La Iglesia conmemora hoy a San Cornelio (+253), Papa; y a San Cipriano (+258), obispo de Cartago. Ambos fueron mártires durante las persecuciones de los emperadores Decio y Valeriano, respectivamente. San Cornelio combatió la herejía de los novacianos, que negaba la competencia de la Iglesia para perdonar pecados. San Cipriano, por su parte, fue uno de los impulsores del celibato y de la profundización en las Sagradas Escrituras. Copio para la meditación el acta del martirio de San Cipriano:
El juez: El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permite celebrar ningún otro culto, sino el de nuestros dioses. ¿Qué respondes?
Cipriano: Yo soy cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios, sino al único y verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra. A El rezamos cada día los cristianos.
El 14 de septiembre una gran multitud de cristianos se reunió frente a la casa del juez. Este le preguntó al mártir: "¿Eres el responsable de toda esta gente?
Cipriano: Si, lo soy.
El juez: El emperador te ordena que ofrezcas sacrificios a los dioses.
Cipriano: No lo haré nunca.
El juez: Píensalo bien.
Cipriano: Lo que le han ordenado hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar.
El juez Valerio consultó a sus consejeros y luego de mala gana dictó esta sentencia: "Ya que se niega a obedecer las órdenes del emperador Valeriano y no quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío siga sus creencias religiosas, Cipriano queda condenado a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada".
Al oír la sentencia, Cipriano exclamó: ¡Gracias sean dadas a Dios!
Toda la inmensa multitud gritaba: "Que nos maten también a nosotros, junto con él", y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del martirio.
Al llegar al lugar donde lo iban a matar, Cipriano mandó regalarle 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias.
El santo obispo se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle honrosa sepultura.
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