sábado, 9 de mayo de 2020

Homilía Domingo V Pascua Ciclo A

La Liturgia de la Palabra de este Quinto Domingo del Tiempo de Pascua nos invita a reflexionar sobre algo que aprendimos de niños, pero en lo que quizás nunca hayamos profundizado, al menos adecuadamente.

En la catequesis (o catecismo) de nuestra más tierna infancia, y quizás por medio de algún sacerdote algo áspero en sus formas y con cierta cara de pocos amigos, la Iglesia nos enseñó que los enemigos del alma eran tres: el mundo, el demonio y la carne. Y probablemente ahí quedó el asunto... no hubo más aclaraciones, ni más preguntas... el cura se iría a sus cosas y cada uno de nosotros a las nuestras, aunque ya ese resquemor interno había quedado sembrado ahí.

Debido a esa enseñanza, o mejor dicho, debido a esa forma que emplearon para enseñarnos... muchos de nosotros, hemos podido vivir buena parte de nuestras vidas, desde una visión negativa y desconfiada de todo lo que somos y lo que nos rodea: El mundo... ese antro de pecado y perdición. El demonio... con sus cuernos y su rabo largo, acechándonos en todo momento. Y la carne... y es que, (permitidme el chascarrillo) como años después de aquel cura áspero y algo "malvado", apuntalaron nuestra prima la dietista y nuestro cuñado el runner,...quedó meriadanamente claro que "todo lo bueno o engorda o es pecado".

Y así, desde esa triple premisa, se ha ido desenvolviendo nuestra vida de creyentes. Una vida, que desgraciadamente se ha "disfrutado" poco, o a medio gas, a caballo entre sentimientos de frustración por no llegar nunca al ideal, o de culpabilidad, por haber rebasado los límites de lo adecuado y/o permitido.

Toda esta caricatura de la vida de fe, parte de un error de principio: Como ya he reiterado en múltiples ocasiones, el creyente no es aquel que sabe muchas cosas sobre Dios, sino aquel que ha tenido un encuentro personal con Jesús de Nazaret. Un encuentro que le ha dejado marcado, y que ha propiciado que quiera seguir llenándose de esa Verdad de Dios.

Pero en este asunto no funciona la propiedad conmutativa: El orden de los factores, sí altera, y mucho, el producto: No podemos pretender conseguir un creyente de manual, sin que éste haya tenido una experiencia de Dios. La tentación de expandir la fe, sin esta base esencial, ha sido uso común en la Iglesia, que durante siglos ha confundido evangelización con adoctrinamiento.

El papa Benedicto XVI afirmaba al comienzo de su encíclica Deus Caritas est: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva".

El creyente es aquel que cree, porque así lo ha experimentado, que Jesucristo es la Verdad, el Camino y la Vida. Y nadie puede cuestionarle eso. Porque no es una idea. Ni siquiera una convicción. La fe no es ideología. Es una experiencia.

Una experiencia de una Verdad objetiva. Aunque nadie la creyera, no por ello dejaría de ser cierta. Si mañana todo el mundo se quedara ciego de repente (Dios no lo quiera)... no dejaría de ser verdad que la luz o el mismísimo sol existen. El creyente, por experiencia personal, sabe que Dios existe y es, y esta certeza no está supeditada a lo que digan los sondeos o las encuestas: Su fe es objetiva, experiencial, ... y por ello, cierta e incuestionable.

Pero claro, ... creer en Alguien, y más si ese Alguien se ha revelado, comporta unas consecuencias. La vida se va a entender desde unos parámetros. Desde unas "reglas del juego". Y evidentemente, en muchas ocasiones, esa escala de valores, resulta incomprensible e inasumible para el que no haya tenido ese encuentro con Dios.

Pero, que esas consecuencias resulten incomprensibles o inasumibles para el no creyente, no quiere decir que éstas sean invalidas, ilógicas o infantilizadoras del ser humano.

Durante esta reflexión vamos a argumentar como no es disparatado defender que si Jesucristo es la Verdad, el Camino y la Vida,... el mundo, el demonio y la carne son los auténticos enemigos del ser humano.

