sábado, 16 de mayo de 2020

Homilía Domingo VI Pascua - Ciclo A

Muy pocas cosas de las que hacemos en esta vida son fruto del azar o la improvisación. Casi todo lo que en esta vida decimos o hacemos ha sido previamente procesado por un motor con tres marchas.

San Agustín llamaba a este motor alma, y nos hablaba de las tres potencias del alma, que eran -o son- como las tres marchas de ese motor: La memoria, la inteligencia y la voluntad. Haz la prueba y pasa por ese triple filtro cada una de tus criterios, acciones o decisiones: Verás el peso que tienen en ellas esas tres marchas:

- lo que tu recuerdo o emociones te hayan provocado antes. Si tienes costumbre, afecto o apego a ello.
- la inteligencia que te ha hecho calibrar si te conviene o aprovecha determinada postura. O si por el contrario tu cabeza te hace evitar o rechazar algo en concreto.
- y el coraje o la determinación con la que te enfrentas a determinada estímulo. O si por el contrario, bajas los brazos porque o no puedes o no quieres afrontarlo.

Casi nunca ese triple motor funciona equilibradamente con un 33% en cada parte. Hay personas que se dejan dominar más o menos por uno de ellos. Y son más emocionales, o más razonables o más voluntariosos... Y todo ello con todo tipo de combinaciones posibles. Cada tipo de motor es único e irrepetible. Hay tantos tipos de motores - de almas- como personas.

Pues bien, permitidme que rescate la afirmación de Benedicto XVI que ya vimos la semana pasada: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva". Es decir, en lenguaje de San Agustín, a la hora de decidir si se quiere o no se quiere ser cristiano: la clave, no la tiene la inteligencia, ni la voluntad, sino la memoria. Por ello cobra sentido lo que Jesús nos dice en el Evangelio de hoy: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos".

El Señor no dice "Si os sacáis una Licenciatura sobre mis enseñanzas... guardaréis mis mandamientos" o "si os lo proponéis y le echáis coraje... guardaréis mis mandamientos"... el Señor apela al componente afectivo del alma, a la memoria: "si me amais guardaréis mis mandamientos"... Es decir, si recordáis el Amor que os he testimoniado y sentís que por amor queréis ser de los míos... guardaréis mis mandamientos.

Aunque a veces nos cueste entenderlo, la Iglesia es la Iglesia de Cristo, no cuando es el lugar de la obediencia a unas normas, ni cuando es el lugar de la ortodoxia, ni tampoco cuando es el lugar del arte o la cultura... la Iglesia es la verdadera Iglesia de Cristo, cuando es la Iglesia del Amor.

Y tú y yo, somos auténticos discípulos cuando hacemos nuestra, esa frase de Jesús que corona el Evangelio de hoy: "El que acepta mis mandamientos (inteligencia) y los guarda (voluntad), ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él".

Amén.

Luis Salado de la Riva

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