa, al tiempo que reza: "Tú esposa ha vuelto, Señor, ¿me oyes? Ha vuelto y llama, ábreme otra vez las puertas de tu amor, quiero entrar, tuya soy, para ti nací, ¿Qué mandas hacer de mí?".
Me resultó muy emotiva también la escena en el que la santa reza en silencio frente al Sagrario, y en la que a modo de respuesta divina, Santa Teresa vuelve a iluminarse con una aureola de santidad.
Tras una vida sometida a pruebas, juicios, viajes y experiencias místicas puestas por escrito, destaco también el momento en el que muere en su cama, recibiendo la comunión y con estas últimas palabras: "Padre Antonio, por ventura, no me darán aquí un poco de tierra donde enterrarme. Hijas mías, os pido, por amor De Dios, que guardéis nuestras reglas con mucha perfección, y me perdonéis el mal ejemplo que os haya podido dar. Levantaos, hijas, no estéis tanto tiempo de rodillas que os fatigaréis. Señor, mi alma se alegra de ir a ti. Es llegada la hora deseada, tiempo es ya de que nos veamos. Señor y esposo mío, te doy gracias porque al fin muero hija de la Iglesia".
Es la última escena, en la que le cierran los ojos mientras suenan campanas de Gloria y no de duelo, rematado con una vista panorámica de Ávila y letras de "Fin" sobre el cielo al que se dirige la santa.
Lo dicho, una película hija de su época, apta para un mejor conocimiento de la santa y para nostálgicos de otros tiempos. Técnica e interpretativamente floja, espiritualmente densa y provechosa.
No hay comentarios :
Publicar un comentario