- El origen de todo mal es la mentira. Y la mentira entendida no solo como algo erróneo que alguien me transmite como verdadero, con la intención de engañarme: La peor mentira es la que uno mismo se cree y asume como propia. El estadio final del trastorno del mitómano, es aquel en el que ya uno ha hecho tan íntimas sus propias historias, que es incapaz de distinguir entre lo que es verdad y lo que no lo es.

El comienzo de la Biblia, nos transmite ya en el Génesis, como éste es el gran drama del ser humano.
Y el drama no solo consiste en la mentira que malvadamente transmite el demonio a Adan y Eva, "se os abriran los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal" (Gn 3, 5), sino que es el hecho de que nuestros primeros padres se creyeran esa mentira y comieran del fruto del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, es decir, el drama del hombre comenzó, al convencerse de la mentira de que realmente Dios era un estorbo en su vida, y se podría ser mas feliz sin Él, que con Él. A fuerza de ser sinceros, hay que reconocer el buen trabajo que miles de años después, el demonio (ya sin forma de serpiente) sigue haciendo entre nosotros. Continúa con ese mismo empeño y brío, engañando y falseando para hacer caer a muchos - quizás a demasiados, que siguen (o seguimos), "sin escarmentar en cabeza ajena" o "tropezando muchas veces con la misma piedra".

El demonio, que es uno de los tres enemigos del alma, sigue a día de hoy, envolviéndonos y atrapándonos con mentiras, para ensoberbiarnos y hacemos creer que no necesitamos a Dios para nada. A la contra de este poderoso enemigo del alma, Jesucristo dice "Yo soy la Verdad". La única Verdad que existe para el ser humano es la Revelación de Dios por medio de Jesucristo.

Experimentar a Cristo y conocerlo como Verdad es como dijo Santa Teresa de Jesús, el único camino de Salvación para el hombre: "la humildad es la verdad". (Libro VI de las Moradas). La única verdad que nos salva es la humildad de reconocernos necesitados de la Misericordia de un Dios que ha salido a nuestro encuentro a pesar de nuestras miserias.

- Leía el otro día, que los psicólogos advierten de un trastorno del ánimo, que ahora, y después de tantos días de confinamiento, va a aparecer, en mayor o menor medida, en muchos de nosotros, que poco a poco estamos invitados a ir regresando a esa tan cacareada "nueva normalidad". El trastorno ha sido bautizado como el Síndrome de la Cabaña. Puede que al principio de la cuarentena vivieras con angustia el hecho de que no ibas a poder salir a la calle en un incierto número de días,... pero transcurrido ese shock inicial y conforme te fuiste aclimatando a la nueva situación, te comenzaste a sentir muy protegido y distraído en tu confortable hogar, muy ocupado y protegido,... tampoco se estaba tan mal así... Por lo que, ahora que te dicen que ya hay que regresar a la calle... sientes pánico de volver a esta "nueva normalidad" en la que te van a llover los problemas acumulados durante estas semanas, o vas a estar expuesto de una manera mas intensa, al peligro del contagio de un virus, que, ni muchísimo menos, se ha ido ya de aquí.

Este comprensible desasosiego que genera este "Síndrome de la Cabaña", no es sino un reflejo del segundo de los enemigos del alma: El mundo. Frecuentemente, hemos entendido que el mundo es uno de los enemigos del alma, porque todo lo que hay dentro de él es malo y pecaminoso. Esta forma agría de concebir el mundo se contradice, sin embargo, con la dinámica de la Encarnación que nos indica el proceder de Dios: "La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros" (Jn 1,14). Desde que Dios se ha hecho hombre, el mundo ha quedado divinizado. Todo lo humano y lo mundano nos habla de Dios. El mundo es el lugar del encuentro entre Dios y el hombre, el "campo de juego" donde poder experimentar su presencia y cercanía... luego si esto es así... ¡que lo es!: el mundo no puede ser malo en sí mismo.

