sábado, 30 de mayo de 2020

Homilía Pentecostés Ciclo A

A veces creemos que el Espíritu Santo es como la inspiración en los artistas. Que llega de buenas a primeras cuando menos se la espera. Según esa concepción, para experimentar la venida de la tercera persona de la Santísima Trinidad, no podemos hacer mucho, sólo armarnos de paciencia y "sentarnos a esperar que tenga a bien venir cuando a Él le parezca oportuno".

Aunque es verdad que el Espíritu Santo es un don, no es menos cierto que la pregunta que hoy tendríamos que hacernos, no es cuándo le parecerá oportuno venir al Paráclito  , sino si a mí, aquí y ahora,... sinceramente, me parece realmente oportuno que el Espíritu Santo venga a mi vida. Porque a lo peor... mira tú por dónde... me coge ahora en un momento "inoportuno", para recibir al "dulce huésped del alma", y en el fondo, lo más cómodo sería "echarle la culpa" a Él de que no quiera venir.

Lo cierto es que si analizamos la Primera Lectura y el Evangelio de este Domingo, concluiremos que el Espíritu Santo no llega fruto del azar o del capricho, sino que los apóstoles pusieron todos los medios que tenían en sus manos para que ese momento aconteciese.

La llegada del Espíritu Santo, en Pentecostés, y también hoy, no es casualidad, sino causalidad. Y esas causas eran tres condicionantes que la primitiva Iglesia vivía intensamente, pero que, a lo peor, nosotros no estamos prestándole excesiva atención.

- El primer condicionante es la comunión. "Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar". Los Apóstoles estaban reunidos y unidos. Ya en la oración sacerdotal que Jesús realiza en la Última Cena, el Señor le pide al Padre: "Que todos sean uno, como Tú y yo somos uno, para que el mundo crea". (Jn 17, 21). El Señor no dice que todos recen mucho, sepan mucho de teología o sean muy buenas personas...  para que el mundo crea. Sino "que todos sean uno para que el mundo crea".

Luego la comunión no es algo optativo en la vida del creyente, sino una condición imprescindible para que el Espíritu Santo inunde la Iglesia y así, el testimonio de quien lo ha recibido, sea veraz. Reitero: La comunión es una condición imprescindible. Por ello, en esta fiesta de Pentecostés en la que a los apóstoles les pilló, y no por casualidad, reunidos,... es importante que meditemos cuál es nuestra vivencia de comunión en la Iglesia, e interioricemos que la Evangelización no es cosa de francotiradores, por lo que, a la hora de dar un testimonio, es más importante una comunión real, que una "eficacia" hipotética.

- "Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos". Los Apóstoles, con María y otros discípulos, no se reunían para planificar una pastoral de evangelización, ni para organizar una convivencia de fin de semana, sino para orar juntos. Este es el segundo condicionante que hace posible la venida del Espíritu Santo: El Espíritu Santo viene y vendrá a aquellos que como Jesús dice en el Evangelio: "Piden, buscan y llaman. Porque... ¿cómo no dará el Padre celestial el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan?" (Cf Lc 7, 9.13).

Pero si no pedimos... si no rezamos... si no tenemos una apertura a la trascendencia... si pensamos que hay cosas más importantes y urgentes que hacer que ponerse "a perder el tiempo" rezando... ¿Qué Espíritu Santo esperamos recibir?.

- "Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos". En esta aparente contradicción se encuentra la tercera causa que posibilita Pentecostés: El verse necesitado de Dios. El sentirse desvalido y necesitado de que Dios desatranque las puertas y ventanas cerradas... el haber tocado fondo y sentir que así no se puede seguir.

En una cultura tan antropocéntrica como la nuestra, donde el hombre en su soberbia ha terminado endiosándose y creyéndose autosuficiente... ¿Quién va a pararse a implorar a un Dios y para qué?. Es decir, la tercera condición para recibir el don del Espíritu Santo es vivir con humildad frente a Dios, reconociendo que se está necesitado de su Misericordia y su Poder. La humildad, ya lo decía San Ignacio de Loyola, es la puerta de entrada de todas las virtudes. Por supuesto que la humildad es el acceso a la fe, pero también, como no, es la puerta de entrada del Espíritu Santo. Reitero: Sin humildad, ni hay fe, ni hay Espíritu Santo.

Por lo tanto, tres causas hicieron posible Pentecostés, y esas mismas tres causas siguen posibilitando un nuevo Pentecostés allí donde la Iglesia unida, orante y humilde siga implorando su ayuda:

"Ven Espíritu Divino,
manda tu luz desde el cielo,
Padre amoroso del pobre;
don en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si Tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus Siete Dones
según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno".

A modo de conclusión, Pentecostés es ocasión propicia, no solo para poner las condiciones adecuadas para que llegue el Espíritu Santo, sino que es también momento para revisar qué hemos hecho con el don del Espíritu Santo, que recibimos el día de nuestro Bautismo.

El Espíritu Santo lanza a los apóstoles al mundo para en medio de la hostilidad o indiferencia ser testigos del Evangelio. También a nosotros nos ha desplegado en ese mismo tablero. Un tablero hostil e indiferente. Pero no olvidemos nunca, que el Espíritu Santo nos envía ahí, con dos misiones muy concretas:

1. "Anunciar el Evangelio con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevos lenguajes". (cfr. Juan Pablo II, Puerto Príncipe, 9 - 3 - 1983).

Para que suceda el milagro narrado en el libro de los Hechos de los Apóstoles, que "cada uno los oía hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua". El evangelizador ha de dejarse llenar de la eterna novedad del Espíritu Santo. El que para muchas personas el lenguaje del Evangelio siga resultando extraño o vacío, no es causa del Espíritu Santo, sino de un mal transmisor que ha perdido esa audacia que da el Espíritu Santo, y que San Juan Pablo II afirmaba era tan necesaria para la nueva evangelización.

2. Llevar el amor y el perdón de Dios a los hombres: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados".

El Espíritu Santo nos hace transmisores del Amor de Dios. Evangelizar no es ser un profeta de calamidades que vaya por el mundo condenando o metiendo miedo, "porque el Amor no teme". (I Jn 4, 18). El que está lleno del Espíritu Santo, transmite la paz y el Amor de Dios... Porque "de la abundancia del corazón, habla la boca". (Mt 12, 34). Y "quien no ama no ha conocido a Dios". (I Jn 4, 8). El Espíritu Santo nos capacita para hablar un lenguaje nuevo: El lenguaje de la misericordia y la reconciliación. El lenguaje de la caridad y el perdón.

Sinceramente... ¿Hablamos ese mismo idioma?. Porque si queremos ser evangelizadores es imprescindible que entremos en la escuela de idiomas del Espíritu Santo y aprendamos, aunque sea a balbucear o chapurrear, ese nuevo idioma.

Reitero: Imprescindible.

Luis Salado de la Riva

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