La Iglesia hace memoria hoy de San Antonio de Padua llamado en realidad Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo (1195-1231) presbítero portugués doctor de la Iglesia perteneciente a la Orden de los Hermanos Menores (franciscanos). Es uno de los santos que más devoción ha tenido a lo largo de la historia, considerado "milagroso" y que obtiene favores del Cielo. Nació en Portugal, evangelizó en su país, en África, Francia e Italia, muriendo en Padua a la temprana edad de 36 años. En Padua es conocido como "El santo" y llama la atención que fuera canonizado solo un año después de su muerte. Para la meditación copio unos fragmentos de sus sermones sobre la caridad cristiana, que no tienen desperdicio y en los que ataca a todos los poderes de su tiempo -tanto civiles como religiosos- que vivían en la opulencia:
Dad a los pobres lo que no necesitáis para alimentaros y vestiros. Por tanto, si alguno tiene bienes de este mundo, luego de haber guardado lo necesario para alimentarse y vestirse, si viere a su hermano, por quien Cristo murió, padecer necesidad, debe socorrerle con lo que le queda... ¡Ay de aquellos que tienen sus despensas llenas de trigo y de vino, y dos o tres pares de vestidos, mientras llaman a sus puertas los pobres de Cristo con vientre vacío y cuerpo desnudo! El rico pervierte la justicia robando a los pobres los bienes o negándoles lo que les pertenece, y de esta manera es la ruina del hermano. Los militares y los civiles, avarientos y usureros, roban el manto de escarlata, los haberes de los pobres adquiridos con mucha sangre y sudores. Los ricos y poderosos de este mundo quitan a los pobres, a quienes llaman sus villanos, siendo ellos villanos del diablo, sus pobres haberes, adquiridos con sangre, con que se visten de cualquier manera. Cuando se les da algo, es poco, y de lo peor, no de lo mejor. No sin dolor referimos lo que hacen los prelados de la Iglesia y los grandes personajes de este siglo, que hacen que los pobres de Cristo esperen largo tiempo a su puerta, gritando y pidiendo limosna con voz entrecortada por el llanto. Por fin, después que ellos han comido bien y quizás alguna vez se han emborrachado, mandan que les den algunas sobras de su mesa y la bazofia de la cocina. Vendrá, vendrá la hora en que también ellos clamarán de pie afuera, delante de la puerta: "Señor, Señor, ábrenos", y oirán lo que no quieren oír: "No os conozco. Id, malditos, al fuego eterno".
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