¿Qué significa, por tanto, que el mundo sea uno de los enemigos del hombre?. Pues sencillamente, entender el mundo desde la perspectiva contraria al Misterio de la Encarnación: Entender el mundo como mi ombligo desde donde gira toda la realidad. Yo soy el mundo y el mundo soy yo. El mundo es, por tanto, vivir desde el egoísmo, pensando que replegándome sobre mí mismo, seré verdaderamente feliz. Ante esa concepción de la vida, Jesucristo nos dice "Yo soy el Camino". Y ese Camino que el mismo auto-revela consiste no en replegarse sobre uno mismo, sino en salir de sí. Ese es el auténtico Camino, el Camino que salva, aunque a veces sea escarpado y comporte Cruz. El que quiera seguir el camino de la Vida y la Verdad: "que se niegue así mismo, que cargue con su Cruz y que me siga". (Mt 16, 24)

- Si algo ha puesto de manifiesto esta pandemia del Covid 19, es que no somos nada. El hombre que se había inmodestamente autodivinizado y se creía el controlador de todo lo que le rodeaba, ha experimentado, de la noche a la mañana, a las primeras de cambio, y en sus propias "carnes", lo absurdo y necio de ese convencimiento, y la auténtica verdad de su realidad: Somos un ser frágil y vulnerable.

En este aspecto ya estábamos advertidos, pero no nos queríamos dar por enterados: Nuestra cultura y sociedad había ido apartando como tabú todo lo que recordara esa realidad, y nos habíamos creído que con ejercicio y una alimentación sana, no había nada que temer. Y claro, no... Eso no es así: Envejecemos, enfermamos y nos vamos a morir. Por mucho que te vistas como un adolescente o salgas a correr al atardecer,... si tienes 50 años, tienes 50 años, y no hay potingue, tinte o cirugía, que te los pueda quitar. Y es que el ser humano envejece, enferma y muere. Y ese es, precisamente, el tercer enemigo del alma: su propia carne.

Frente al drama y el ridículo, a veces ajeno, que supone sufrir un Síndrome de Peter Pan, está el asumir tu propia finitud con serenidad y confianza en Aquel que se nos revela como "Yo soy la Vida".

Jesucristo, y recuerdo que seguimos celebrando este tiempo de Pascua, nos ha prometido que ni la vejez, ni la enfermedad ni la muerte, tienen, ni tendrán dominio sobre ninguno de nosotros, y que ese enemigo inexorable del paso del tiempo que va pudriendo nuestra carne, envejeciéndola o enfermándola, y que nos conduce a estar hoy, un día más cerca que ayer de nuestra propia muerte, ha sido vencido por Él, que con su Muerte y Resurrección ha abierto las puertas de la Vida Eterna para que ninguno de los que creen en Él, perezcamos para siempre: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá" (Jn 11, 25)

Por tanto, y a modo de resumen:

Si hemos experimentado en nuestra vida que Jesucristo es la Verdad, el Camino y la Vida, ninguno de estos tres enemigos tan poderosos que nos merodean como son el demonio, el mundo o la carne (o con otras palabras: la mentira, el egoísmo y nuestra propia finitud), serán mortales para ninguno de nosotros.

Termino estas homilías que he venido desarrollando en este tiempo de confinamiento, pidiendo a Dios, que así como estos tres enemigos, gracias a su Poder y Misericordia, son inofensivos para nosotros, lo sea muy pronto también, este dichoso virus del Covid 19, y que gracias a una vacuna o un tratamiento eficaz pueda ser combatido con éxito. Que la Virgen María ilumine a los científicos e investigadores que trabajan en pos de este empeño.

PD. A partir de mañana, Lunes 11 de Mayo, comienza, si Dios quiere, el Culto en la Parroquia en la que presto mi servicio sacerdotal, Santa María Madre de la Iglesia de Jerez de la Frontera.

Durante estas semanas de confinamiento, me he valido de este cauce para compartir con vosotros mis reflexiones en torno a la Palabra de Dios de cada Domingo. A partir de ahora tendremos la suerte de poder encontrarnos físicamente en esa, mi querida y añorada Parroquia.

Gracias por vuestro cariño y atención, un abrazo muy fuerte y que Dios os bendiga siempre.

Luis Salado de la Riva.

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