Hace ya más de 20 años, cuando este servidor tenía el gozo de escuchar al inigualable cura Carlos en los retiros que este nos hacía en el Seminario, le escuché una llamativa frase que se me quedó grabada:
"Vivimos en una sociedad pagana con algunas reminiscencias culturales de origen cristiano".
Como solemos decir: "Lo clavó". No se puede hacer un análisis social más sencillo, pero más certero, que este del cura Carlos, que encierra todo un compendio de fenomenología religiosa. Y 20 años después ... esa situación, lejos de mitigarse, se ha ido acentuando. Si el cura Carlos bajara...
Cada vez se crean más Hermandades... no se sabe bien para qué, el Rocío y otras Romerías son eventos cada vez más multitudinarios, los niños siguen bautizándose y haciendo sus Primeras Comuniones, en situaciones familiares, cuanto menos... "extrañas", el cura es imprescindible como un florero en presentación de carteles de Semana Santa, Pregones o Conciertos varios... o es requerido "vida o muerte" en imprescindibles bendiciones de Belenes, pero... ¿Es esto reflejo de un auténtico cristianismo?...
Si bien esta pandemia ha podido despertar en algunos, algo de interés y auténtica vivencia espiritual, nuestra sociedad es una sociedad de gimnasios y centros comerciales llenos (los nuevos templos), pero de Iglesias vacías.
El ser humano, en general, ha perdido la dimensión de trascendencia. Ya no se cree necesitado de mirar al Cielo. Esa "reminiscencia cultural de origen cristiano" le hace mantener algunos ritos y ratos religiosos, que en muchos casos son más una muestra de superstición, que el reflejo de una vivencia auténtica de encuentro con el Señor.
La Fiesta de la Ascensión es una invitación a dejar de mirarnos el ombligo y elevar nuestra mirada "arriba" para descubrir que hay un Dios que nos trasciende y que nos saca de nuestras miserias y vanaglorias, para ofrecernos y regalarnos una vida plena y auténtica.
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"Y sabed que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". (Mt 28, 20).
Esta es la primera cita de la Biblia que me aprendí: La cita que quizás más me ha acompañado durante mi vida y a la que más he acudido pidiendo a Dios protección.
Sin embargo, no siempre he notado que está promesa del Señor se haya cumplido en mi vida: En reiteradas ocasiones he sentido que Dios estaba como escondido, callado, ausente... ¿Por qué esta sensación si Cristo aseguró su permanente presencia?, ¿Es que acaso prometió algo que no ha cumplido?
Partiendo de la mayor, es decir, Cristo no puede prometer algo que no quisiera o no pudiera cumplir, y después de llevar esta aparente contradicción a mi oración y meditación, he llegado a la siguiente conclusión:
Es verdad que Cristo estará con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos, pero es necesario que no sólo nos quedemos con lo que el Señor dice en Mt 28, 20... sino que lo contextualicemos en el versículo que le precede, Mt 28, 19: "Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado".
Es decir, sentir la presencia de Cristo en la vida requiere vivir para y por el anuncio del Evangelio. No podemos pretender llevar una vida egoísta, indolente o descreída y encima pedirle a Dios que nos acompañe. La presencia de Cristo es directamente proporcional al grado de compromiso y vivencia que uno tenga en el anuncio del Evangelio. De hecho... No conozco a ningún santo (muchos de ellos martirizados) que se quejase de la ausencia de Dios. Sin embargo, conozco a personas con una "dudosa" vida espiritual, que continuamente se quejan de esa falta de Dios.
Para experimentar que Dios está, es imprescindible vivir por y para el Evangelio. Si eres testigo de Cristo e intentas dar tu vida por Él, clavarás tus ojos al Cielo... y por muy grande que sea tu Cruz, experimentarás que nunca te faltará la Presencia y la Bendición de tu Dios que no te mintió cuando te prometió su asistencia para siempre.
Luis Salado de la Riva
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